Un largo recorrido nos lleva hasta Vedado 3. El
terreno y la huella en los zapatos delatan la novedad: luego de mucho, mucho
tiempo, ha llovido por aquellos lares.
Nos recibe quién debe. El profesor Guillermo
Castillo y sus niños de la escuelita primaria Julio Antonio Mella, el plantel donde
la totalidad de los alumnos cantan décimas, aprenden sonidos y palabras nuevas
a través de redondillas y los consolidan con la estrofa nacional. Dominan de
cinco a seis tonadas.
Solo un capítulo del legado de Castillo, autor del
libro Ortodecimante, convertido en
CD-DVD por Bis Music y hoy en los
colegios del país para enseñar a escribir correctamente mediante el verso
octosílabo.
“Para mí la décima más que tradición, es un recurso
inteligente”, aclara a sus compañeros de viaje en el coche que nos deja justo
en el corazón del guateque, donde asegura, está todo listo. En el cielo empieza
a “armarse agua”, pero nada parará el convite luego de tanto empeño, de bafles trasladados
bajo aguacero, de aserrín tirado sobre el fango.
Sin perder un minuto, la Jornada Cucalambeana de “Jesús Menéndez” comienza; la estampa campesina abre y es solo el esbozo del
extraordinario aporte que dará el teatro a la cita, tanto, que a pesar de la
lluvia (sí porque llovió), el programa marchará como una puesta acoplada,
sentida, llena de talento y dramatúrgicamente bien pensada.
La dedicatoria del jolgorio local vibra en los
penachos de la Anap, los 35 años del museo Juan Andrés Cué y la escritora Marilyn Pérez Pérez.
Artesanos y paisajistas tejen algunas de las inaugurales
notas de orgullo, al hacer gala de diversas técnicas, gran acabado, imaginación
y representatividad del municipio. La décima ilustrada habla de ingenio y un dúo
vuelve a resaltar, Martha Cruz y Antonio Luque, autores de Epístola.
Pero sin dudas, el espectáculo infantil es el que nos
deja boquiabiertos ante la elocuencia y el desenvolvimiento escénico de los
pequeños, reporteros de la “última” noticia de la campiña: los protagonistas de
los cuentos universales y los “muñe” se mudaron pa´l campo.
Por eso, no es raro escuchar a los tres cerditos
procurando los tamales que vende la Caperucita Roja; ni al mismísimo Elpidio
Valdés desplegar su estrategia frente a nuestros ojos.
Igual conocemos a un guajiro mentiroso; digo,
exagerado; digo, cuenta cuentos. Nos habló del perro cortado a la mitad, al que
luego pegó con ateje, solo que hubo un problemita: lo hizo al revés.
Los niños lo mismo cantan, bailan que entonan la
estrofa nacional con gracia y soltura. Detrás de cada parlamento, la chispa de
una mujer que mucho entrega a la Jornada, la instructora Sandra Turruelle Mesa.
Otros nombres le son entrañables a la celebración como
el de Sarahi Martínez Rodríguez, carismática actriz de las estampas y al frente
de la tropa de artistas del seminternado Frank País; o el de Esteban Guerra (Pepe),
decimista y compositor musical. Pero mejor no intentar la lista, sería injusto algún
olvido.
Las emociones siguen en el guateque literario y la
prueba del virtuosismo de las distintas generaciones que ponen en su voz la
espinela y la improvisan, gracias en buena medida al profe Castillo y al taller
de repentismo infantil.
El agua interrumpe a intervalos, pero la comunidad ¡firme!
Por eso disfruta tanto la controversia entre el muy asediado por sus
admiradores, Emiliano Sardiñas y el tunero Dimitri Tamayo. Con paraguas
incluidos, obsequian composiciones cuajadas de humor y todo queda listo para el
espectáculo central, no sin antes bajar de la púa el cerdo asado.
La gala viene a confirmar el respeto a la tradición
desde la música, el teatro y la danza. Lástima el audio, que nos hace pasar por
enojos. La elección de la Flor de Birama resulta la columna vertebral del encuentro,
honor que recae en Josefa Hernández Rivero, estudiante de pre-universitario.
Bajo lluvia, para no romper la rutina de un día tan
bendecido por el cielo, la comisión evaluadora, integrada por especialistas del
Centro Provincial de Casas de Cultura, da conclusiones y la nota obvia: 100
puntos. A pesar del cansancio, los organizadores saltan de alegría. Y hasta el
jurado da su brinquito, convencido de la autenticidad de lo vivido en pleno
Vedado, no el habanero, sino uno más raigal y humano, y de apellido 3.
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