No
fue la típica niña que le gustaba recitar, incluso, “nunca lo he hecho, de estudiante
prefería participar en el coro y el grupo de danza”. Dice y su mente vuelve a
los días de noveno grado, cuando supo de las pruebas de aptitud para la Escuela Nacional
de Arte (ENA) y decidió arriesgarse, como si se embarcara en una novedosa
aventura.
El
primer intento resultó fallido, sin embargo, sus afanes la llevaron a encontrar
asesoramiento en la casa de cultura
Tomasa Varona. El año siguiente la sorprendió en la Escuela de Iniciación
Deportiva cursando la disciplina de tiro, seguía un legado familiar de mamá
gimnasta, jugadora de voleibol, papá basketbolista y tíos también muy
atléticos. Eso hacía, pero otro sentimiento le palpitaba dentro y se fue a
probar suerte otra vez. Ahora sí, ¡ahora sí!
En
casa todavía hoy se disputan de quién ella heredó la vena artística, y al
parecer, según los alegatos individuales, “saqué un poquito de todos”, cuenta
mientras la sonrisa se le vuelve inevitable y permite que la sigamos
descubriendo.
“La ENA fue una etapa muy
importante, me dio mucha técnica. Me preparé en acrobacia, expresión corporal, dicción;
tuve profesores de gran categoría, algunos, actores de grupos como Buen Día y
Teatro de Dos, de cada uno absorbí lo mejor para poder enfrentarme al mundo
profesional, que es duro, rigoroso y no se puede tener miedo”.