Los
artistas son personas sensibles, a veces hasta el extremo. Su cargada dosis de
humanidad le es vital a cualquier sitio, porque sin ellos dejaríamos de
apreciar en todos sus tonos el valor de lo bello. Martí los llamó los hombres
sagrados de los pueblos.
Sucede
a veces que este gremio encuentra trabas que no debería encontrar, porque justo
están delante de quien debiera alentarlos y ayudar a materializar sus proyectos,
en caso de que el diseño demostrara pertinencia. Sin embargo, la insensibilidad
y el inmovilismo toman el mando y adiós a las ideas nobles.
Entonces,
el público termina siendo el máximo afectado, porque si los artistas son de
casa, se desaniman y redireccionan sus energías, quizás para algo cada vez
menos ambicioso en materia de influencia cultural; y si provienen de otro
territorio, marchan para no volver, como supe partió el grupo Morón Teatro,
insatisfecho con la atención dada aquí.
Desgraciadamente
en mis labores reporteriles cada vez escucho con más frecuencia relatos de
experiencias desagradables sufridas por los creadores, a partir de avisos que
expresaron y no fueron oídos, presentaciones con carencias en los
aseguramientos y no por falta de recursos, cheques atrasados por meses, premios
silenciados, y más, mucho más.
Es
verdad, en ocasiones puede tratarse de un ego que exige atención, pero no es lo
predominante. Analicemos dos ejemplos, el primero lleva por nombre la
ambientación en el restaurante El Colonial. Allí ahora, a la entrada, lucen
imponentes cinco platos de ferrocemento, fundidos por el experimentado escultor
habanero Sergio Fernández y pintados por Nelson Domínguez, Premio Nacional de
Artes Plásticas 2009.
No
fue una obra fácil de realizar, poner y exhibir. El paso inicial, porque además
de los rigores propios del diseño, los materiales prometidos nunca llegaron, y
Domínguez tuvo que buscarlos en La
Habana; el segundo, porque a la hora de fijarlos en la pared,
ciertas incomprensiones se colaron entre los andamios; y el tercero, porque al
sellar con cemento los huecos, los albañiles salpicaron de mezcla las piezas, y
estas necesitaron una labor de restauración, no compleja pero que hubiera sido
totalmente innecesaria.
“Contra
viento y marea, a sangre y fuego hemos hecho esto”, resultó la alarmante
expresión dicha a esta reportera por
el creador. ¿Se imaginan, que nos demos el torpe lujo de ahuyentar a alguien de
su prestigio, iniciativa e impronta?
El
otro suceso lo escribe en estos momentos el grupo Teatro Tuyo, ganador de
importantes lauros nacionales. Desde hace unos cinco meses no da funciones en
su sede, el cine-teatro 28 de Septiembre, por las condiciones del local.
Filtración en la cubierta, cuatro aires acondicionados rotos,
sobrecalentamiento de las líneas eléctricas y una plaga de comején edifican
algunos de los obstáculos.
Ese
recinto, desde su reparación en el 2007, no ha recibido mantenimiento. En
diciembre último la dirección del elenco entregó el listado de materiales
necesarios y ahí empezó la espera que incluyó una carta de reclamo a distintas
instancias. Cuando por fin apareció buena parte de lo pedido, comenzaron entonces a aguardar a la brigada de trabajo; esta
nunca llegó, y en julio, actores, actrices, director, administrador,
luminotécnico, sonidista, el de la taquilla… todo el mundo se vistió de
constructor y manos a la obra.
Y
así están aún, a veces parados por el cemento, en otras sacando dinero de sus
bolsillos para la gravilla, pero adelantando como pueden, tratando incluso de
hacer algunas mejoras, entre ellas, acondicionar una sala de información sobre
el universo del clown y un pantry para apoyar los ensayos. Eso por un lado y
por el otro, mejor no hablemos de que a 16 años de existencia Teatro Tuyo solo
ha podido hacer una gira provincial, y seis veces ha viajado por buena parte de
Cuba.
¿Será
muy difícil comprender cuánto daño puede causar estos dos ejemplos, cuánto irrespeto
late en sus realidades?
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