Nunca
definí exactamente cuándo me independicé de las más belicosas de ellas, y
encontré otras formas de desahogarme y ofender, porque claro, también he tenido
que hacer ambas cosas, ser humano al fin, y hasta recurrir a algún improperio.
En
la literatura supe que no existían como tal, todo dependía del contexto, por
eso leí sin ruborizarme las novelas de Guillermo Vidal, ese grande siempre dado
a mirar con lupa las voces de la cotidianidad; y quien fuera de sus textos, según
me han narrado, no acostumbraba a usar ese universo lingüístico.
Mi
“ignorancia” motivó a un amigo del preuniversitario, que no entendía cómo se
podía cancelar el uso de un saber considerado por él “imprescindible” para la
vida, a proponerse, en broma, documentarme al respecto. Empezó por una serie de
repeticiones de dichos vocablos, iban de menor a mayor complejidad, y por
supuesto, usted entiende: no hablo de gramática.