Otros
niños fantaseaban con papalotes, él deliraba por una guitarra, su eterna “novia”.
Y a los 77 años, el domingo pasado, aquejado de cáncer, se fue de este mundo
con el mismo idilio en el centro del pecho. Ha muerto Dioscóride Tomás Borges
Fuerte, el excelso luthier tunero, uno de los más aclamados de la Isla.
“¿Usted
cree periodista?” Hubiera sido quizás la expresión suya si leyera tal elogio,
porque la modestia y la sencillez era su manera de mirarle a la vida con ojos
de hombre bueno, que se levantaba cada día para ser útil.
Por
eso narraba, aún sorprendido, grandes victorias como constructor de
instrumentos musicales de cuerdas pulsadas. Así le escuché rememorar la vez que
el concertista europeo Pavel Steiner, luego de tocar varias piezas con una
guitarra salida de sus manos, lo felicitó por la calidad de la obra. “¿Yo, un
guajirito de Tunas, admirado por ese músico de fama mundial?”, se interrogó
entonces un poco asustado.
Momentos
iguales viviría en muchas ocasiones y seguramente nunca se sintió cómodo. La
voz de su talento corrió más al conocerse de la probada maestría para restaurar.
Asombra la anécdota de cuando dejó impecable la “Sakurai” (costo original superior
a los 10 mil dólares) que llegó hasta él con el fondo rajado y no podía
sustituirlo porque perdería valor. Solo le quedó pegar cada pedacito con
paciencia “asiática”.
Eso,
paciencia, y un sinnúmero de saberes como ebanistería, matemática, física,
química y música necesita el luthier. Él los tenía, así como el ingenio para
abogar por el uso de maderas cubanas en su labor y proponer inventivas destinadas
a mejorar el sonido.
Detodo eso había en el taller de Dioscóride, pero principalmente, amor. La misma
fuerza que lo conminaba a veces a explicar a sus clientes el coste emocional
del objeto que estaban por llevar a casa. Él bien lo sabía, aquella madera
cargaba con su sudor, sus incertidumbres y pericia. Era como un mapa de sí
mismo. Pero sobre todo les hablaba de la hidalguía del instrumento.
A
los 18 años hizo su primer ejemplar de manera autodidacta y nunca más se separó
de esa “estrella”, aun cuando se jubiló como chofer. Y aunque suene increíble, solo
a los 60 recibió de manera formal clases sobre este oficio, antes bebió de
consejos y de su propia inspiración, que era inmensa.
Tanto
hizo este hombre, que cientos de arpegios de dolor salen por estos días a lo
largo de la geografía provincial. Apenas existen estudiantes, aficionados y
grupos profesionales que no le deben alguna guitarra, un tres, un cuatro, un requinto
o un laúd. Dicen que los músicos han tenido que estrechar con más cariño que
nunca a los “hijos e hijas” de Borges Fuerte, para concluir las actuaciones sin
que la tristeza les ahogue las notas. Igual deben estar ahora mismo las
“damiselas” en manos de las cantantes Míriam Ramos y Marta Valdés y otras que
andan por cuatro países.
Por
suerte, el quehacer de Dioscóride, uno de los pocos artesanos de su tipo
miembro de la Uneac,
encontró eco en su hijo, hermano y varios discípulos. Pero lo que tanto
temíamos pasó, que muriera sin que tuviera un espacio para enseñar el arte de
la luthería a personas de disímiles edades. “Estoy en la mejor disposición de
ofrecer lo que sé, no podemos perder en Las Tunas esta tradición”, me expresó
en el 2012. Qué lastima que hayamos sido tan sordos a su clamor.
Siempre
nos queda la posibilidad de redimirnos y cumplirle el sueño. Será esa la
verdadera forma de agradecerle que nos haya dejado compartir su tiempo.
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