viernes, 6 de febrero de 2015

Jerarquización, santa palabra

Jerarquización cultural. Algunos dirán como los “muñe” de Elpidio Valdés, “eso me suena, me suena"; otros no se tomarán el trabajo de conocer, y el grupo restante sabe o le interesa adentrarse en el tema. ¿Tiene conexión ese enunciado primero con el ciudadano común? ¿O acaso solo concierne a círculos especializados?
La expresión está más relacionada con la vida de cualquiera de lo que se piensa. En una de sus vertientes posee nexo con la calidad de las propuestas artísticas que ofrecen las instituciones culturales, las cuales deben programar con frecuencia a lo mejor del talento a su alcance para orientar al público sobre quién posicionar entre sus jerarquías, entre lo que reconocerá como valioso.
Las opciones recreativas en teatros, plazas, cines… a veces se nos anuncian como buenas, pero ¿en realidad lo son? Que como espectador aprendamos a discernir si llevan ese ribete o no constituye un proceso que empieza desde casa con todos los referentes aprendidos en el ambiente hogareño, y continúa con los que poco a poco otros espacios sociales nos inculcan.
Deberíamos preocuparnos más en la familia por saber qué entienden nuestros hijos como notable artísticamente hablando, conversar sobre ello, tener presente su generación y dialogar sin exigencias o prohibiciones. Pero los padres pueden estar preparados o no para eso, víctimas al final de las mismas carencias apreciativas que engullen hoy a sus párvulos.

El entorno filial tiene en sus manos la decisión de obviar o asumir la oportunidad de influir en las jerarquías de su descendencia; sin embargo, quienes sí nacieron con la misión social de aportar claridad al respecto son las instalaciones del sector de marras, que en Las Tunas han mostrado no pocas fisuras a la hora de conseguirlo.

Para que esos centros cumplan con su misión intervienen muchos factores que parten desde la propia sensibilidad de quien dirige el lugar, su conocimiento de las artes, la capacidad de gestión suya y la de su colectivo, hasta el presupuesto económico, ese elemento cuyo manejo se vuelve con frecuencia por su escasez en un verdadero reto a la imaginación o el malabarismo.
En ocasiones aquí el pobre capital se gasta en iniciativas poco atractivas, insulsas, de exiguo valor estético, y queda relegado el artista de categoría que debió ser protegido por la institución y mostrado al público como referente. Todo por cumplir un programa incapaz de entender que es mejor tres buenas invitaciones en el mes, que siete carentes de aceptación.  
También ocurre que creadores foráneos de igual o menos calidad en comparación con los locales se llevan la mejor tajada, y aunque es necesaria la variedad, no pude haber tal desbalance.
Cada manifestación, sean populares o no, rentables o no, arrastra seguidores, y todas, si cultivan arte, deben tener espacio propio. El auditorio será mayor o menor en la medida que la instalación se preocupe por promocionar su cartelera, por enamorar a la gente. Pero esa es otra de las dolencias del panorama cultural tunero, apenas intenta “venderse”, entrarle por los ojos a sus contemporáneos, buscar estrategias para que las actividades trasciendan, para que tengamos más a menudo sucesos de público. Pensamos en chiquito, diría mi vecina.
Priorizar lo auténtico, aportativo y novedoso, siempre alejado de lo vulgar y mediocre y lo más cercano posible a las fibras nacionales, con el empleo racional pero efectivo de los recursos, por ahí debe ir el trabajo de un sector que se erige imprescindible para que Cuba resarza y eleve su espiritualidad. Las jerarquías solo se legitiman con el tiempo, por lo tanto, la constancia parece ser su mejor aliada.  


No hay comentarios:

Publicar un comentario