Hace
pocos días se cumplieron dos meses de sus apariciones. La 48 Jornada Cucalambena los trajo. Empiezan a resultarnos familiares y a servirnos como
puntos de referencia si alguien busca una dirección: “Mire, doble por allí,
donde está aquella pintura”.
Sus
colores y formas, hechos para halagar a la belleza citadina, convirtieron a
paredes intrascendentes en hogares del arte. La mirada se complace ahora con lo
diferente y decorativo.
El
primero vino rubricado por un hijo prestigioso de estos lares, Jesús Vega Faura (Chucho). La fiesta dedicada a Juan Cristóbal Nápoles Fajardo quiso darse el
gusto de incluir en la fecha inaugural la apertura de su mural cerámico. El
autor llegó a la cita auxiliado de muletas, se recuperaba de un grave accidente;
pero muy lejos marcharon los dolores cuando sintió el cariño de quienes le felicitaron
por la obra, justo después de decirle: “Qué bien estás”.
A
la ciudad que lo vio nacer y formarse le dedicaría este obsequio, nombrado El Balcón. Resulta el más extenso
realizado aquí (16 x 2 metros cuadrados)
y lo podemos observar frente al Centro Provincial de las Artes Plásticas, con
sus 800 losas, todas inspiradas en
símbolos locales.
Allí están las rosas, frutos de la leyenda que las nombra como las plantas primigenias de esta comarca. Soplan al compás del viento las palmas, hijas de las
campiñas, espacios de tradición custodiados en la tierra de El Cucalambé.
Entraremos conmovidos a la Iglesia
y visitaremos la Biblioteca
tras alguna novedad literaria. Y por supuesto, no faltan las columnas rondando
el paisaje, en clara alegoría a la arquitectura tunera.
Chucho
ha querido que revisitemos calles cotidianas, nuestras sin remilgos, para no
olvidar que somos un poco ellas también. Del mismo modo, Rogelio Fundora, creador de la provincia de Mayabeque y conocido como El guajiro que pinta, deseó sembrarnos en la pupila la Flor de Birama, para verla todos los días y homenajear a los versos de El Cucalambé,
aquellos que escribiera inspirado en Guarina, la esposa del cacique Hatuey.
La
modelo de Fundora no busca parecerse a ella, quiere algo más, sentirse viva en
cada mujer de campo, y por eso la apreciamos con su sombrero, ropa de trabajo,
y girasoles y azadón muy cerca. El rostro es suficiente para hablar de beldad y
fortaleza.
De
esa manera nos llegó el segundo regalo, gracias a la cortesía del gobierno de la
joven provincia occidental. Se trata de otro mural cerámico, este colocado
frente a uno de los laterales del teatro Tunas.
Muchos desconocen que con
anterioridad, la egregia Rita Longa quiso dejar su huella escultórica enlazada
a este asunto. Imaginó una mujer naciendo de una flor, y hasta pensó colocarla
en el lago de El Cornito, finca donde viviera el bardo, pero no fue posible.
"La
defensa del tema campesino y las tradiciones es recurrente en mi faena
artística. La obra quedará como recuerdo de la amistad entre los dos territorios”,
expresó Fundora a escasas
horas antes de la inauguración, sabiendo que se trataba de una página inédita.
El
escenario queda listo para el tercer y último agasajo, la ambientación exterior
del restaurante El Colonial, los cinco platos ubicados en la entrada, salidos
del ingenio de un Premio Nacional de las Artes Plásticas, Nelson Domínguez,
verdadero lujo para la gastronomía de estos predios.
En
la conformación de las piezas, hechas en ferrocemento, tuvo la ayuda del
experimentado escultor habanero Sergio Fernández, a quien le debemos una creación
en la X convocatoria de la Bienal de Escultura.
Nunca
antes Domínguez había trabajado en platos tan inmensos. Los pintó satisfecho
con la excelente labor de su ayudante, y marchó ideando hacer otros con esas
dimensiones (los más grandes tienen 1.50 metros), pero de cerámica. “Serán los
primeros en Cuba”, aseguró.
Su
colaboración parte de un concepto propio que exhorta a integrar a los artistas en
la decoración de espacios públicos como los restaurantes, para no solo complacer
al paladar, sino también alimentar el gusto estético. De igual manera impulsa
el proyecto en los hospitales, porque el arte también ayuda a curar.
“Quisiera
–confesó Domínguez al periódico- que este empeño tuviera aquí una continuidad,
que los creadores locales pudieran ver su quehacer reflejado en sitios muy
concurridos. Y claro, que el público sepa cuidar, para darnos más confianza en el
sueño”.
Ver
la instalación en la pared necesitó de enfrentar todo tipo de contratiempos,
pero ahí está, y la gente la agradece. En sus formas una lechuza nos conmina a
la inteligencia a la hora de elegir el menú, Eleguá abre los caminos y otros
símbolos como el gallo hablan de cubanía.
No
hay dudas, desde la 48 Jornada Cucalambena vivimos en una ciudad más agraciada,
esperemos también, más respetuosa, más sensible.
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