martes, 3 de diciembre de 2013

Malas palabras, ¡caca!


Nunca definí exactamente cuándo me independicé de las más belicosas de ellas, y encontré otras formas de desahogarme y ofender, porque claro, también he tenido que hacer ambas cosas, ser humano al fin, y hasta recurrir a algún improperio.

En la literatura supe que no existían como tal, todo dependía del contexto, por eso leí sin ruborizarme las novelas de Guillermo Vidal, ese grande siempre dado a mirar con lupa las voces de la cotidianidad; y quien fuera de sus textos, según me han narrado, no acostumbraba a usar ese universo lingüístico.
Mi “ignorancia” motivó a un amigo del preuniversitario, que no entendía cómo se podía cancelar el uso de un saber considerado por él “imprescindible” para la vida, a proponerse, en broma, documentarme al respecto. Empezó por una serie de repeticiones de dichos vocablos, iban de menor a mayor complejidad, y por supuesto, usted entiende: no hablo de gramática.   

jueves, 14 de noviembre de 2013

Foto de familia

Danielito lleva solo 6 meses en este mundo y ya casi puede competir con Messi en el número de admiradores. Hasta creo que le lleva ventaja al astro argentino, pues para alcanzar ese ránking a él no le ha hecho falta hablar, caminar o meter hermosos goles. Danielito solo ha tenido que nacer.
Muchos lo han recibido con el más importante aseguramiento, el amor. La noticia de su llegada le frunció el ceño a más de uno, porque quizás no era el  momento para encargar a la “cigüeña”, pero aun así, el apoyo vino sin demora.  
Por esta fecha el pequeño empieza a sentir los pro y los contra de tener parientes. El abuelo paterno quiere ponerle teto y la mamá no lo deja; una de las abuelas está esperando que crezca un poquito para llevarlo de excursión, y la otra grita ante una ausencia dilatada. Varias tías sobrevuelan el paisaje y su papá todavía no lo conoce, anda siendo útil por otras tierras del mundo. Para consolarse pide fotos cada tres segundos y escucha su llanto por teléfono.

lunes, 28 de octubre de 2013

Los buenos se revelan



Me había extraviado. Decenas de veces anduve por allí, pero algo estaba diferente…  los colores de las casas o quizás Sandy había tumbado los árboles, no sé. Lo único cierto es que estaba perdida y no recordaba con seguridad el número telefónico del lugar hacia donde iba.
Alguien me escuchó sugerir: “Necesito un teléfono.” Y no se dijo más, la señora abrió su modestísimo hogar y llamé, o bueno, por los menos marqué unos dígitos que resultaron ser los equivocados.
“Mijita regresa con calma por donde viniste, y si por fin no encuentras la dirección, vuelve acá que ya inventaremos”, afirmó ella. Su propuesta dio resultado. Ya calmada, desde la casa de mi amiga, la llamé y agradecí su gesto.
Hace un tiempo extravié mi agenda, especie de libro sagrado y sin la cual, puedo competir con un zombie. Supuse que la había dejado en la caseta del teléfono público (uno de los lugares donde más tiempo he perdido y ganado), volví corriendo, pregunté a los que estaban cerca, los enamorados, los cuentapropistas, los locos, ni el rastro. Ya me veía “monteando” cada guarismo, cada correo anotados durante años.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Enemigos de la indiferencia



Lucita quiere morir en Cuba. Desde su misma llegada a Miami hace más de un lustro, se lo dijo a los familiares que marcharon con ella. Hoy tiene 70 años, y considera que ya es hora de regresar a casa, donde su hermana la espera.
Adelaida Barrios es una vecina de un reparto cercano al mío. Apenas eran las ocho de la mañana de un jueves de julio último, cuando cortó alarmada mi paso presuroso. Pidió disculpas por causar demora y luego de confirmar mi profesión y centro trabajo, dijo sin más: “Mi esposo y yo estamos preocupados, la Jornada Cucalambeana ha perdido calidad, ¿por qué no tienen más espacios los conjuntos campesinos?”
La doctora Alina Cañada, siempre muy solícita, estuvo varios meses trabajando en el consultorio médico de Las Tunas. Al sentarse en su buró para iniciar la atención, no pasó un día sin que mirara a su alrededor y lamentara aquel local deteriorado y falto de baño e intimidad para el paciente. Ella pudo, al igual que otros muchos que han pasado por allí, sencillamente conformarse, porque lo suyo es cuidar de la vida y no levantar edificios. Sin embargo, la galena se opuso a “la lógica” e intentó encaminar la mejoría.

