Febrero es
solo un pretexto, un motivo para romper la rutina. Optemos por hacer del Día
del Amor y la Amistad
una temporada de 365 jornadas, como lo han asumido los protagonistas que
presento
Rafael debía divorciarse, era un hecho. Solo
cuando vio su casa desierta de cualquier rastro de compañía (ni la cuna, ni las
fotos, ni los juguetes regados) entendió el golpe. No estaba arrepentido, sin
embargo, eso no mitigaba el dolor. Su pequeña Lil, de 3 años, dormitaba en medio
de tantas palabras sordas.
A partir de entonces, aunque cumplía con sus
obligaciones, se volvió básicamente un papá de fin de semana. Muchas veces ni
eso podía hacer por su trabajo de comercial, al andar de viaje en viaje. Optó
por aprovechar con su niña los chances libres. Las visitas continuadas a la
familia materna confirmaron que no la atendían allí como necesitaba. Imposible
quedarse con los brazos cruzados. Luchó por
la custodia y ganó la querella.
Ahora podría seguir de cerca el crecimiento
físico y espiritual de su retoño, pero las responsabilidades laborales continuaban
poniéndole zancadillas. El día del “hasta aquí” fue la “única vez que le he
mentido a mi hija. Prometí recogerla en el Círculo a las 12:00 y a esa misma
hora me mandaron de viaje, regresé a las 6:00 de la tarde y salí como loco a
buscarla. Cuando llegué el CVP dijo que la tía se la había llevado para su
casa. En mi desesperación ni me acordé que a las seños les dicen así y yo solo repetía:
¿Qué tía es esa?, nadie estaba autorizado a recogerla.”
Lil volvió sana y salva a los brazos de Rafael,
pero ya nada sería igual. Un día después pidió, o mejor, exigió, la baja del
trabajo; dejaría el puesto de 500.00 pesos y estimulación en divisa, decidido a
limpiar pisos si era preciso por tal de no sacrificar a su pequeña de nuevo. Encontró
con el tiempo una plaza de chofer y desde entonces son ellos dos contra el
mundo.
Él anda con unos cuantos pesos de menos en el
bolsillo, pero feliz de tener consigo a su “paquete intransferible”, como jocosamente
llama a Lil. “De los hijos también hay que enamorarse”, afirma. Ella es hoy una
adolescente bonita, avispada y ha visto a
papá a su lado en cada fiebre, en cada victoria.
Escribió José Martí, ese hombre de alma
grande y torrente de pasiones, que la única ley de la autoridad viene en brazos
del amor. Por esos universos van Rafael y Lil, también Idalmis y su pequeñuelo.
Hablamos de John. Es hermoso físicamente y
mamá se preocupa porque la beldad también habite en su interior. De ojos verde
claros, ademanes enérgicos y con 6 años en este mundo, bien puede acudir a una
cumbre como representante de la casi marciana inteligencia de los niños del
siglo XXI.
Cierta vez empezó a quejarse de dolores de
cabeza y las primeras explicaciones médicas volaron sobre diagnósticos bastante
alejados del que resultó ser. Una noche de tareas dijo: “No veo las letras
pequeñas mami”. Y a Idalmis la tristeza le estalló dentro, pero no perdió ni un
segundo. Luego de varias consultas en Las Tunas y en La Habana supo el padecimiento
de su párvulo: era ambiople y estaba casi ciego del ojo derecho. No dejó que la
noticia la marchitara, escogió la esperanza.
Tras innumerables pruebas le informaron que
como el niño no llegaba a los 8 años, la edad en la cual el ser humano empieza
a fijar de manera profunda la vista, probablemente con el uso por un tiempo de
lentes rígidos de cristal y una disciplinada dosis de medicamentos, recuperaría
el 99 por ciento de la visión.
Hace tres semanas iniciaron el proceso de
adaptación al delicado redondel de vidrio. Desde el primer encuentro se
necesitaba un psicólogo acompañando cada paso y el especialista no estaba. La
doctora solo tuvo que sugerirlo una vez: “Mamá, si él te ve haciendo lo mismo, vencerá
rápido las etapas y se sentirá apoyado.”
Idalmis sabe que no podrá evitarle todos los
sufrimientos de la existencia a su infante, pero mientras sea pequeño y esté en
sus manos aliviarle el peso de la vida, lo hará. Por eso todos los días anda con
un lente blando poniéndoselo frente a la doctora, junto a John, aprendiendo a
quitárselo, lavarlo y guardarlo. Cuentan que ella ha sido más cobarde que él,
ya el niño es un verdadero campeón y va muy avanzado en el tratamiento. Idalmis
siempre termina con los ojos llorosos por aquel cuerpo extraño sobre su pupila,
pero nunca antes había limpiado con tanto gusto una lágrima suya.
HASTA QUE EL PENSAMIENTO NOS SEPARE
En el lecho de muerte el padre de Jorge le
entregó una foto algo descolorida por el paso del tiempo. Aunque le costó, pudo
reconocer a la muchacha que con tez oscura y ojos alegres los miraba desde la
imagen. En menos de nada viajó a su niñez y vio pasar a papá de manos de
aquella joven, que no era su madre, pero lo trataba con cariño. “Entrégale esto a Sara, esa es mi voluntad.”
