El
cartel de la foto recibió a los clientes. Cinco palabras que le hicieron en
segundos la vida un nudo a los que llegaron a pagar su cuenta del consumo
eléctrico. Miraban y ante el mensaje en la puerta, el reclamo fue el mismo: ¿Cómo
es posible que en horario de atención al público estén haciendo una asamblea?
Para
algunos aquello significaba un verdadero descalabro. Era sábado, la jornada
laboral culminaba a las 11:30 am, por lo que reabrir la oficina esa mañana
parecía cosa de locos. Entonces solo les quedaría el lunes, si no el martes
adiós a la luz en casa. Claro, allí debían haber finalistas sin necesidad, pero
otros, y bien sabemos eso, con plenitud de razones para estar entre los
morosos.
Muchos
dijeron buenos días, quién es el último, luego posaron los ojos en las palabras
desalentadoras que se veían a la legua y con la misma se fueron “friendo
huevos” y maldiciendo. La diferencia la esculpieron quienes se quedaron y
dieron la batalla. “Debemos tocar y pedir explicaciones”, se adelantó alguien. “Yo
hablo”, animó otra persona. Y manos a la obra.
Ante
los golpes, la custodio salió y pidió de buena manera que no molestaran, pero
no fue el silencio lo que recibió a cambio. Los presentes “desembucharon” a la
vez lo que pensaban, y una voz se escuchó más alto: “Queremos ver al
responsable de este lugar, dígale que salga y nos escuche”.
“Bien,
esperen aquí”, contestó la seño, y ahí se quedó todo el mundo, cual guerreros que
aguardan combate, quizás imaginando el probable discurso de justificaciones del
director. Como esperaban lo peor se quedaron congelados cuando al salir el jefe
sin más soltó: “Ustedes tienen razón, escogimos el sábado para este encuentro
porque es el día de menos afluencia de clientes. Los vamos a atender ahora
mismo por esa ventana”.
Parecía
mentira que hubiera sido tan fácil, unos simples toques en la puerta les había
devuelto el alma a la gente, y la conciencia de su objeto a la Empresa Eléctrica.
Si se está preguntando por qué conozco tanto del suceso, enseguida le respondo:
resulta que… yo estaba allí por pura casualidad, y una vez en el lugar de los
hechos, fui de las que protesté.
Este
no constituye el típico caso de escribir de lo vivido, olvidando que pudiera
tratarse de un acontecimiento aislado. Por desgracia, el maltrato al consumidor
en nuestro país es cualquier cosa menos excepción, algo que sí tienden a ser las
respuestas ágiles de los organismos. Generalmente realizar cualquier trámite te
lleva el doble de tiempo concebido para tal gestión porque en nuestro camino se
interponen peloteos, incompetencias, desconocimientos e insensibilidades. Cuatro
elementos que juntos son puro C-4.
Firmas
que no aparecen, nombres mal escritos, la pesa de la bodega que nunca se
equivoca en nuestro favor, la mercancía que queremos revisar y nos ponen ojo de
carnero degollado, la fumigación en horario laboral que es ahora justificación
ideal para no atendernos; la comida fría del restaurante, la explicación pedida
y no dada…, tantas piedras, tantas.
Sin
embargo, usted no debe callar o acostumbrarse al maltrato. Si se siente con
razón, proteste y vuelva a protestar. No sea sumiso, defienda sus derechos. Eso
sí, con forma y educación, porque de lo contrario perderá razones, y para
librar esta contienda necesitará de todas.
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