No
fue la típica niña que le gustaba recitar, incluso, “nunca lo he hecho, de estudiante
prefería participar en el coro y el grupo de danza”. Dice y su mente vuelve a
los días de noveno grado, cuando supo de las pruebas de aptitud para la Escuela Nacional
de Arte (ENA) y decidió arriesgarse, como si se embarcara en una novedosa
aventura.
El
primer intento resultó fallido, sin embargo, sus afanes la llevaron a encontrar
asesoramiento en la casa de cultura
Tomasa Varona. El año siguiente la sorprendió en la Escuela de Iniciación
Deportiva cursando la disciplina de tiro, seguía un legado familiar de mamá
gimnasta, jugadora de voleibol, papá basketbolista y tíos también muy
atléticos. Eso hacía, pero otro sentimiento le palpitaba dentro y se fue a
probar suerte otra vez. Ahora sí, ¡ahora sí!
En
casa todavía hoy se disputan de quién ella heredó la vena artística, y al
parecer, según los alegatos individuales, “saqué un poquito de todos”, cuenta
mientras la sonrisa se le vuelve inevitable y permite que la sigamos
descubriendo.
“La ENA fue una etapa muy
importante, me dio mucha técnica. Me preparé en acrobacia, expresión corporal, dicción;
tuve profesores de gran categoría, algunos, actores de grupos como Buen Día y
Teatro de Dos, de cada uno absorbí lo mejor para poder enfrentarme al mundo
profesional, que es duro, rigoroso y no se puede tener miedo”.
Seguro
temió y teme a veces, pero no deja que los fantasmas la dominen. Por eso, cuando
hace pocas semanas recibió el Premio Adolfo Llauradó como mejor actriz, por su
intervención en la obra Gris, Yani
Gómez lo asumió como “el resumen de toda mi disciplina, entrega, constancia con
la agrupación y conmigo misma, porque me exijo mucho. No me gusta marcar en los
ensayos, los hago con la exactitud que lleva para que luego en la función el
público note limpieza”.
Una
añeja certidumbre palpita en ese lauro. "No me equivoqué al retornar a la provincia.
Siempre quise hacerlo, realizar mi servicio social y probar. En las prácticas como
estudiante estuve con todas las compañías tuneras, pero Teatro Tuyo me
deslumbró porque podía incursionar en el teatro infantil y para jóvenes. Al
cabo de 12 años de experiencia sigo pensando que trabajar para los niños
es muy difícil, pues son exigentes,
sinceros, con ellos no se puede improvisar”.
Y
echó su suerte al lado de ese elenco. “Aquí he confrontado los conocimientos de
la academia, aquí creé mi propia
personalidad artística y nació Puchunga. Jamás soñé interpretar un clown, al
inicio pensaba que los pequeños iban a salir llorando de la sala por mi culpa, porque
no me sentía preparada para hacer reír. Lo asumí porque era la estética del
grupo y con la ayuda de mis compañeros fui aprendiendo, gracias a ellos hoy
puedo disfrutar de todos los premios que hemos obtenido.
“Desde
mis inicios hasta ahora siento que he evolucionado y la compañía también. Vamos avanzando y eso me gusta”.
Puchunga
es más que un nombre, cuya sola mención te hace imaginar algo querible y
mimoso. Entre sus colores, Yani nos deja rastros. “¿Qué si se parece a mí? Bastante,
la he confeccionado a partir de mi personalidad, exagerando o bajando el tono a
algunos rasgos. Puchunga es sensible, tierna y yo también; es despistada, y la
verdad no lo soy tanto, o bueno, trato de no serlo”. Vuelve a sonreír, y ahí lo noté, igual comparten la risa de
gente buena.
Para
quien se pasó cuatro años en la
ENA inmersa en el quehacer dramático, asumir el clown era un
desafío de ribetes mayúsculos, pero ya expresa con naturalidad: “Confío en esta
técnica, porque resulta el personaje ideal para transmitir a los niños y con
los niños, es como mediar entre el adulto y el infante. El clown está en el medio,
ni es uno, ni el otro, por eso lo respeto tanto.
“Confío
plenamente en Puchunga, en Lelé, Belo, Karambola, Papote, en Chocolina que apenas
está empezando”. Enumera con cariño cada uno de sus colegas payasos, pero
especialmente… a Lelé o Leyder Puig, si usted prefiere llamarlo según el “dialecto” de la vida cotidiana.
A su lado, ella ha hecho una familia.
“Para
algunos no resulta tener una pareja de su misma rama, pero a mí me parece
genial que él sea mi esposo, porque es la persona que me ayuda y guía en el
trabajo, nos apoyamos mutuamente; cuando hemos estado mal, nos lo decimos por
las claras, eso duele, pero alguien tiene que hacerlo para poder avanzar. Así,
en la próxima puesta sientes esa presión, te exiges y esmeras más”.
María
Fernanda, a sus 3 años, ya les ha cambiado lo suficiente la vida como para que
Yani sienta la necesidad de ser extremadamente responsable. La situación se
complica si a la pequeña le da por escuchar a sus genes artísticos, que por lo
visto ya andan haciendo de las suyas.
“Hace
poco participó con nosotros en una actuación. Siempre pensé que eso sería rico,
y claro que lo disfrutamos, pero sobre todo fue estresante, porque debes estar
atenta a no salirte de tu personaje y a la vez te preocupas por ella, deseando
que lo haga bien, que no le dé pena”.
Esta
joven artista no olvida sus pretensiones dramáticas, por suerte, como reconoce,
en Teatro Tuyo no valen los encasillamientos, y en cualquier momento la veremos
retomar algunas de las puestas de esa vertiente que ha presentado en años
anteriores. “Estudié para actuar y el papel que me den lo haré siempre con el
mayor gusto posible”. Eso sí, siempre buscando no repetirse, aunque todas las
voces salgan de ella.
Recuerda
la escena de las sillas en Charivari,
obra extraverbal y minimalista, en la
que los actores cuentan su preparación para interpretar al clown, como el
momento más complicado de su andar. Pensé que hablaría de Gris, pieza que
demanda tanto de sus habilidades histriónicas y corporales. Pero no.
“Necesito
mucha concentración para ese número, es pura técnica de actuación. Me siento en
tres sillas y cada una posee un estado de ánimo diferente, que debo representar
con pocos segundos de diferencia entre uno y otro”.
Así
de complejo y a la vez hermoso resulta el universo de las tablas, siempre
infinito, retador. Según dicen, no hay marcha atrás una vez que se entra. “En
casa a veces decimos que no vamos a hablar de trabajo, o si salimos con
nuestros compañeros a una fiesta lo sugerimos igual, pero no lo podemos evitar”.
¿Y
cómo hacer para contagiar de ese entusiasmo a todo el gremio escénico local? “En
Las Tunas debemos documentarnos más, todas las artes van en progreso. Hay nuevas tendencias que debemos conocer,
estamos pobres de conocimiento teatral. No podemos dejarnos caer, o quedarnos
en la década del 90, debemos avanzar y hacer de esta una ciudad más cultural”.
Yani
actualmente cursa el cuarto año en el Instituto Superior de Arte, maestras como
la inmensa Verónica Lynn le han compartido su savia. Mientras, en el hogar, los
padres siguen siendo los pilares de su formación, el faro que sabe, jamás se
rendirá.
Ella,
solo conoce una manera de retribuirles a todos. “Siempre actuar, crear
personajes que le sigan llegando al público con toda la dulzura y el amor que les
pongo. Siempre dar la verdad en el escenario”.
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