Y es que Carlos además de ser
un inmenso poeta, lleva consigo la vivencia de Angola (país al que la
Feria rindió honores),
él fue uno de los tantos jóvenes que marchó a defender esas tierras; y allá,
entre la metralla y noches lejos de casa, le brotó la poesía. Poner en mi blog
sus palabras de aquel día es un honor y la mejor forma de pedir disculpas por
la ausencia. Ya sabrán por qué su discurso fue uno de los buenos. Y mientras
leen lo verán en su tiempo de combatiente, un tiempo que no ha terminado para
él, lo que ahora es otro su campo de batalla.
Quiero creer que no morí aquél día de marzo de 1989, cuando, junto a otros amigos, hablaba de poetas innombrables, en una escabrosa e innombrable aldea del sur angolano. Una ráfaga de balas trazadoras blandió círculos de aire a nuestro alrededor, un dibujo sinuoso y desapacible, una tentativa alterna y secreta, de las confraternidades entre muerte y poesía, senderos que se unían y bifurcaban bajo similares máscaras, en un incesante flujo de supervivencias. Quiero creer que salvé mucho más que un itinerario de vida, un mapa de accidentadas asociaciones entre destinos por desembocar en sus contrarios.
He perpetuado, desde entonces, las infinitas
supervivencias de un hombre sin peor supervivencia que el nombre dado a su
poesía. He apreciado las circunstancias inconfesables de vidas a mi alrededor
marcadas por insidiosos delirios literarios y he descrito hasta donde sé, y
como pude, la trampa de una culpa individual, demasiado individual para no
saberla de otros. La literatura me ha servido, entre otras cosas, para escrutar
infinitas tipologías humanas y sociales, convertir en fábula la mentira de historias
que la verdad solo pudo exagerar a su modo.
Prescindir. Renunciar.
Desechar. Son verbos que coexisten conmigo, a mi lado, a veces he tenido una
relación peligrosa con ellos, pero siempre termino atrapándolos como en la
jugada decisiva del juego decisivo. He perdido el miedo a nadar en un mundo
carcomido por las descargas visuales. El trasfondo de la realidad, la amplitud
de una línea de obstáculos oníricos (como Philip K. Dick, que creía que la
propia realidad era una forma de imitación, y de repetición, de sueños de todo
tipo), y otras provocaciones, expresan y quieren expresar estos rumbos. He
vivido o rescindido en duelos de cualquier especie, duelos en los que el
ganador sometía sus pérdidas a un grado de sumisa discordia.
Quizás lo que permanece
dentro es lo que está más lejos. Escribo para mí, soy mi mejor y mi peor
lector: el que inventa la palabra y quien le da la muerte. El lector, el otro,
es un intermediario virtual, un espectro, un caníbal sin memoria y con
prejuicios. Yo escribo para borrar los miedos, para desterrarlos. Me gustaría
decir que escribo para cambiar mi tiempo, pero es imposible: mi tiempo no puede
ser cambiado: no existe.
Leer no puede convertirse en una acción
depredada por lo ilusorio ni la revelación, despótica, de un ensangrentado
cruce de siluetas difusas.
No sé cuándo comencé a
leer, mucho menos recuerdo el primer libro que mis ojos deshicieron, algo sé,
no se trata de una revelación exaltada y novelesca de una vida, eso sí,
exaltada y novelesca. Mis lecturas han ido resbalado por una cuesta convertida
en cataclismo, en experiencia sigilosa, en hechizo. Leí, y leo, con ferocidad y
subversión, y hasta mí llega el goteo de irrevocables apariciones: Flaubert,
Borges, Vallejo, Bolaño, Vargas Llosa, Eliseo Diego, Escobar, Cormac MacCarthy,
Derrida, Celan, Žižek, Bataille, Baudrillard, todos caben en mi maleta, al
igual que varios cineastas iraníes, franceses, chinos, serbios, italianos,
tailandeses, suecos, y unos pocos norteamericanos, y unos pocos de otras
partes, también el fútbol, el béisbol, el jazz, y mi familia toda. A ellos
regreso. Regresar para saber que siempre existe la provocación de una partida.
No importa dónde ni en qué circunstancias. El regreso es la condensación de
otra supervivencia, una más. La literatura me ha enseñado a descreer y a la vez
des-crear la realidad.
Agradezco al Centro
Provincial del Libro y la
Literatura y a la Dirección Provincial de Cultura en Las Tunas la posibilidad de que mis
palabras transcriban estas sensaciones parecidas a otras sensaciones. Sé que
cuando traduzco cientos de páginas como el áspero itinerario de mi vida lo hago
creyendo que no morí aquel día de marzo de 1989, cuando, junto a otros amigos,
hablaba de poetas innombrables, en una escabrosa e innombrable aldea del sur
angolano. Todavía sigo anclado en aquella aldea, unas balas vienen hacia mí
mientras yo hablo de poetas innombrables. Todavía sigo creyendo que el futuro
es largo y que la poesía es la mejor manera de ahuyentar a la muerte.
Muchas gracias.
Gracias por el post. Muy, muy tarde ya, pasada la Feria de Las Tunas, pero leer a un amigo como este siempre es placentero.
ResponderEliminarMayda Anias
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ResponderEliminarGracias a usted Mayda Anias por entrar al blog y dejar un comentario. Y sí, nunca es tarde para llegar a Carlos, siempre tendrá algo que decirnos. Saludos
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