Intenté que la fiesta fuera para
ellos, pero terminó siendo para mí. Gocé de lo lindo.
Se me ocurrió recomendarles a los
niños de mi barrio, justo a ellos, que aprovecharan la infancia. Lo hice
temiendo que los padres me lincharan, pero debía advertirles. Yo extraño tanto
mis subidas a la mata de guayaba.
Les propuse que si sabían escribir
hicieran un diario, donde confesaran las vivencias cotidianas, porque al crecer
tendemos a olvidar.
Recuerdo que dije: “Muchos pensadores
comparan la niñez con un borracho, todos se acuerdan de lo que hiciste, menos
tú”. Rieron con mi chiste, pero Bragdiel, de 8 años, me miró cariacontecido,
levantó su mano para intervenir como si estuviera en el aula y soltó: “¿No será
mejor decir embriagado?”.
Después seguí metiendo la pata, indicarían
los papás y las mamás, no mi encumbrado auditorio. Les pregunté si deseaban crecer.
Chanel, que le sobra glamour a la altura de su tercer grado, se adelantó al
resto. “Sí, yo quiero, para por fin ser independiente y gobernarme”. Ahí apuré
el jolgorio, comprendí que mi vida corría peligro.
Muchos otros capítulos tuvo esta
historia: respuestas catedráticas cuando indagué por el significado de la frase
que los asume como la esperanza del mundo; la confesión de la peor travesura
que han hecho y desde entonces miro con lástima a los caguayos y rezo porque no
caigan en las manos de mis vecinitos; y la hora de los chistes, las poesías y
las canciones, un repertorio que envidiaría cualquier artista del
espectáculo.
Pero vayamos al final, porque fue
lo mejor. Conté como diez veces las bocas presentes y ausentes, por alimentar
con cake y refresco. Cuando ya había cuadrado la repartición, vino uno del que
prefiero callar el nombre, no vaya a ser que lo dejen sin vacaciones por andar
en estas: “¿Me puede dar un pedacito para mi abuela?, está enferma en casa”.
Caí rendida ante sus ojos, y por
supuesto, fui yo la que se quedó sin probar el merengue.
………………..
Natalia, de tres años, idolatra
el perfume. Le tiene en las últimas el frasco de la abuela. Lo sublime es verle
la cara cuando el aroma marea a todo el que pasa, incluido, el perro de la
vecina, y es fácil descubrirla con solo acercarse a su cuello.
Pero Naty usa un último recurso
para no ser llamada culpable, la palabra de ella contra la de toda la humanidad,
o mejor, su nariz. “¿Niña, y ese olor qué será?” “¿Cuál abuelita? Yo no siento
ninguno”.
Pero más maravilloso aún, es que
con esa misma convicción se desprende del “dinerito” ahorrado en su bello
monedero, cuando a papá se le escapa la frase: “Ño, no tengo ni un quilo”.
………………..
Ian, solo lleva dos calendarios en
el reino de este mundo y ya ostenta una enemiga: la gallina de mi casa, más bien,
él es el enemigo de la integrante plumífera del hogar. Ella lo siente y se
desordena, cacarea y pide que la encierren.
El ave no entiende que para el
pequeñín dar cariño es cargarla por donde la agarre, las alas o el pescuezo;
tomarla de una pata y arrastrarla como carriola, revisar sus plumas, y después
de tanto amor, pasar a lo común, un beso.
Iancito hiere su orgullo, pero él
está lejos de querer humillarla. ¿Acaso también como a los adultos, habrá que
explicarles a las gallinas más de una vez las intenciones de los niños? “¡Qué
mundo es este!”, pensará él.
………………..
Daniel y Giancarlos me dicen tía
y yo me derrito. Angeline hizo hace poco lo que equivale a lo mismo en sus dos
años de vida, vino sonriendo hasta mí con sus brazos abiertos desde lo último
de la terraza. Y yo floté al estrecharla.
………………..
¡Aliciaaaaa! ¡Aliiiiiiiicia!
Escucho a cada rato. Y la imagino con su pelito alborotado trepando por
cualquier lugar que le parezca apropiado para ir a las alturas.
Su mamá vuelve a llamarla, pero la
nena está muy ocupada subiendo y bajando las escaleras del vecino, como si se
tratara de una carrera de resistencia.
Alicia no sabe que existo, pero
yo sí sé de ella, de cuando no quiere ir a bañarse, o cuando se hace la sorda,
pues le tocó poner las reglas del juego, cómo perder esa oportunidad.
Debe estar en tercer o cuarto
grados. Ella no cree que los humanos comemos zanahorias. “Eso es para los conejos”,
aclara convencida.
Alicia no sabe que la observo a
veces. Tengo envidia de su libertad.
Angi sabe muy bien hacer esto: morirse de la risa |
Qué mirada!!!!!! |
A que me voy y los dejo aquí solitos, sin mí. |
No resistí la tentación, me fui a jugar con el Dani y Gian. |
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