lunes, 15 de julio de 2013

Invasión anunciada

                                 
float: left; margin-right: 10px; Las vacaciones, tiempo loco… mi periódico 26 lo sabe. ¡Y cómo lo sabe! Desde la misma presentación de julio sus pasillos han dejado de ser simples y formales rutas de acceso, para convertirse, sin movimiento constructivo de por medio, en un salón de baile, un taller de la plástica, una pista de carrera o una esquina caliente donde se discute cuál muñequito está en el “one” del hit parade.
La pandilla volvió, la misma que monta campamento aquí en semana de receso, mientras cierto reglamento contrario a su presencia se hace el sueco, porque es lo menos que puede hacer en temporada estival. Casi siempre vienen con mamá, como apunta la práctica social, pero al parecer la peculiar hueste está luchando por la igualdad de género, y llega también de mano de abuelo y papá.

jueves, 6 de junio de 2013

Del fraude, ese virus


Esta historia la he hecho muchas veces, pero dejando muy pocos crédulos a su paso, a lo mejor, tengo suerte con usted. Mi hermano y yo nos llevamos cuatro años de diferencia, y vivimos algo poco común. El ser que nos trajo al mundo fue nuestra profesora de Química en octavo y noveno grados, sin que ella violentara ciclo lectivo alguno para exprimirle al destino tal encuentro.
De esa experiencia tenemos muchas anécdotas, pero ninguna tan reiterada como aquella en la que, días previos a un examen de la asignatura, los compañeros de aula nos preguntaban por el contenido de la prueba. “Oye, tú debes saber, ¿me vas a decir que la “profe” no te ha soplado nada, a ti, a su hijo?”, balbuceaban sin sospechar ni remotamente, cuál era el “sonsito” que se bailaba en nuestra casa, uno bien alejado de tamañas confabulaciones.  
Le cuento que incluso, en la cercana época en que los maestros se agenciaban la manera de imprimir algunas pruebas, mi papá, también pedagogo, ayudó en ocasiones a tirar en un mimeógrafo de su trabajo los cuestionarios a los cuales se enfrentarían sus párvulos. Y las valiosas hojas llegaron a estar a escasos metros de nosotros, y pobre del que anduviera cerca o rondando a mamá al encontrarse ella corrigiendo algún error de la impresión.

jueves, 9 de mayo de 2013

El padre que necesitó jugar en terreno “enemigo”



El mismo hombre que nos preguntaba por qué los cubanos contábamos casi siempre la historia de nuestro país a partir de la llegada de los españoles a la Isla, obviando la huella aborigen, confesó a todos pocos días después que sus hijos estaban absortos con las redes sociales. 

“Casi no puedo hablar con ellos, llegan a casa y van directo para el ordenador”, dijo algo triste.
Aquel docente de la Universidad de Guayaquil, Ecuador, estaba algo resentido con esos inventos ultramodernos; aún así, los más jóvenes del círculo de comunicadores que por entonces coincidíamos en La Habana, se arriesgaron a darle lo que entendieron como la solución ideal: hablar con sus párvulos a través de las redes sociales. Sacar su perfil de Facebook y activar el chat cuando los viera conectados.

El “profe” sonrió, agradeció el consejo y dijo que lo intentaría; pero sus ojos lo delataban: no estaba del todo convencido, al parecer sentía añoranza del tiempo cuando sentaba a sus pequeños en las piernas, les contaba historias y preguntaba cómo le había ido en la escuela, así frente a frente, sintiendo sus olores, su sudor, acariciándoles el pelo, sin una pantalla fría de por medio.

viernes, 26 de abril de 2013

Ajuste de cuentas



Nunca había conocido a un homicida. Pensaba encontrar una mirada fría, unos gestos toscos, una estampa malévola y segura de si. Pero no. Hallé un rostro triste, unas pupilas mustias, un caminar suave, una pose desconfiada. ¿Cómo podía aquel hombre que hasta inspiraba cierta ternura, ser culpable de la muerte de otro?
Nunca había conocido a un homicida y el que estaba frente a mí parecía, contra prejuiciada lógica, más un alma buena que una malvada. ¿Era posible eso? No esperaba un “Hannibal Lecter”, pero sí algo de villanía, y en aquel cuerpo la oscuridad no había pactado con la naturaleza de los sentimientos, solo con las culpas.
Luego de mirarle a los ojos y asegurarle no declarar su identidad, hablamos. Él intentaba rehacer su vida. Ahora era un prisionero domiciliario (en la cárcel por dos años y medio, salido por buena conducta), consagrado al  taller mecánico particular, inquieto por la salud de su hijo diabético y preocupado por firmar puntualmente cada sábado en la oficina del jefe del sector, su rutina hasta cumplir el lustro al que fue condenado.