Pasados los meses, los años, aún Jorge no
había podido cumplir el pedido. ¿Cómo encontrar a la dama? Ya no vivía en el
pueblo, dicen que andaba por La Habana. Una
tarde cualquiera, mientras reía con un conocido de la infancia, le dio por
preguntar y así, increíblemente, supo cómo localizarla.
Hizo la llamada, una voz madura le respondió
y cuando expuso su interés, el asombro inundó el otro lado de la línea. Tantos
años después, ¿cómo pudo tenerla tan presente? A Sara se le cumplía el sueño
oculto de media humanidad: el amor eterno; descansar, florecer en la mente de
alguien por los siglos de los siglos.
Solo un viaje a la capital separaba a Jorge
del epílogo de su promesa. Allá fue un día de estos. La mozuela de la
fotografía, ya no tan lozana, pero aún elegante, le abrió la puerta y el parecido con su padre
la emocionó sobremanera. Todas las palabras fueron dichas. Ella tampoco había
olvidado esa gran pasión, la llevaba como guirnalda entre lo más íntimo, lo más
querido. Ninguna de sus hijas sabía la historia. Las dos habían nacido años
después, cuando su madre se casó y puso muchos kilómetros de por medio frente a
su pasado.
Sara les contó y agradeció a Jorge la
inesperada alegría. Algo así nunca pidió a ningún santo, pero sentía merecer la
experiencia, porque también había amado profundamente a aquel hombre.
Conoció esa dama la melodía que engendra el
más universal de los sentimientos, al convertir el milagro en barro. Dania también
la sintió, la siente. Desde hace años edifica en tales reinos su único asidero
para seguir.
Cuando le dijeron que su esposo, de misión
internacionalista al otro lado del mundo, estaba muy grave, ella empezó a morir
también. Reportes fríos y casi indescifrables llegaban diariamente, solo los médicos
entendían y en la traducción se demoró en aparecer un vocablo: mejora.
Médicos cubanos (tuneros por demás), también
colaboradores, luchaban por Juan Carlos, que no daba señal alguna de guerrear por
la vida. Decidieron entonces proponer el traslado hasta allá de algún familiar
para inspirarlo. Dania solo una vez había montado en avión, ahora debía tomar
tres que la llevarían a igual número de países; ubicarse sola en aeropuertos
inmensos, esperar entre los vuelos sin saber si su marido aún vivía y ser
fuerte, casi de metal, para que cuando
llegara a su lado, no se permitiera el lujo de las lágrimas.
Arribó a su destino después de una cruzada novelesca
que incluyó mirar la niebla matutina de Francia (como si el paisaje hubiera descifrado
su ánimo), comprobar la amabilidad gala, encontrarse a un cubano en medio del
aeropuerto Charles de Gaulle y ver en Sudáfrica, entre miles de pancartas en
diferentes idiomas, un cartel con su nombre cargado por el personal de la
embajada cubana. Logró ser la mujer que
es, la que se necesitaba, la valiente, la estoica.
Para una esposa así, no valen los imposibles,
y más si los doctores vencieron los a veces álgidos lindes de la ciencia y
decidieron apoyarla como hermanos. Por eso trajo vivo a su hombre para Cuba. A
él le quedaron secuelas del infarto cerebral, ya no es el mismo, no puede
serlo, pero lo concerniente a Cupido quedó
fuera de todo daño.
El cariño de ella está intacto, ahí desanda
luminosa la explicación de los cuidados diarios. Y él sigue diciendo que nunca
se equivocó cuando en aquel baile de 15, décadas atrás, vio a una joven de
cabello largo, cuerpo esbelto y le dijo: “Usted esta noche solo puede bailar
conmigo”. No importó que para estar presentable tuviera que cambiarse de camisa
unas 10 veces. Era necesario. Al final “aquel cake de 100 pisos”, terminó
siendo la mujer de su vida.
Historias
de diálogos cotidianos. Llegaron a mí con la misma naturalidad con que fueron
realizadas. Los protagonistas no reconocen la dosis de heroísmo de sus gestos,
pues si en algún momento buscaron algo, fue simplemente (porque además se
atreven a decir simplemente), ponerle alas a la caricia que los inspiró: el
amor.
Autores
tuneros: De miradas, lluvia y romance
XXIII (Traigo tu lluvia)
Mi corazón es un árbol
con los frutos al gotear
en tu agua y en tu viento.
Mi cuerpo es un monte
galopando
hacia los caminos de tu
pecho.
Mi vida se asoma
a la ventana
y encuentro tus ojos
en el fondo de mis ríos.
Martha Pérez Leyva
Tu Mirada
¿Tu
mirada? Tu mirada
es
el más perfecto modo
de
decirlo todo, todo
aunque
no hayas dicho nada
¿Qué
magia tienes guardada,
qué
poder bello y profundo?
Tu
mirada de un segundo
me
siembra un año de antojos
y
cuando cierras tus ojos
se
queda sin luz el mundo.
Renael
González
Retablo de la amada
(Desnuda es decir despierta
como
un pez)
Éramos dos
pero
Uno nos hizo Dios
Ninguna
romanza o puerta
es
por soñada más cierta
que
tu espartillo
Ven suda
un
ciervo para que acuda
-argamasa
y luz- la suerte
(Mujer mezcla de aguafuerte
Despierta es decir
desnuda)
Alberto
Garrido
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