Me
había extraviado. Decenas de veces anduve por allí, pero algo estaba diferente…
los colores de las casas o quizás Sandy
había tumbado los árboles, no sé. Lo único cierto es que estaba perdida y no
recordaba con seguridad el número telefónico del lugar hacia donde iba.
Alguien
me escuchó sugerir: “Necesito un teléfono.” Y no se dijo más, la señora abrió
su modestísimo hogar y llamé, o bueno, por los menos marqué unos dígitos que
resultaron ser los equivocados.
“Mijita
regresa con calma por donde viniste, y si por fin no encuentras la dirección, vuelve
acá que ya inventaremos”, afirmó ella. Su propuesta dio resultado. Ya calmada, desde
la casa de mi amiga, la llamé y agradecí su gesto.
Hace
un tiempo extravié mi agenda, especie de libro sagrado y sin la cual, puedo
competir con un zombie. Supuse que la había dejado en la caseta del teléfono
público (uno de los lugares donde más tiempo he perdido y ganado), volví
corriendo, pregunté a los que estaban cerca, los enamorados, los
cuentapropistas, los locos, ni el rastro. Ya me veía “monteando” cada guarismo,
cada correo anotados durante años.
“¿Usted
es Zucel?”, me interpeló un hombre varias semanas después. “Sí”, respondí,
esperando una queja o su comentario sobre algún trabajo. “Esto es suyo, yo me la
encontré”. Y claro, era mi flamante libretica, no le faltaba nada, ni siquiera
los miles de papelitos con notas breves que la pueblan. Sinceramente, me puse
nerviosa, solo atiné a dar como 20 gracias y dije adiós acariciando mi querida
“compañera” de labores. Luego recordé que no le había preguntado el nombre a
aquel señor. Sentí eso.
Casi
iniciando agosto, un jovencito de Santiago de Cuba llamó a la redacción del Semanario,
quiso hablar conmigo. Se trataba de Edel, estudiante de Periodismo quien en su
primer año, por las referencias escuchadas y sin apenas tener conocidos aquí, se
aventuró a realizar en 26 las
prácticas de prensa escrita y varios colegas lo atendimos.
Ahora,
desde el otro lado de la línea en su natal San Luis, me contaba que se había
graduado, y no podía empezar a trabajar sin antes agradecer las atenciones recibidas
en el Periódico.
Los
buenos, los agradecidos qué bueno tenerlos cerca para contrastar con los vecinos
que te ponen una fogata o un caballo en la ventana de tu casa; cuando sobran
los extremistas o la bodeguera, aun sabiendo que hay un enfermo delicado en
casa, convenientemente cree sacrilegio guardarte la bolsa de leche si se te
olvidó ir a buscarla.
Cuando
hoy para aliviarse, mi amiga Mariela y sus dos hijos solo les queda decirle imaginariamente
a la persona que se halló su monedero con el salario íntegro de junio: “A ti te
hacía más falta”. Cuando ves a la gente más violenta que nunca, y muchos vivos
a la viva para aprovecharse de los bobos, y al desorden en su estado natural de
desorden sin ánimos de cambiar de estatus, o a varios corderos mutando a lobo,
según ellos por los palos cotidianos.
Ante
una racha de esas malas experiencias, nada mejor que una acción de los buenos
verdaderos, de los agradecidos para volver a creer en eso que somos, seres
humanos, aunque a la vuelta de la esquina esté otra nota de desengaño, y nos
pasemos la vida en ese ir y venir.
Este
escrito se lo dedico a mi vecina Sara, en su computadora lo redacto. Los chinos
me dirían: “Cuando bebas agua, recuerda la fuente.”. Eso hago, quiero estar en
el equipo de los buenos, ¿y usted? Súmese, pues qué película tan desalentadora
sería esta si los malos vencen al final.
Esa es mi Zucy... la de siempre... un besito grande amiga... También tú eres de las buenas, no lo olvides :)
ResponderEliminarY finalmente tu blog me ha permitido comentar... yupiiiiiiii eso merece otro comentario jejeje
ResponderEliminarYai, por fin mi blog hizo lo que tantas veces le pedí, estaba de malcriado, le di un buen castigo y entendió jajaj Por fin tus letras conmigo, tan cerca como siempre. Un beso. Gracias.
ResponderEliminarMe gusta!!
ResponderEliminarEnhorabuena
Un jovencito, de Santiago de Cuba y desde su natal San Luis. A una jovencita de Las Tunas. Gracias, por esa experiencia que me regalaron en el Semanario 26. Fue junto a ustedes, donde me enamoré de la carrera. 20 gracias, o más, no serían suficientes y por suerte, jamás olvido sus nombres. Pero si me lo permites, Zuci, quiro recordar especialmente el nombre de otro bueno: Alexis Pérez, mi tutor durante esas prácticas. Qué lindas imágenes me trajo tu escrito amiga.
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