jueves, 28 de marzo de 2013

No morí aquel día de marzo de 1989


 La XXII Feria Internacional del Libro estaba a solo segundos de empezar en Las Tunas, y yo todavía muy lejos de su locación inaugural. Pasó lo que debía pasar, me perdí el discurso de apertura que pronunció el destacado escritor tunero Carlos Esquivel. Cuando llegué al sitio encontré a personas emocionadas y otras comentando la belleza y lirismo de las palabras que yo había dejado de escuchar. 
Y es que Carlos además de ser un inmenso poeta, lleva consigo la vivencia de Angola (país al que la Feria rindió honores), él fue uno de los tantos jóvenes que marchó a defender esas tierras; y allá, entre la metralla y noches lejos de casa, le brotó la poesía. Poner en mi blog sus palabras de aquel día es un honor y la mejor forma de pedir disculpas por la ausencia. Ya sabrán por qué su discurso fue uno de los buenos. Y mientras leen lo verán en su tiempo de combatiente, un tiempo que no ha terminado para él, lo que ahora es otro su campo de batalla. 


Quiero creer que no morí aquél día de marzo de 1989, cuando, junto a otros amigos, hablaba de poetas innombrables, en una escabrosa e innombrable aldea del sur angolano. Una ráfaga de balas trazadoras blandió círculos de aire a nuestro alrededor, un dibujo sinuoso y desapacible, una tentativa alterna y secreta, de las confraternidades entre muerte y poesía, senderos que se unían y bifurcaban bajo similares máscaras, en un incesante flujo de supervivencias. Quiero creer que salvé mucho más que un itinerario de vida, un mapa de accidentadas asociaciones entre destinos por desembocar en sus contrarios.

miércoles, 13 de febrero de 2013

El milagro en barro


Febrero es solo un pretexto, un motivo para romper la rutina. Optemos por hacer del Día del Amor y la Amistad una temporada de 365 jornadas, como lo han asumido los protagonistas que presento
Rafael debía divorciarse, era un hecho. Solo cuando vio su casa desierta de cualquier rastro de compañía (ni la cuna, ni las fotos, ni los juguetes regados) entendió el golpe. No estaba arrepentido, sin embargo, eso no mitigaba el dolor. Su pequeña Lil, de 3 años, dormitaba en medio de tantas palabras sordas.  
A partir de entonces, aunque cumplía con sus obligaciones, se volvió básicamente un papá de fin de semana. Muchas veces ni eso podía hacer por su trabajo de comercial, al andar de viaje en viaje. Optó por aprovechar con su niña los chances libres. Las visitas continuadas a la familia materna confirmaron que no la atendían allí como necesitaba. Imposible quedarse con los brazos cruzados.  Luchó por la custodia y ganó la querella.
Ahora podría seguir de cerca el crecimiento físico y espiritual de su retoño, pero las responsabilidades laborales continuaban poniéndole zancadillas. El día del “hasta aquí” fue la “única vez que le he mentido a mi hija. Prometí recogerla en el Círculo a las 12:00 y a esa misma hora me mandaron de viaje, regresé a las 6:00 de la tarde y salí como loco a buscarla. Cuando llegué el CVP dijo que la tía se la había llevado para su casa. En mi desesperación ni me acordé que a las seños les dicen así y yo solo repetía: ¿Qué tía es esa?, nadie estaba autorizado a recogerla.”

lunes, 14 de enero de 2013

Lo esencial



En una oración diezmada en vocablos, pero corpulenta de antipatía, lo dejó claro “la seño”: aquella muchacha había robado el vaso. La acusada lanzó un discurso instantáneo, procurando demostrar su inocencia. Entre las razones una despuntaba: ella no era la única en la habitación, por qué inculparla, dónde estaban las pruebas.
Lo que nadie sabía con seguridad, aunque lo imaginaban, es que la mucama ya había tomado su decisión y nada ni nadie se la cambiaría. En su cabeza no entraba la idea de que la joven femenina y bonita que dormía en la cama contigua, fuera capaz de semejante hecho. ¡Ah! pero la otra sí, la que andaba con ropas de corte y estilo masculinos, tenía la voz engolada y un caminar poco agraciado para haber nacido mujer; le sobraban manillas en la mano y para rematar, una cola de caballo recogía su pelo. Quién  podía ser la culpable sino la homosexual.