martes, 21 de febrero de 2017

Matarile, el arte del encantamiento


Por Carlos Esquivel

Guillermo Vidal me cuenta un sueño terrible. Un atracador enmascarado le cierra el paso y lo conmina a elegir entre la vida y la literatura. Un cuchillo comienza a hundirse en su cuello, sangra, siente el dolor más allá de los términos que el sueño reproduce.
La literatura, me dice, escogí la literatura, aunque al atracador de la pesadilla le responde algo distinto. El miedo lo baña. Entiendo su metáfora como entiendo las metáforas que el sueño atrae y reprime. Estar vivo y condenado a escribir por (para) tus semejantes. Lo sabemos, o fingimos saber: se escribe porque se aprende a sufrir.
La publicación otra vez de Matarile, el mejor texto de Vidal, concurre en homenaje infinito a una escritura que descarna las esencias hacia ese viaje de fabulación interminable: la obra completa del iluminado tunero. Más que novela, Matarile traza un mordaz juego de complicidades, como si aconteciese el pleito en el que los contendientes decidieran los golpes de sus contrarios.

Lenguaje fascinado por sombras corrosivas, allí donde la corrosión despedaza y crea una forma ineludible de arte nuevo. De lenguaje nuevo. Pocos libros en este país presumen de celebridad tan inmediata. La sustancia básica pudiera ser la valentía del escritor (en terrenos que trazan disímiles frentes de batalla), su estilo abrigado por los contrastes entre una literatura gobernada por su trascendencia mística y las jugarretas del referente oral. Distinguible su humor, creado desde la subversión cínica, desde el desparpajo que reconoce la subliminalidad como materia (cultural) ultra-peligrosa.
El escritor que escribe (y vive) al margen del estatus opresivo resulta escritor muerto, o peor, falso. Ese grado de inferioridad pertenece a una incomparable matriz shakesperiana. No siempre vence el bueno. No siempre el bueno es el bueno. La literatura de Guillermo Vidal está cubierta de perdedores. Asesinos, perversos, maníacos, locos, pueblan sus delirantes secuencias. La derrota se convierte en alegoría maestra.
No son muchos los que crean un ideario con tales matices. Entiende al mejor perdedor como el que ha perdido siempre, y presume, por circunstancias de su posición, que la continuidad de derrotas no desacierta su rumbo. Los símbolos de la victoria, para él, son los de una emboscada impenetrable, más allá de su propio sentido de lugar. Desobediencia de todos los límites, incluso esos de identidades pervertidas por los demonios que las nombran.
Solo Vidal pudo convertir a una pequeña ciudad en ciudad ilustre. Las Tunas reescrita (reinventada) por el impecable discurrir de anonimatos eternos. Las Tunas, entre Macondo y París, entre Comala y Los Ángeles, entre Yoknapatawpha y Buenos Aires. Entre la vida y la literatura, Guillermo eligió un sueño raro aun para quienes conocimos el tamaño de su invención primaria: hacernos creer que permanece muerto.
A mi juicio, este autor sobresale por encima de todos los cuentistas nacidos en nuestro país en cualquier época, y Matarile representa junto a Un nombre para el griego, de Jorge Luis Hernández, Boarding Home, de Guillermo Rosales, El polvo y el oro, de Julio Travieso y Tuyo es el reino, de Abilio Estévez, las mejores novelas cubanas de los últimos 40 años.
El 17 de febrero se presentó este título en la Feria Internacional del Libro de La Habana, publicado con hermoso diseño por la editorial Sanlope. Cuando hace pocos días el "Guille" cumplió 65 años. Alguien usó la frase "hubiese cumplido 65". Ingenuos los que suponen hecho de tan falaces dimensiones.

Probablemente él siga escribiendo esa gran novela que siempre quiso hacer. Probablemente siga soñando con atracadores que lo obligan a elecciones a punta de cuchillo, o invente o habite el cuerpo del propio atracador. De cualquier forma, la escena repetirá el mismo acto de sobrevivencia. Entre vida y literatura, Guillermo Vidal continuará decidiéndose por la literatura.

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