Jerarquización
cultural. Algunos dirán como los “muñe” de Elpidio Valdés, “eso me suena, me
suena"; otros no se tomarán el trabajo de conocer, y el grupo restante
sabe o le interesa adentrarse en el tema. ¿Tiene conexión ese enunciado primero
con el ciudadano común? ¿O acaso solo concierne a círculos especializados?
La
expresión está más relacionada con la vida de cualquiera de lo que se piensa. En
una de sus vertientes posee nexo con la calidad de las propuestas artísticas que
ofrecen las instituciones culturales, las cuales deben programar con frecuencia
a lo mejor del talento a su alcance para orientar al público sobre quién
posicionar entre sus jerarquías, entre lo que reconocerá como valioso.
Las
opciones recreativas en teatros, plazas, cines… a veces se nos anuncian como
buenas, pero ¿en realidad lo son? Que como espectador aprendamos a discernir si
llevan ese ribete o no constituye un proceso que empieza desde casa con todos
los referentes aprendidos en el ambiente hogareño, y continúa con los que poco
a poco otros espacios sociales nos inculcan.
Deberíamos
preocuparnos más en la familia por saber qué entienden nuestros hijos como
notable artísticamente hablando, conversar sobre ello, tener presente su
generación y dialogar sin exigencias o prohibiciones. Pero los padres pueden estar
preparados o no para eso, víctimas al final de las mismas carencias
apreciativas que engullen hoy a sus párvulos.
El
entorno filial tiene en sus manos la decisión de obviar o asumir la oportunidad
de influir en las jerarquías de su descendencia; sin embargo, quienes sí
nacieron con la misión social de aportar claridad al respecto son las
instalaciones del sector de marras, que en Las Tunas han mostrado no pocas fisuras
a la hora de conseguirlo.
Para
que esos centros cumplan con su misión intervienen muchos factores que parten
desde la propia sensibilidad de quien dirige el lugar, su conocimiento de las
artes, la capacidad de gestión suya y la de su colectivo, hasta el presupuesto
económico, ese elemento cuyo manejo se vuelve con frecuencia por su escasez en un
verdadero reto a la imaginación o el malabarismo.
En
ocasiones aquí el pobre capital se gasta en iniciativas poco atractivas,
insulsas, de exiguo valor estético, y queda relegado el artista de categoría que
debió ser protegido por la institución y mostrado al público como referente. Todo
por cumplir un programa incapaz de entender que es mejor tres buenas
invitaciones en el mes, que siete carentes de aceptación.
También
ocurre que creadores foráneos de igual o menos calidad en comparación con los
locales se llevan la mejor tajada, y aunque es necesaria la variedad, no pude
haber tal desbalance.
Cada
manifestación, sean populares o no, rentables o no, arrastra seguidores, y todas,
si cultivan arte, deben tener espacio propio. El auditorio será mayor o menor en
la medida que la instalación se preocupe por promocionar su cartelera, por
enamorar a la gente. Pero esa es otra de las dolencias del panorama cultural
tunero, apenas intenta “venderse”, entrarle por los ojos a sus contemporáneos, buscar
estrategias para que las actividades trasciendan, para que tengamos más a
menudo sucesos de público. Pensamos en chiquito, diría mi vecina.
Priorizar lo auténtico, aportativo y novedoso, siempre alejado
de lo vulgar y mediocre y lo más cercano posible a las fibras nacionales, con el empleo racional pero efectivo de los recursos, por ahí debe ir el trabajo de un
sector que se erige imprescindible para que Cuba resarza y eleve su
espiritualidad. Las jerarquías solo se legitiman con el tiempo, por lo tanto,
la constancia parece ser su mejor aliada.
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