Los
artistas son personas sensibles, a veces hasta el extremo. Su cargada dosis de
humanidad le es vital a cualquier sitio, porque sin ellos dejaríamos de
apreciar en todos sus tonos el valor de lo bello. Martí los llamó los hombres
sagrados de los pueblos.
Sucede
a veces que este gremio encuentra trabas que no debería encontrar, porque justo
están delante de quien debiera alentarlos y ayudar a materializar sus proyectos,
en caso de que el diseño demostrara pertinencia. Sin embargo, la insensibilidad
y el inmovilismo toman el mando y adiós a las ideas nobles.
Entonces,
el público termina siendo el máximo afectado, porque si los artistas son de
casa, se desaniman y redireccionan sus energías, quizás para algo cada vez
menos ambicioso en materia de influencia cultural; y si provienen de otro
territorio, marchan para no volver, como supe partió el grupo Morón Teatro,
insatisfecho con la atención dada aquí.
Desgraciadamente
en mis labores reporteriles cada vez escucho con más frecuencia relatos de
experiencias desagradables sufridas por los creadores, a partir de avisos que
expresaron y no fueron oídos, presentaciones con carencias en los
aseguramientos y no por falta de recursos, cheques atrasados por meses, premios
silenciados, y más, mucho más.