A propósito de la Declaración Conjunta de Cuba y los Estados Unidos
Buscando una historia encontré muchas.
Supe del sobrino que estuvo cerca de que se lo comieran las pirañas, del primo
que nadie aún sabe dónde está, de la hija baleada sin misericordia cuando
faltaba muy poco para culminar la travesía. Buscando una historia…
“Periodista, de eso no quiero hablar,
recuerdo y me parece que estoy de nuevo allí, en aquel calvario. Yo nada más le
digo una cosa, a mí me pueden jurar ahora mismo que si pago el viaje en lancha,
me llevarán hasta la puerta de mi casa en Estados Unidos a alguien de la
familia, y jamás dejaría que sucediera. Nadie debe vivir lo que viví”.
Está de paso en Las Tunas. La frase le
creció dentro muy poco después de que nos presentáramos. Dio tiempo a que
soltara unas ráfagas de vivencias, pequeños destellos, como para que viera que
no mentía, había demasiado dolor en el recuento pedido.
Del breve diálogo conocí del día que
caminó 50 kilómetros
por terreno angosto; de la hora que rogó por la lluvia, se moría, literalmente,
de sed y por demás, estaba todo quemado; de las veces que vio a sus compañeros
de trayecto perder el pudor y hacer sus necesidades delante del resto porque no
quedaba de otra; de lo amargo de comprobar cómo algunos olvidan hasta la
humanidad, pueden ver a otro hundido en el fango y no ayudar porque “si el guía
se te va, perdiste todo. Aquello se trata de sobrevivir”.
Escuché de las ocasiones que se
preguntó qué eran esas cosas brillantes en la inmensa oscuridad, y casi le da
algo cuando supo el origen de los puntos luminosos: la piel de los cocodrilos,
reyes de aquellos parajes. Sentimos su estupor al hablar de las olas inmensas,
de la vez que casi lo dejan porque su contacto en territorio norteamericano no
respondía y debía hacerlo para asegurarles a los lancheros la existencia del
dinero, “valga que mi socio me defendió, la gente lo apoyó y dijeron que si no
me llevaba todo el mundo se iba a bajar”.
Manatí, Puerto Padre... para él son más
que dos puntos de la geografía tunera, para él son la puerta de esos recuerdos agrios,
por donde zarpó en muchas oportunidades, y en otras ni tiempo le dio y huyó por
48 horas de la policía, pasando innombrables entuertos. Entre ceja y ceja se le
metió el sueño de vivir en la tierra de Lincoln, y tanto lo quiso que tiene el
extraordinario average de 28 intentos de salida ilegal. Una mañana le pesó
tanta queja dentro y tomó la vía de llegar por avión. Se casó con una mexicana.
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