jueves, 16 de octubre de 2014

La "damisela" que esperó a Dioscóride

“El interés comenzó de muchacho”, rememora mi interlocutor y lo imagino allá en Ojo de Agua (Las Tunas, donde nació en septiembre de 1938) correteando entre los arbustos, haciendo alguna que otra maldad, pero siempre con aquella idea fija: mientras otros niños soñaban con papalotes, él deliraba por una guitarra.
Ni pensar entonces en compras de ese nivel, estaba deprimida la situación económica familiar. Cierto día le dio por reparar una que a sus primos se les había roto, con la cual aprendió algunas notas auxiliado por estos parientes y su padre, quien escribía décimas y tocaba el tres. Pero la alegría duraría poco: unos conocidos le pidieron “su damisela”, y todavía están por devolvérsela.  
A los 18 años el mozuelo ya no pudo más con sus desvelos nocturnos imaginándose entre acordes. El bichito de constructor definitivamente “me picó. Mantenía guardadas unas plantillas de la que había arreglado y mi papá me trajo del pueblo madera y un cono de hilo de bailar trompo. Empecé a idear cómo hacerla, hasta que salió y con ella me fui a cantar a Radio Circuito (Hoy Radio Victoria, la emisora provincial)”.
Sin haber visto nunca cómo realizar un instrumento de cuerdas pulsadas, sin herencia de carpintero, ebanista o músico profesional, Dioscóride Tomás Borges, hizo su primera guitarra, la intuición lo guió, o su estrella, como diría mi vecina. 

La mudanza para esta ciudad capital lo sorprendería en los trajines de su segundo ejemplar. Justo el joven se fue a vivir al lado de un señor llamado Pedro Escobar, quien era nada y nada menos que un viejo luthier. Con él conocería las nociones esenciales y nunca, nunca más, ya fuera solo los domingos o en las vacaciones, Dioscóride dejaría de encaminarse entre maderas, trastes… arpegios; aun cuando la vida lo llevó por otros oficios y centros de trabajo muy diferentes al que tuvo desde los años 70 a los 80 del pasado siglo, en la extinta fábrica local de instrumentos.
No podía el discípulo de Stradivarius abandonar a su querubín, aquel que lo “esperaba” hasta que él tuviera minutos libres para atenderlo y mimarlo. La ocasión de gracia para ambos vendría sin dudas con el nuevo milenio, Dioscóride ya jubilado, estaba por fin, sin remilgos del destino de por medio, a las órdenes de la inspiración en su taller del reparto Aguilera. Todo marchaba en cierta calma hasta que un amigo le mostró a un destacado luthier habanero, Raúl Lage,  una obra suya y este lo mandó a buscar.  
Viajó en enero del 2001 a la capital del país, allá supo de las peculiaridades de la guitarra de concierto, y en abril regresó a esos parajes con la muestra de lo aprendido. Para probarla mandaron a buscar a un conocedor, el maestro Jesús Ortega, director de la agrupación Sonantas Habaneras, y hoy uno de los más apasionados admiradores del sagaz artesano tunero. 
 Y claro que pasó el examen, lo premiaron con la invitación a los cursos que impartiría el experto mexicano de estas artes Abel García López. Serían tres  en total desde ese calendario hasta el 2004. A la altura de sus 60 años  recibiría Dioscóride las clases de su vida. 
Precisamente, en esos encuentros, conquistó uno de los mejores elogios hasta ahora recibidos, al visitar el aula el concertista de origen checoslovaco, Pavel Steiner, quien luego de probar varios instrumentos de los aprendices, se encariñó con el de Borges y lo escogió para tocar una decena de piezas ante profesores y alumnos. El constructor miraba aquel espectáculo y no lo podía creer, ¿él, “un guajirito de Tunas” admirado por un músico de fama mundial?, demasiado para ser verdad.
Entre anécdotas, nacidas de la calidad de su quehacer, ha crecido en la Mayor de las Antillas y un poco más allá, el prestigio de este singular creador, no solo en las facetas de construcción y reparación, sino también como restaurador, actividad verdaderamente compleja, a la que le son vitales dos requerimientos: el ingenio y la paciencia. 
Todavía le está dando la vuelta a la Isla la historia de su “magia” con una guitarra Sakurai (su costo original  supera los 10 mil dólares) que llegó a él con el fondo rajado en cuatro o cinco pedazos. Perteneciente al elenco del maestro Ortega, este le aclaró que nada de sustituir la parte dañada, pues entonces perdería su valor.
“Intenté despegar esa tapa sin hacerle más daño, cuando lo logré, me dije: ahora sí, ¡vamos a luchar!” Con santísima calma unió segmento por segmento, cual rompecabezas, dio lija y otras atenciones, y cuentan que hoy nadie cree en la gravedad de aquel “paciente”.         
En el oficio de Dioscóride cada paso cuenta, ninguno puede apurarse, porque luego puede incidir en la belleza de la forma y el timbre. Pasarán meses antes de llegar al final del proceso. No puede faltar la madera adecuada, el pulimento correcto….ni los conocimientos de matemáticas, física, química, música, ni unas manos conminadas al amor, el ingrediente imprescindible según él, y la fuerza que lo anima a materializar interesantes inventivas en busca de un mejor sonido.  
Actualmente apenas existe grupo musical tunero que no le deba a la rúbrica de este miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), una guitarra, un tres, un cuatro, un requinto o un laùd. Las cantantes Míriam Ramos y Marta Valdés poseen guitarras suyas y otras obras andan por cuatro países. Muchas de sus creaciones las ha construido con madera nacional, siendo un defensor y estudioso de su uso y garantía del resultado.    
No es extraño si alguien le pide un trabajo, que se detenga  a explicar al cliente el valor sentimental de lo que llevará a casa, ganándose luego el regaño de su esposa: “Tú explicas mucho, ¿ellos entenderán?”, le dice su compañera y él confía que sí, además no puede evitar el discurso: “Yo soy así, y así voy a seguir mientras viva.”
De esa misma nobleza brota su inquietud por la producción de instrumentos de cuerdas en el territorio. Dioscóride ha logrado tener discípulos, entre ellos su hijo y su hermano, pero anhela hacerlo con apoyo gubernamental en un espacio dedicado a ese objetivo: “Estoy en la mejor disposición de ofrecer lo que sé, no podemos perder en Las Tunas esta tradición.”
Mientras el tiempo decide, el luthier de casa solo le pide salud a la vida, para continuar siéndole fiel al sueño que vino con él al mundo, esa “damisela” que sin serenatas, ni obsequios, ha estado siempre para mirarlo desde la mampara de lo posible.

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