Sus
cuadros gritan, hablan sin medias tintas, lanzan sus verdades y el público no
puede menos que escucharlas, y desgraciadamente, reconocerse además. Porque
todos tenemos una amiga o somos ese ser obviado por la violencia y los
estereotipos. Quizás peor, somos el
victimario.
La
artista se adentra en la constelación interior femenina, convulsa porque la
sociedad le depara no solo doble jornada de trabajo, sino también pruebas
emocionales más altas. Ante tal urgencia ¡qué le va importar a la pintora si
estará en las enciclopedias de aquí a 100 años! Ser útil ahora es la apetencia,
por eso siempre las mujeres de sus obras enfrentan la vida mirándole a la cara,
con una fortaleza difícil de palidecer, por más ventiscas que se arrimen.
Invariablemente
la creadora le da al espectador el gozo de hallarla entre miles. Su protagonista se cambia de dolores, de vestidos,
pero allí está con el cabello negro extenso, el cuerpo estirado, y un montón de
palabras esperando por salir y que dice desde una personalidad imponente. Lo
figurativo, el tono íntimo y los colores contrastantes ayudan a escribir estas
lecturas sobre la naturaleza humana, a la que no teme descubrirle sombras.
Yamila Coma Vargas se graduó en 1998 en la Academia Profesional
de Artes Plásticas de Las Tunas, estudió la especialidad de escultura. Ha
participado en más de 40 exposiciones, entre personales y colectivas. La
admiran en colecciones privadas de países como España, Noruega, Italia,
Inglaterra, Alemania, Francia, Puerto Rico, Colombia y Canadá. Está
considerada, sin distinción de género, en una de las relevantes voces del
panorama pictórico local.
En
el 2001 alcanzó el premio del más importante salón de la provincia La Plástica en Abril y eso
le abrió las puertas de la Unión
de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac). Muchos la pueden imaginar feminista o
una mujer sufrida. Ni una cosa ni la otra. Lo primero lo desecha igualándolo al
machismo, y lo segundo. hablando de un hogar recompensado con el amor.
Próximamente,
en el mes de septiembre, un coleccionista tunero expondrá algunas de sus piezas
en el bar-restaurante Caché, ubicado en esta localidad. Esperemos que los comensales sepan calibrar la
madurez creativa, el talento y la sinceridad que pasearán por las paredes.
Yamila en persona no es de mucho hablar, pero cuando pinta, no hay verbo que se
le resista.
¿Cómo inició el romance con la plástica?
Mi
mamá fue maestra de Primaria, impartía la asignatura de Artes Plásticas y me
crié en ese universo de macillas y acuarelas, dibujando, modelando. Siempre andaba
con la idea de imaginar y crear otros mundos. Además veía mucho los muñequitos
rusos, que sin dudas marcaron a mi generación. A ellos les debo algunas
influencias que aún hoy a veces percibo
en mis cuadros.
Tallé
muchas obras en madera, incluso en ácana, que es muy fuerte, tanto que cuando
la trincha chocaba con ella sacaba chispa. Era un trabajo duro y físicamente me
debilitó bastante. Tengo en la mano derecha desgaste en el hueso. Sin embargo
me encanta la escultura, sobre todo modelar en ferrocemento.
¿Y cuándo nació esa mujer de pelo
largo, cuerpo enjuto y voz firme?
Nació
por accidente, necesitaba una figura que representara la fuerza y la acción de
la mujer. Detrás de ella me creció como un telón de fondo, era el pelo, símbolo
de la vida y sus raíces.
Sus protagonistas están en pie de lucha,
¿así debemos vivir nosotras?
Exacto,
porque la existencia tiene muchos obstáculos, sobre todo para la mujer, y debe
saltarlos, superarlos. Hay que sobreponerse, enfrentar la realidad y estar
alerta para lo que venga.
¿Les imagina a ellas una historia más
allá de los lienzos? ¿Piensa que triunfan?
Imagino,
pero no siempre triunfan, depende del estado de ánimo y de la capacidad de uno para
ver más allá. También se lo dejo al espectador, cada cual tiene su mundo y le
dará el final que quiera.
A las claras usted es reservada y su físico
denota cierta fragilidad. En cambio, los cuadros son impetuosos, ¿está ahí la
verdadera Yamila?
Soy
muy introvertida. Mis cuadros sacan un poco lo que yo quisiera proyectar hacia
la vida. No tengo la necesidad de ser una mujer dura, porque mi esposo es bueno
y me apoya, pero sé de muchas por ahí que son aplastadas, marginadas,
violentadas. Les pongo a ellas como una máscara que denota su situación, y a la
vez les imprimo fuerza para que no se dejen vencer.
El verde y el rojo son en su estética
otros dos personajes, ¿siempre los identificó como aliados?
Para
nada, no los asumía porque no tenían nada que ver conmigo, de igual manera comprendí
que los necesitaba, su contraste me ayuda a rodear a esa mujer situada en un ambiente
de contradicciones.
Gusta de los mensajes explícitos,
¿alguien le ha confesado encontrarse en ellos?
En
cierta convocatoria del desaparecido salón Fayad Jamís, obtuve el primer lugar
con un tríptico y se me acercó una muchacha para decirme que yo había reflejado
su experiencia, supe por ella de sucesos muy violentos. Me conmocionó.
El
espectador es quien tiene la palabra, cuando uno hace el cuadro, ya deja de ser
su dueño para pertenecer a la gente que escribirá su propia historia.
Tenemos
varias galerías bien ubicadas, pero muy maltratadas. No vale la pena exponer
así, ahora mismo solo una posee buenas condiciones, la “Fayad Jamís”.
¿Es posible hacer una obra ajena al
mercado y que sea reconocida?
Es
muy difícil. He tenido un poco de suerte y mis obras han gustado en varias
direcciones, incluyendo al mercado. Sin embargo, la mayoría de los artistas
tienen que hacer concesiones para sobrevivir.
¿Continuará con su discurso pictórico?
Me
sobran motivos para hacerlo. Seguiré defendiendo a la mujer, porque en mi
familia he visto a unas cuantas sufrir por el machismo.
¿Y cómo le va en la educación de su
pequeña?
Hasta
ahora vamos bien, es una niña buena, aunque no puedo bajar la guardia, porque hay
muchas influencias negativas en la calle. Los niños son como esponjas que
recogen lo bueno y lo malo. Sin sobreprotegerlos debemos cuidarlos, conversar
con ellos. Pero creo que sí, vamos a lograr que ella sea una buena persona, es
lo más importante para nosotros.
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