Cuando cumplieron el primer aniversario, y el espectáculo de celebración llenó el teatro Tunas, le nació la total certeza de que aquello funcionaría. Una vez, debido a muchos obstáculos, quiso dejar el proyecto, pero cómo abandonar a los niños.
“Ya yo me muero con ellos”, dice Adalberto Garcés Viamonte, minutos antes de que el telón de ese recinto se abra nuevamente para recibir a sus “hijos”, es decir, Los aztecas del Balcón, ahora para festejar el tercer cumpleaños.
Aunque varias madres intentan poner orden, los charritos, próximos a salir al escenario, andan inquietos. Corretean, se miran en el espejo, conversan, ríen y piensan en el homenaje que harán con sus voces a nombres ilustres de la tierra mexicana como Juan Gabriel, Vicente Fernández y Pedrito Fernández.
De esas figuras hablan como si se trataran de tíos o abuelos, los sienten cercanos, queridos. Quizás por eso no están nerviosos, por lo menos es lo que nos aseguran dos de los fundadores Yeinier Leandro Hechavarría Rodríguez y Luis Miguel Rodríguez Hernández. Ambos transitan por la adolescencia.
Ninguno de ellos tiene cantantes en el árbol genealógico, pero desde la infancia amaron la música. Yeinier apenas conocía el repertorio de la tierra de Juárez, sin embargo, asegura haber encontrado belleza en sus notas. Mientras, Luis Miguel sí creció oyendo a clásicos del género y se decidió fácilmente, paso con el cual vino otro: los llantos de su mamá cuando lo ve empinarse en el escenario.
“Pienso seguir y que el Yeinier del futuro sea mejor del que ven hoy”, asegura uno. “Quisiera ser un gran artista como Vicente, como Alejandro (Fernández) o el maestro Juan Gabriel. Adalberto nos ha ayudado a levantarnos en la sociedad; al inicio había problemas, pero salimos adelante”, confirma el otro.
Escucha la conversación una de las damas iniciadoras. Ayalis Rodríguez Arena o la Chaparrita del Batey no es de mucho hablar, pero sí de entonar melodías. “Desde los seis años lo hago. Recuerdo cuando ando canté en una guagua, el chofer me elogió y le recomendó a mi mamá que buscara un profesor”.
En “Los aztecas” encontró orientación y fuerza, pero también amistad, abrigo, mano extendida. “Vivo en Jobabo y si me coge tarde para viajar, siempre alguien brinda su casa”. Son conceptos que todos replican en los diálogos.
“Hacemos énfasis en la preparación técnica porque no tienen formación musical previa, pero no olvidamos los valores. Esta misma semana deben leer y analizar la carta de José Martí a María Mantilla. Hay que educar a los pequeños… y a los padres”, aclara Viamonte, que sigue alistando la cita.
Mientras hablamos, otros varones curiosean. Acorde con la modernidad, lo mismo exhiben aretes que un pelado raro. Quizás el gran Pedro Infante no lo hubiera visto bien, pero al escucharlos en esos temas rompecorazones de su país, seguro desistiría de cualquier reclamo.
Algo más salta a la vista: los trajes. No son iguales, pero sí muy bonitos. “Los padres, periodista, los padres”, aclara con obviedad Martha Pons Rojas, mamá de otra integrante, la pequeña Dayani de 9 años.
“Apoyamos en todo y los acompañamos adonde vayan. Emociona ver a nuestros hijos cumpliendo su sueño. La mía desea parecerse a Rocío Durcal”.
Claro, una compañía como esta sin respaldo más allá del amor, ha sobrevivido gracias a la pujanza de su creador, la entrega de los familiares y la bondad de decenas de colaboradores cubanos y extranjeros, que incluso le han ayudado para realizar dos discos de audios y ahora graban uno de videos en exteriores. Adalberto indica que restan segundos para comenzar. Antes de la apertura evoca cómo empezó esta historia, cuando en su trabajo de conductor del popular espacio Ecos de México de Radio Victoria, recibió muchas cartas infantiles.
“Comprendí que había que hacer algo por esos muchachos y convocamos a un concurso de interpretación. Participaron 80, de Las Tunas, Camagüey y Granma. Llegaron a la final 15 pequeños, y con ellos hicimos la agrupación”, rememora.
Algunos han tomado otros rumbos, incluida la escuela de arte, pero siempre llegan nuevos talentos. Hoy son 18, dos de ellos de Holguín. En tres años de existencia han tenido innumerables presentaciones dentro y fuera de la provincia. Lo mismo se les ha visto en un pelotón cañero que los sábados en la Noche Tunera. Son muy queridos, incluso, hasta en el Facebook.
“Nos hemos convertido en familia, escuela y en una oportunidad de desarrollo para muchos niños. Algo aseguro, lo hacemos de corazón”, dice el gestor de este empeño y no hay tiempo para más charla.
Sus párvulos salen a proscenio. Sentimiento, mucho sentimiento, ponen en las ejecuciones. Muestran desenvolvimiento escénico, gracia, concentración, pero, sobre todo, calidad vocal. Se creen los personajes de las aventuras de amores vivos o frustrados que comparten. Comunican, obnubilan.
Desde las butacas, el público agradece y premia. Y tras bambalinas, los pechos estallan.
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