En una oración diezmada en vocablos, pero corpulenta de antipatía,
lo dejó claro “la seño”: aquella muchacha había robado el vaso. La acusada
lanzó un discurso instantáneo, procurando demostrar su inocencia. Entre las razones
una despuntaba: ella no era la única en la habitación, por qué inculparla, dónde
estaban las pruebas.
Lo que nadie sabía con seguridad, aunque lo imaginaban, es
que la mucama ya había tomado su decisión y nada ni nadie se la cambiaría. En
su cabeza no entraba la idea de que la joven femenina y bonita que dormía en la
cama contigua, fuera capaz de semejante hecho. ¡Ah! pero la otra sí, la que
andaba con ropas de corte y estilo masculinos, tenía la voz engolada y un
caminar poco agraciado para haber nacido mujer; le sobraban manillas en la mano
y para rematar, una cola de caballo recogía su pelo. Quién podía ser la culpable sino la homosexual.
Varios testigos, todos participantes en una cita cultural, vimos
llorar de impotencia a la chica señalada, era evidente su rabia, su angustia.
Entre sollozo y sollozo repetía: “Mira que yo respeto para que me respeten,
pero nada basta, ¡nada!”
Y comprendí algo inmediatamente: lo sucedido significaba una
batalla más para ella, una más de la larga contienda que decidió librar desde
el día que asumió quién era en realidad. Me pregunté cómo le habría ido en casa
cuando dijo que tenía una pareja de su mismo sexo. Los padres, los amigos… ¿le
darían la espalda? A esta altura de su existencia era una luchadora con no
pocas heridas de combate, de seguro, dadas en su mayoría por las personas que
más quería.
Quizás, lector, usted se está sintiendo molesto al leer este
comentario, porque trato un asunto etiquetado como difícil, y ante el cual, a
veces, preferimos callar, cerrar los
ojos, y en otras parecer modernos, hasta que el tema nos toque de cerca, por más
que se nos estruje el corazón cuando escuchamos la historia de alguien rechazado
por esta causa.
Puede, incluso, que critiquemos la homofobia, pero… pregúntese
si alguna vez no ha dicho: “Clase de gente es fulana (o), lástima que sea
homosexual”, sin sospechar cuántas puertas del desarrollo personal y
profesional estamos cerrando con esa expresión, como mismo lo hacen hoy, en
pleno siglo XXI, más de 70 países cuyas legislaciones
contemplan penas por lo que alguna vez se consideró una enfermedad mental.
En Cuba, donde a inicios de la Revolución ocurrieron
no pocos hechos lamentables sobre este tópico, se ha avanzado en el respeto a la libre y responsable
orientación sexual e identidad de género, incluso, la reciente Conferencia del
Partido al trazar las directrices del trabajo de la organización, en su
objetivo 57, incita al enfrentamiento de prejuicios y todo tipo de conductas
discriminatorias. Pero, sin dudas, quedan
muchas deudas en esa agenda, sobre todo en el apartado más complejo, aquel centrado
en el diario proceder de los ciudadanos.
Para los religiosos el homosexualismo es pecado, para los
ateos, es ir contra la naturaleza. Unos y otros, acechados por una sociedad
patriarcal, olvidamos mirar si quien apuntamos, desde nuestra altura de
“normales”, se preocupa por su familia, es un excelente trabajador, un amigo
fiel…lo tantas veces dicho: valorar lo esencial.
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