El
pequeño Gian poco a poco va ganando confianza con sus nuevos “juguetes”, por
cierto, muy diferentes a los otros. No se parecen a sus carritos multicolores,
animales de plástico o al viejo caldero que a cada rato le roba a la abuela,
olvidándose de todos los sofisticados entretenimientos que le rodean.
La
24 Feria Internacional del Libro trajo a casa esas novedades. Y es que mamá
intenta inculcarle el apego por la lectura, puede que lo logre y quién sabe si
algún día cuando Giancito sea famoso declare a la prensa: “El gusto por leer me
lo enseñó mi familia”. Quién sabe. Por
lo pronto, deseemos larga vida a los noveles “inquilinos” entre sus manos y
sueños.
Una
pequeña buena historia de las varias que ojalá haya incentivado en los hogares
tuneros la gran cita literaria, la cual, para borrar la amargura de la anterior
convocatoria, vino parapetada de una amplia legión de propuestas, y las
expectativas se cumplieron.
Por
fin decimos que el público pudo elegir, dejarse sorprender, sentir que valió la
pena hacer la cola. Todavía el domingo quedaban diccionarios básicos escolares,
aun cuando resultaron por mucho los textos más vendidos. Por fin tuvimos una
fiesta, no un disgusto.
Música
para los oídos es saber que La Edad de Oro ocupa uno de los primeros peldaños
entre las publicaciones que los lectores llevaron a sus hogares, solo resta
creer ahora en el repaso consciente de esas páginas.
Otros
volúmenes como el culinario Los pollos
de mi cazuela, un clásico sobre religiones afrocubanas como lo es El Monte de
Lydia Cabrera y el infantil Cuentos de
muñecas, compilado por Magaly Sánchez Ochoa, estuvieron también entre los
más populares.
En
total se vendieron tres mil 528 títulos y 30 mil 319 ejemplares, lo que
permitió recaudar 309 mil 359 pesos y con ello sobrecumplir ampliamente el plan
de venta (260 mil). La diferencia con los guarismos del 2014 es tal que en esos
dos últimos parámetros el resultado presente hace más del doble de lo obtenido
en la 23 edición.
La
nueva estructura nacional de la
Feria, interesada en darles a las provincias fechas
exclusivas de celebración, junto a los cambios en la política de gestión
comercial de las editoriales cubanas para viabilizar las compras entre ellas,
permitieron la distribución más efectiva de los libros y que tuviéramos un paisaje
tan agradable. Ya probamos que es posible, imaginemos ahora nuevas cumbres.
A
la abundancia en los anaqueles se integró como alegría el programa más
abarcador, atractivo, con propuestas mejor intencionadas, en cuyas bondades paseó
el acercamiento de autores noveles y experimentados en un mismo espacio, y el
mayor intercambio entre las editoriales, con destaque para La Luz
(Holguín), por su obra en la edición, el diseño y el catálogo. Aunque varios de
los invitados no llegaron, los presentes supieron otorgarle altos ribetes al
diálogo intelectual.
Cada
motivo de homenaje sintió la reverencia, especialmente el escritor Carlos
Esquivel, quien al decir las palabras de despedida de la cita sugirió que la
dedicatoria a un autor tunero se asuma como característica anual. A su opinión
añadimos el hecho de que más instituciones culturales deben contribuir con ese
agasajo.
Si
en anteriores encuentros las invitaciones nocturnas andaban escurridizas y
escasas, esta vez fue todo lo contrario. Junto a las actividades literarias
brillaron las actuaciones musicales en la Plaza Cultural,
espacio que muy bien ambientado desde la plástica y el sonido abrazaba por el
día a los inquietos lectores, y por la noche,
a agrupaciones como Vocal Ancore y Danzonera.
El
municipio de Puerto Padre, tan amante de la cultura como siempre, tuvo de subsede
otra oportunidad para demostrar la pujanza de los literatos del norteño territorio,
quienes dedicaron la ocasión al historiador de la ciudad, Ernesto Carralero.
PERO…
Aunque
vivimos sustanciales cambios con respecto al calendario anterior para borrar de
una vez y por todas lastimosas memorias, no podemos obviar en este resumen
algunas cuestiones negativas que persistieron en torcerle el rumbo a la festividad.
En
la jornada inaugural dio muy mala impresión el acomodo tardío de los textos en
los puntos de venta, que para colmo no siempre tuvieron el mejor estante a su
alcance capaz de ilustrar toda la variedad existente. La atención a las
libreras, esas almas casi anónimas de la Feria, puede ser más esmerada, como por ejemplo
llevarles agua.
Los
espacios de diálogo merecieron nutridos auditorios, la realización temprano del
programa, como era el sueño inicial de los organizadores y que estuvo lejos de
conseguirse, y su promoción en las universidades contribuiría a desterrar ese
caprichoso lunar.
Imperdonables
los problemas sufridos por el escaso parque de transporte al servicio de la Feria, y otros por razones
desconocidas como fue la ausencia de equipos de audio en varias actividades, especialmente
notable en la presentación de los textos ganadores del Concurso Nacional de
Narrativa Guillermo Vidal, un momento que debió tener más realce.
Puerto
Padre y Las Tunas no pueden vivir como planetas distantes. En tiempo del suceso
cultural más aglutinador del país tiene que haber conexión, enriquecimiento
mutuo.
Podemos
mencionar otros sinsabores, pero preferimos llamar la atención en números. En el 2014 poco más de 28 mil
visitantes contabilizó el festejo, en uno de sus peores resultados; ahora la
cifra se acerca a más de 42 mil, según anuncia el Centro Provincial del Libro. Todo
muy claro, si le ponemos pensamiento, empeño, sensibilidad y recursos, no pocos
seguirán creyendo en la bella imagen de un libro entre las manos.
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