La vemos pasar y uno lo sabe, ella no es de las que se rinden. Que lo
diga si no Onilé, compañía folclórica tunera, con 20 años cumplidos este 2015.
Cada día, semana, mes, esa cofradía ha sido su batalla, un fuego cruzado de
alegrías y sinsabores.
Desde
pequeña le gustaba cantar, y aún adolescente se fue a la escuela del Caney de
las Mercedes (Granma) para ser instructora de arte. Entró en las especialidades
de música y danza, y una vez allí las profesoras de esta última manifestación
casi le rogaban porque se quedara sola con ellas: “Mija ven para acá”, insistían, alegando su estilo y tamaño.
“Y
menos mal que fui, como cantante no hubiera tenido mucho futuro”, dice la
entrevistada de La Rendija y sonríe
con picardía.
En
1977 la casa de cultura Tomasa Varona la recibió. Pudo quedarse en tierra granmense,
pero quiso volver, tenía la ilusión de fundar algo bueno aquí, en su hogar. Con esa brisa de aire fresco inició un
camino que no cerró hasta 14 años después. A todos los niveles le acompañaron resultados
elogiosos, y sentó cátedra en su labor. Fue vanguardia nacional durante una
década, pero ella, Josefina Taylor,
buscaba algo más. Una guerrera nunca se detiene. Ya usted lo verá, lector.
¿Cómo nació Onilé?
Cada
instructor debía tener un grupo representativo. La directora de entonces de la “Tomasa
Varona” me pidió montar una danza española con niñas preciosas y rubias. Esa
fue su orientación.
Me
puse a indagar en mi barrio, en el reparto México, allí habían santeras y otras
personas que preservaban la herencia yoruba. Acerqué varios de esos focos a la casa
de cultura, montamos las coreografías y ensayábamos en cualquier lado.
El
día de la presentación, invité a todos los directivos de Cultura. No había danza
española, ni niñas rubias. Todo era muy cubano y muy negro. Por supuesto, causó
disgusto en algunos, porque la discriminación racial existía y existe aún, pero
yo no me detuve a pesar de los tragos amargos.
Comencé
a investigar, a prepararme, a buscar asesoría. Y demostramos que debían
tomarnos en serio. Nos profesionalizamos en 1995. Hoy somos 34 en la compañía,
y todavía tengo conmigo a cinco fundadores.
¿Y cómo le fue delineando el proyecto?
Viví
momentos muy duros, y otros muy lindos, yo era joven como mis músicos y
bailarines y tenía mucha energía, pero sobre todo, un propósito: demostrar que
los negros podíamos hacer cultura, alejarlos del estereotipo de la vulgaridad.
A
lo yoruba incorporé el repertorio franco haitiano que es tan fuerte en la
provincia, me nutrí de todos los grupos portadores de los municipios. Además,
incluí la vertiente campesina con el rescate de los bailes tuneros. Ese trabajo
lo hice junto a Rubén Valdés, a quien
nunca olvido.
Inspirada en esos sueños primigenios, ¿qué
siente que ha demostrado?
Una
valentía extraordinaria como la de Mariana Grajales, para luchar contra lo
imposible. He logrado conservar nuestras tradiciones, algo esencial en la vida
de un folclorista, y elevar la calidad de Onilé, que se diferencia de los otros
elencos en el país por asumir la línea estética de lo franco haitiano.
Bailarines
empíricos pasaron a tener primer nivel, han cursado talleres, ejercen como profesores,
han ido a colaborar a otros países, esas son otras victorias. Ya no se habla de
Onilé como un conjunto de delincuentes, según decían algunos. Tenemos una buena
sede y gran futuro por delante.
Le
agradezco a mi madre porque me impulsó, nunca me dejó desamparada. “No te
puedes rendir”, recalcaba a ratos. Sufrí mucho, pero hoy derramo lágrimas de
alegría, aun cuando no hemos logrado completar los instrumentos de la
percusión. En estos momentos trabajamos con los tambores batá de la escuela de
arte y unas tumbadoras prestadas.
En el tiempo reciente la teatralidad
tomó protagonismo en Onilé
La
danza es el teatro, la música, y decidimos a buscar un asesor de las tablas.
Gracias a Lázaro del Risco esta parte ha avanzado.
El
último estreno, Bembé, marcó nuestra
historia, tuvo buena acogida y crítica. Es posible que este año salgan dos obras
más. La verdad, cuento con el apoyo de excelentes creadores dentro del grupo, como
Gilberto Alicio Kindelán. Nuestro sueño es llevar lo que hacemos a toda la Isla y al exterior.
Cada coreografía lleva investigación, pensemos
en lo franco haitiano, ¿qué le ha dejado esa cultura?
Mucha
fortaleza. Aprendí sus cantos, bailes, de las comidas. Su creencia es bastante
fuerte, y son enérgicos a la hora de expresar los sentimientos. Tienen una gran
diversidad danzaria, existen piezas de salón, de la agricultura, de la misma
religión santoral; hay de la alegría, del carnaval y otras tantas.
No
soy descendiente de haitianos, ni tengo santo hecho, como algunos suponen, solo
es amor a este arte, que me gusta y estoy enamorada de mi folclor. Mis abuelos
eran jamaiquinos.
Es verdad que la gente piensa eso
Creo
en Dios, para mí él es para todos, los haitianos, los yorubas…, ese es el único
patrón que sigo.
¿Y la familia cómo ha tomado su entrega
ilimitada a Onilé?
Todas
las familias, tanto la mía como la del colectivo, han sido aguerridas y nunca nos
han dejado solos, más bien actúan como promotores de nuestros espectáculos.
Tengo
una niña y un nieto maravilloso, va a cumplir 3 años, le gusta la música. Mi
esposo es militar, no tiene nada que ver con el mundo artístico, eso pudiera
chocar, pero no, él me alienta constantemente, apoya y sabe lo que he logrado
en todo este tiempo de labor. Él ha sido mi testigo.
Si tuviera que definir a Josefina, qué
diría.
Diría
guerrera, optimista, luchadora, sencilla, modesta, y revolucionaria, claro. Tengo mucho amor para hacer mi trabajo, y
seguiré enfrentando los obstáculos.
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