jueves, 29 de enero de 2015

Yani quiere decir siempre la verdad

No fue la típica niña que le gustaba recitar, incluso, “nunca lo he hecho, de estudiante prefería participar en el coro y el grupo de danza”. Dice y su mente vuelve a los días de noveno grado, cuando supo de las pruebas de aptitud para la Escuela Nacional de Arte (ENA) y decidió arriesgarse, como si se embarcara en una novedosa aventura.
El primer intento resultó fallido, sin embargo, sus afanes la llevaron a encontrar  asesoramiento en la casa de cultura Tomasa Varona. El año siguiente la sorprendió en la Escuela de Iniciación Deportiva cursando la disciplina de tiro, seguía un legado familiar de mamá gimnasta, jugadora de voleibol, papá basketbolista y tíos también muy atléticos. Eso hacía, pero otro sentimiento le palpitaba dentro y se fue a probar suerte otra vez. Ahora sí, ¡ahora sí!
En casa todavía hoy se disputan de quién ella heredó la vena artística, y al parecer, según los alegatos individuales, “saqué un poquito de todos”, cuenta mientras la sonrisa se le vuelve inevitable y permite que la sigamos descubriendo.
La ENA fue una etapa muy importante, me dio mucha técnica. Me preparé en acrobacia, expresión corporal, dicción; tuve profesores de gran categoría, algunos, actores de grupos como Buen Día y Teatro de Dos, de cada uno absorbí lo mejor para poder enfrentarme al mundo profesional, que es duro, rigoroso y no se puede tener miedo”.

Seguro temió y teme a veces, pero no deja que los fantasmas la dominen. Por eso, cuando hace pocas semanas recibió el Premio Adolfo Llauradó como mejor actriz, por su intervención en la obra Gris, Yani Gómez lo asumió como “el resumen de toda mi disciplina, entrega, constancia con la agrupación y conmigo misma, porque me exijo mucho. No me gusta marcar en los ensayos, los hago con la exactitud que lleva para que luego en la función el público note limpieza”.
Una añeja certidumbre palpita en ese lauro. "No me equivoqué al retornar a la provincia. Siempre quise hacerlo, realizar mi servicio social y probar. En las prácticas como estudiante estuve con todas las compañías tuneras, pero Teatro Tuyo me deslumbró porque podía incursionar en el teatro infantil y para jóvenes. Al cabo de 12 años de experiencia sigo pensando que trabajar para los niños es  muy difícil, pues son exigentes, sinceros, con ellos no se puede improvisar”. 

Y echó su suerte al lado de ese elenco. “Aquí he confrontado los conocimientos de  la academia, aquí creé mi propia personalidad artística y nació Puchunga. Jamás soñé interpretar un clown, al inicio pensaba que los pequeños iban a salir llorando de la sala por mi culpa, porque no me sentía preparada para hacer reír. Lo asumí porque era la estética del grupo y con la ayuda de mis compañeros fui aprendiendo, gracias a ellos hoy puedo disfrutar de todos los premios que hemos obtenido.
“Desde mis inicios hasta ahora siento que he evolucionado y la compañía  también. Vamos avanzando y eso me gusta”.
Puchunga es más que un nombre, cuya sola mención te hace imaginar algo querible y mimoso. Entre sus colores, Yani nos deja rastros. “¿Qué si se parece a mí? Bastante, la he confeccionado a partir de mi personalidad, exagerando o bajando el tono a algunos rasgos. Puchunga es sensible, tierna y yo también; es despistada, y la verdad no lo soy tanto, o bueno, trato de no serlo”. Vuelve a sonreír, y ahí lo noté, igual comparten la risa de gente buena.
Para quien se pasó cuatro años en la ENA inmersa en el quehacer dramático, asumir el clown era un desafío de ribetes mayúsculos, pero ya expresa con naturalidad: “Confío en esta técnica, porque resulta el personaje ideal para transmitir a los niños y con los niños, es como mediar entre el adulto y el infante. El clown está en el medio, ni es uno, ni el otro, por eso lo respeto tanto.
“Confío plenamente en Puchunga, en Lelé, Belo, Karambola, Papote, en Chocolina que apenas está empezando”. Enumera con cariño cada uno de sus colegas payasos, pero especialmente… a Lelé o Leyder Puig, si usted prefiere  llamarlo según el “dialecto” de la vida cotidiana. A su lado, ella ha hecho una familia.
“Para algunos no resulta tener una pareja de su misma rama, pero a mí me parece genial que él sea mi esposo, porque es la persona que me ayuda y guía en el trabajo, nos apoyamos mutuamente; cuando hemos estado mal, nos lo decimos por las claras, eso duele, pero alguien tiene que hacerlo para poder avanzar. Así, en la próxima puesta sientes esa presión, te exiges y esmeras más”.
María Fernanda, a sus 3 años, ya les ha cambiado lo suficiente la vida como para que Yani sienta la necesidad de ser extremadamente responsable. La situación se complica si a la pequeña le da por escuchar a sus genes artísticos, que por lo visto ya andan haciendo de las suyas.
“Hace poco participó con nosotros en una actuación. Siempre pensé que eso sería rico, y claro que lo disfrutamos, pero sobre todo fue estresante, porque debes estar atenta a no salirte de tu personaje y a la vez te preocupas por ella, deseando que lo haga bien, que no le dé pena”.
Esta joven artista no olvida sus pretensiones dramáticas, por suerte, como reconoce, en Teatro Tuyo no valen los encasillamientos, y en cualquier momento la veremos retomar algunas de las puestas de esa vertiente que ha presentado en años anteriores. “Estudié para actuar y el papel que me den lo haré siempre con el mayor gusto posible”. Eso sí, siempre buscando no repetirse, aunque todas las voces salgan de ella.
Recuerda la escena de las sillas en Charivari, obra extraverbal y minimalista,  en la que los actores cuentan su preparación para interpretar al clown, como el momento más complicado de su andar. Pensé que hablaría de Gris, pieza que demanda tanto de sus habilidades histriónicas y corporales. Pero no.  
“Necesito mucha concentración para ese número, es pura técnica de actuación. Me siento en tres sillas y cada una posee un estado de ánimo diferente, que debo representar con pocos segundos de diferencia entre uno y otro”.
Así de complejo y a la vez hermoso resulta el universo de las tablas, siempre infinito, retador. Según dicen, no hay marcha atrás una vez que se entra. “En casa a veces decimos que no vamos a hablar de trabajo, o si salimos con nuestros compañeros a una fiesta lo sugerimos igual, pero no lo podemos evitar”.
¿Y cómo hacer para contagiar de ese entusiasmo a todo el gremio escénico local? “En Las Tunas debemos documentarnos más, todas las artes van en progreso.  Hay nuevas tendencias que debemos conocer, estamos pobres de conocimiento teatral. No podemos dejarnos caer, o quedarnos en la década del 90, debemos avanzar y hacer de esta una ciudad más cultural”.
Yani actualmente cursa el cuarto año en el Instituto Superior de Arte, maestras como la inmensa Verónica Lynn le han compartido su savia. Mientras, en el hogar, los padres siguen siendo los pilares de su formación, el faro que sabe, jamás se rendirá.

Ella, solo conoce una manera de retribuirles a todos. “Siempre actuar, crear personajes que le sigan llegando al público con toda la dulzura y el amor que les pongo. Siempre dar la verdad en el escenario”. 

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