La
vemos muy a menudo, caminamos por ella, y aún no la valoramos lo
suficiente. Olvidamos o siempre hemos
ignorado su historia. Es única en Cuba, y su foto ya nos identifica. Detrás del
mármol que le da forma hay relatos de vida verdaderamente apasionantes,
escritos por todo aquel que ayudó a levantarla.
Hablo
de la Plaza Martiana.
Se hizo en pleno Período Especial, en sus cimientos faltaron los ladrillos de
cerámica proyectados en los trazos iniciales y que fueron sustituidos por otros; los trabajadores
apenas tuvieron suministros alimenticios, todo escaseaba; pero el amor, anduvo
millonario.
Su
construcción tiene de ciencia, de historia y hasta de milagro, no es solo un
monumento a la obra del autor de La
Edad de Oro, que ya eso bastaría para la sempiterna
reverencia; es una prueba viva, y no digo viva gratuitamente, de la creatividad
humana. El estudio sobre las coordenadas solares y las sombras que respalda su
existencia causaron admiración y todavía lo hacen.
Los
visitantes quedan fascinados ante el reloj y el calendario regidos por el Astro
Rey, al igual cuando saben del rayo de luz que besa la frente del Apóstol el 19
de Mayo. Bañada por la aureola del simbolismo y un esmerado trabajo social
cumplió en marzo del 2015 dos décadas de quehacer. Su creador, el arquitecto
Domingo Alás, anda complacido de lo que significa para el territorio, pero
lamenta el mal uso de muchos pobladores.
Dice
e imaginamos a aquellos que derraman vino, comida, vomitan, rompen botellas
sobre ella, rayan los escalones y las paredes, y hasta orinan en sus cercanías,
sin sospechar tal vez que las auxiliares de limpieza y las especialistas de la
institución no cuentan con agua corriente ni con los suficientes implementos de
limpieza, ¿y guantes?, ni hablar. Ahora, para colmo, el tragante más próximo ha
quedado cerrado con las remodelaciones en el tramo del bulevar aledaño a la
hamburguesería Colón.
Dice
Alás y pensamos en los borrachos del sábado por la noche que al parecer, si nos
guiamos por las quejas escuchadas, toman el lugar sin apenas resistencia. No se
trata de vestir la Plaza
con extrema solemnidad, de llegar a excesos como impedir el paso. Es un espacio
público, para pasear, aprender, sentarnos a cualquier hora; para hacerlo nuestro,
para sentirnos cerca del más universal de los cubanos. Él reina allí y como
tal, debemos respetar. ¿Será tan difícil eso?
De
igual manera el sitio necesita mantenimiento, las letras y los números sobre el
mármol muestran evidentes signos de desgaste, y un serio problema con la
electricidad impide la amplificación de las actividades y el encendido de las
luces. Su sistema eléctrico, no diseñado para instalar grandes equipos de
audios, está sobrecargado y de noche la penumbra les sirve el escenario a los
malhechores.
La
instalación soterrada vuelve costoso el arreglo, pues hay que picar parte del
piso. El proyecto de restauración presentado por los artistas Pedro Escobar y
René Peña está dispuesto a asumir ambas tareas, aunque su objetivo se ceñía a remodelar
y ampliar la oficina de la Plaza;
destinar un local para atender a personas interesadas en saber sobre el reciento
y Martí, y otro que sirviera de almacén, así como acondicionar el patio, sede
de varias acciones artísticas.
La Dirección
Provincial de Cultura ha aprobado inversiones allí para el 2015 y Patrimonio se
propone colaborar. Solo falta que se
muevan los astros de una vez y por todas, comience la intervención con la mira
en la calidad, y que, por supuesto, no se quede solo en la pintura.
La Plaza
Martiana es más que una instantánea
hermosa, un paisaje urbano digno de admirar. Nos pertenece, en ella estamos, en
ella somos.
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