Hablar de la décima y su poder expresivo siempre presupone tocar el alma
de este país; oler el amanecer o mirar hacia arriba en busca del penacho de una
palma; pero también implica adentrarse en los más locos, superfluos, dramáticos
o profundos dilemas del ser humano, porque así de extensos son sus brazos.
Los
poetas ahora mismo en Cuba se pregunta si la llamada estrofa nacional, aquejada
de cierto inmovilismo, anda irremediablemente en un período de oídos sordos a
la novedad. Sueñan con que despierte de ese letargo, en caso de que el tiempo
confirme el triste diagnóstico.
Su
historia merece la oportunidad de avivarla. “De lo mejor que se ha escrito en
la poesía cubana de cambio de siglo (del XX al XXI) fue la décima. El gran
salto de los años 90 vino con ella, y ahora esto no pasa, debemos provocarnos a
entender por qué, y ayudarla a retomar su lugar privilegiado”, comenta el escritor tunero Carlos Esquivel, tres veces ganador del Concurso Cucalambé, certamen icónico de esta
variante.
MIRAR EN TODAS DIRECCIONES
Para
el autor camagüeyano Diusmel Machado era lógico esperar la calma actual, luego
de más de una década de experimentaciones. Y advierte una circunstancia
interesante.
“No
existen, como años atrás, grandes giros en la creación decimística, pero
tampoco podemos negar que entonces su estadio era bastante prematuro. Le
estaban negadas de manera ridículamente dogmática tantas libertades, que fue
casi fácil encontrar algo nuevo al dinamitar su estructura e incorporarle
cambios gráficos, sintácticos y sonoros”.
Los
cultores del metro lo entienden y por eso, a la vez que un numeroso grupo
asegura el estancamiento, no dejan de reconocer la existencia de voces
atendibles en el presente nacional.
Alexánder
Aguilar, de Granma, considera que el dios Cronos dirá a quién salvar, y habla
de libros recientes que sí han logrado la comunicación con el público.
Agradece, junto a figuras internacionales, el legado de nombres como el propio
Esquivel, y los holguineros José Luis Serrano y Ronel González que mostraron
otro camino en la deconstrucción y la carga de contenido de la décima.
VERSO ADENTRO
En
algún momento, quizás con buenas intenciones, se convirtió a la espinela en un
género independiente, “competimos en narrativa, poesía y décima, como si esta
no fuera también poesía”, afirma Carlos. A lo que Ronel González agrega: “Esas
separaciones terminaron por hacerle daño a la expresión poética”.
Y
aunque a alguien le pueda parecer improbable luego de conocer el currículo de
la estrofa, resulta un hecho la subvaloración de su presencia. Dicha realidad
anda tan entronizada que a ningún escritor se le ocurre participar con un
cuaderno de octosílabos en establecidas
y generales justas literarias de la nación, saben de antemano cuál será
el resultado.
“Hoy
en el país se premian obras que no tienen alma, y las revistas con frecuencia
legitiman una escritura sinflictiva. Yo sigo apostando por la poesía, que
incluye a la décima”, explica González.
El
Concurso Cucalambé desde su nacimiento en la década del 90 se convirtió en el
trofeo anhelado por todos los seguidores de la vertiente. En estos momentos
intenta reconectarse con esa popularidad, tras su descalabro en el 2010, cuando
perdió el respaldo en metálico. La segunda muerte de El Cucalambé, reseñaron
algunos al conocer la trágica noticia.
Sin
embargo, tanto experimentados como noveles, aunque agradecen los esfuerzos
locales por no dejar morir el premio, consideran que la alternativa encontrada
de pagarles recitales a los ganadores, constituye eso, una alternativa, “no su
propio camino, y merece el monto al directo como otros certámenes”, puntualiza
Liliana Rodríguez, de Puerto Padre, la joven que con menos edad obtuvo ese
laurel.
La
publicación de los textos victoriosos late entre los desasosiegos. En las
últimas convocatorias, amplias demoras en la salida y la presentación han sido
las constantes del capítulo, sin remedio al parecer en este año tampoco. Por
una cuestión de armonía con el objetivo del lauro y el programa cultural de la
provincia resultan inadmisibles tales sucesos. Liliana, por ejemplo, tuvo su
guirnalda en el 2013 y aún no ha visto la totalidad de los ejemplares
terminados.
Encontrar
mejores soluciones le cambiará el rostro a un panorama necesitado de más
diálogo, abrazo y debate. Ese ambiente en alguna época determinó. “Recuerdo
–dice Machado- que los encuentros eran tan ricos y estimulantes que te
seducían”.
LO QUE SOMOS
Se
acerca la Jornada
Cucalambeana, y la cita no puede dilapidar, como aconseja
Esquivel, su poder cultural y la impronta literaria, esta última a veces tenida
a menos en su programa, aun cuando el homenaje lo inspira Juan Cristóbal
Nápoles Fajardo, un escritor.
Haya
o no espacio, Ronel aboga por la autenticidad de cada poeta, no valen las
modas, ni “seguir las falsas jerarquías que se imponen, validando una propuesta
que obvia otras por caprichos, insensibilidades y falta de conocimiento”.
Mientras,
el matancero Carlos Zamora, quien en Las Tunas empezó a hacer la décima como
ejercicio serio de manos de Renael González, deja claro que este molde
estrófico no ha perdido para nada su capacidad comunicativa.
“Ningún
metro es una cárcel. Lo mejor de las tradiciones hispanas tiene que ver con el
metro y dentro de ellas, la décima. Cultivarla constituye un tributo a nuestros
ancestros literarios. Lo importante es qué expresa, incluso de qué manera se
presenta, nada laudatoria o mimética, sino que a partir de las formas tradicionales
se busquen los mismos mecanismos innovadores que existen en otros lenguajes no
métricos”.
Un
largo sendero queda por tejer. Desde esta provincia bien se puede aportar más
para construirle nuevamente el paraíso a la estrofa nacional, ahora algo
deshojado, pero con la promesa firme de no permitirle la entrada al olvido.
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