martes, 3 de marzo de 2015

El caso de Ángeles y… botellas



Algunos nos llamarán incivilizados, bárbaros, salvajes; otros más académicos podrán nombrarnos zafios, aviesos y cerriles. Y para cada calificativo habrá razón.
Antes de decir más prefiero hacer una “declaración de principio”: no sigo a  Ángeles, considero que explotan demasiado su imagen y hacen poco caso a la  búsqueda musical. Pero qué le va a importar eso al batallón adolescente (y no tan bisoño) que como norma de la edad pondera la apariencia física y por eso, le regala desmayos y gritos cual rutina de comportamiento.
Debemos entender, ese público merece su espacio, al tiempo que como sociedad no cejemos en el intento de ayudar mientras crece en su formación estética. Digo esto para que nadie me crea fan, y no enturbie las razones del presente comentario.
Una botella no, tres, marcaron la diferencia entre otra historia de idilio con sus seguidores y una de terror. La primera paró el concierto cuando apenas estaba en los inicios, la segunda le dejó como recuerdo tres puntos en la frente al guitarrista y la tercera fue la apoteosis.
Después ya nada tuvo remedio, decepciones de ambas partes (que llevaron a algunos a reclamar violentamente su dinero) resultó el saldo de una noche que se anunciaba intensa, y en verdad lo fue, pero en sentido contrario a como la imaginaron sus actores.

Hablo de la presentación el pasado sábado de Ángeles en el parque 26 de Julio (la  Feria) en  Las Tunas, la cual cerraba su periplo por varios municipios, organizado por la empresa comercializadora de la música y los espectáculos Barbarito Diez para el disfrute de los más jóvenes, y que hasta su fecha en la ciudad capital había transcurrido sin sobresaltos.
De entre los asistentes lanzaron esos objetos y lógicamente hubo que cancelar el concierto. Entonces de nada valieron los lloriqueos en casa para conseguir los 20.00 pesos de la entrada, o las cuentas para ver si podía invitar a la noviecita o sencillamente no quedarse en la cama mientras el aula completa se reuniría allá.
Aquello terminó como la fiesta del Guatao, pero desgraciadamente el hecho representa más que un suceso infortunado. Habla de actitudes imperdonables, de acciones que bien pueden marcar precedentes y como mismo hoy muchos artistas se muestran admirados del cariño, la sensibilidad, la agudeza y el gusto por lo hermoso de los tuneros, bien puede empezar a contarse una historia en la que solo ganan los malos.
Cuando formamos parte de un auditorio, lo que hace uno es sinónimo de colectivo, sea para bien o para mal. Ya no se dice una gente, sino el público.
Otros factores conjuraron con la desgracia, desde temprano hubo venta de bebidas dentro de la instalación, a la hora de entrar nadie impidió el pase de frascos de vidrio con ron y a juicio de varios encuestados dentro del área bailable bien pudo haber más policías.
El peor caldo de cultivo resultan los dos primeros elementos. Queremos instaurar otra mentalidad, pero seguimos “obligando” a creer que sin bebidas no hay diversión posible. Para otras edades hasta podemos discutirlo, pero recordemos en este caso de quiénes mayoritariamente se trataba entre los alrededor de tres mil participantes.  
Por suerte y para tranquilidad de su “gente linda” de Las Tunas, como ellos gustan decir, los integrantes de Ángeles en varias llamadas a instituciones locales han dejado claro que ellos no están bravos, y que en cualquier momento tendrán otra cita aquí.
Para entonces y para cada ocasión que cualquier grupo se presente en  lugares cerrados (esta vez debió serlo porque por contrato, del dinero recaudado dependía el pago del elenco) hay que ser más estricto con las medidas de protección y castigar severamente la indisciplina. Igualmente,  la Pista Joven de la Feria merece más acondicionamiento para los bailables.
¿Será ese el pueblo que somos? ¿Esa masa disforme y acéfala, fría e inconmovible? ¿Será que no podemos ser una mejor versión? Me niego a creer que este es el final del cuento. Quiero pensar que quien o quienes se pusieron de lanzacohetes, ya sea un marido celoso, un loco o un borracho (las versiones crecen), cualquiera, ande por ahí con la cabeza baja, en señal de haber hecho algo indigno.

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