Nació
en pleno Batey, de manos de su papá creció en el central y el azúcar nunca fue
solo un grano cristalino. La gramínea le creció dentro como filosofía de existencia,
como prenda que viaja en su pecho de hombre sencillo.
Las
Matemáticas y él nunca se llevaron muy bien, ¡ah! pero la Historia , ella sí le
escuchaba sus cuitas. Entonces decidió unir los caminos, abandonó la carrera de
Ingeniería Agrónoma en tercer año, y empezó de nuevo.
“Si
quería escribir, y yo lo deseaba mucho, tenía que mejorar mi ortografía, por
eso escogí Licenciatura en Español-Literatura”, cuenta Omar Villafruela a pocos
minutos de haber obtenido por la obra de la vida el Premio Provincial de Investigación Cultural 2015, entregado el 7 de enero último.
Muy
joven entendió el papel de la industria azucarera en los anales de Cuba, y en
esos trazos de tiempo comenzó a encontrar a su pueblo, Chaparra. Empezaron a
salir los textos, y se coronó como el Historiador de aquella comarca dulce.
“Soy
un cronista de mi época- expresa arrolladoramente convencido, y sabemos que
dice la verdad-. En cualquier lugar, por pequeño que sea, pueden nacer hombres
valiosos y ocurrir un hecho trascendente”.
A
esas marcas de heroísmo y singularidad permanece atento, y le ha contado a la
Isla de cuando Jesús Menéndez estuvo en su poblado, de la
presencia de dos chaparreros entre los expedicionarios del Granma (Efigenio Ameijeiras y Cándido González Morales),
más una larga lista de sucesos ocurridos en el sitio que lo vio venir al mundo.
Hace
pocos días la editorial Sanlope
publicó su título sobre el combate mambí de Santa María de Ocujal, acaecido en
la zona, y será una de la propuestas tuneras en La Habana durante la Feria Internacional
del Libro.
El
sello de casa sacará a la luz en el futuro cercano otras páginas de Villafruela
bajo el nombre Chaparra: gentes y
costumbres de un ingenio célebre, con 34 crónicas sobre personas y acontecimientos
de la localidad. Recientemente concluyó la síntesis histórica municipal, indagación
que abarca desde la presencia aborigen hasta el paso del huracán Ike en el
2008. Ahora mismo trabaja en un proyecto sui
géneris sobre los motes de sus coterráneos.
“Tengo
más de mil apodos y algunos llegaron hasta aquí con la emigración proveniente
del Caribe, Centroamérica y Europa a raíz de la construcción del central. Es una
suerte de diccionario porque con respeto digo de dónde vino cada uno y cómo
surgió. La verdad, me he reído mucho haciendo esta investigación”, afirma y no
puede evitar cierta picardía en la mirada.
Para
quien le gusta como a Omar contar bien y de manera atractiva sus estudios, no
hay horario fijo para la inspiración. “A veces estoy durmiendo, me despierto y
se me ocurre el final o el principio de la crónica, me tengo que tirar de la
cama y escribirlo, de ahí que en mi casa haya lápices por dondequiera”.
Habla
como si dedicarle sus años más fructíferos a la Historia no le hubiera
costado nada, como si nunca terminara de agradecer haber nacido en aquel batey.
“Lo
he asumido como parte de mi vida, ser cronista y escritor resulta mi destino. Lo
disfruto aunque no siempre reciba el mejor trato, es mi aporte, nací para esto”.
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