Por Zucel de la Peña Mora y
Antonio Raúl Oliva Leyva
Envejecer es como
escalar una gran montaña; mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la
mirada es más libre, la vista más amplia y serena.
Ingmar Bergman
Ñico se va
quedando dormido en su butaca mientras por Multivisión
transmiten un documental de Animal Planet sobre los cementerios de elefantes.
Dice una leyenda africana que allá iban a pasar sus últimos días los
paquidermos moribundos. Al final, eso no pasó de ser más que un mito, no muy diferente a El Dorado o la Atlántida.
En las
mañanas, cuando el frío le carcome los huesos, como si un nido de bibijaguas
habitara en su interior, busca siempre el lado más cálido del patio, antes que
el Sol caliente demasiado.
Él es de la
época de cuando los hijos pedían a los padres la bendición, les decían usted, no se atrevían a fumar frente a
ellos y solicitaban permiso para hablar. En algún momento de su vida, quiso
recibir el mismo respeto y soñó con tener descendencia; pero, al llegarle la
oportunidad, cerró la puerta con un: “Tienes que abortar, no estoy preparado
para eso”, sin saber que aquel sería su único chance.
Hoy, a la
altura de 70 años, mira hacia atrás y se siente regocijado por las decenas de
metas que concretó, pero comprende cuán mal hizo al desechar la opción de ser
papá. “Periodistas, cuando uno es joven no piensa que llegará a viejo y necesitará
compañía, amor y cuidados. En esa edad uno se cree invulnerable.”
Aun así tuvo
suerte y hoy no está solo. Gracias a una sobrina anda limpio y superó los tiempos
de depresión, debido a su último divorcio y las enfermedades que aparecieron
para colmarlo de achaques. Desde hace una década asiste a la Casa del Abuelo, y allí se
pasa el día. Junto a sus contemporáneos y el personal del centro ha formado
otra familia, “mi bálsamo”, como gusta decir.
A él le agrada
aplicar la psicología, siente que la ancianidad es una suerte y por eso discute
con su amigo Toño, sentado en un balance cercano, cuando expresa: “Llegar a
viejo es una desgracia, hasta ayer a mí no me dolía nada y de pronto soy una
calamidad. Y lo más terrible, mis hijos me gobiernan, yo no existo para dar una
opinión, solo para hacer mandados. El colmo fue que un vendedor el otro día me
creyó chocho y quiso estafarme.”
Ñico lo
exhorta a contarle a su familia cómo se siente, pero Toño considera realmente
que la vida terminó para él. Mientras conversan llegan las seños de la Biblioteca Provincial a realizar una actividad y
después el barbero se dará una vueltecita a ver quién necesita un corte. El
ambiente se anima, y por un buen rato la ciática, la diabetes, la hipertensión
y la artritis parecen asuntos de la ficción y no el molesto concierto de
dolencias que no quiere salir del cuerpo de todos.
Clara se
alegra y le da por decir: “Mientras estemos vivos hay que hacer algo.” Esa frase ahora le sale natural, pero años
atrás no hubiese sido capaz de enunciarla. Quedó viuda, perdió al hombre que
por más de cuatro décadas durmió a su lado y compartió cada momento. Sus
nervios estallaron. Pero en esta institución mejoró y su hija hasta se pudo ir
de misión internacionalista. Por la tarde la nieta la espera y comparten las
labores hogareñas.
Al lado de Clara,
en otra silla, está Panchita. Su familia le paga todos los días el bicitaxi de ida y vuelta para que no camine
mucho. Eso está bien, pero en casa no quieren que se mueva, como si ella, que
bien pudiera haber sido la protagonista de Francisca
y la muerte -el cuento de Onelio Jorge Cardoso-, tuviera algún interés en estar
en una urna de cristal.
Ñico mira a
sus compañeros y entiende que el reto de Cuba es grande. Recuerda a su vecino
Esteban, combatiente de la
Clandestinidad , siempre carbonero y gente de campo. Ahora,
por las enfermedades y la imposibilidad de caminar de su esposa, se mudó para
un cuarto en el hogar de su nuera. Parece un pajarito encerrado y sufre porque
depende de otros. Con la chequera ha tenido problemas, la Asistencia Social
no acaba de responder y por otro lado lleva casi un año en espera de su
prótesis dental.
Todos deseamos
llegar a viejos, y todos negamos que
hayamos llegado.
Quevedo
El Censo Nacional
de Población y Viviendas en septiembre del 2012 declaró que en Cuba habitan 11
millones 163 mil 934 personas. De cada 100 de ellas, alrededor de 18 suman más de 60 años. Lo que
ubica a la Isla
en una elevada tasa de envejecimiento, la más alta de la región
latinoamericana, al tiempo que posee la más baja de fecundidad.
En el caso
de la provincia, en el momento censal había más de 90 mil 800 personas de la
tercera edad, solo un punto porcentual por debajo de la media nacional. De ellas,
246 son centenarias. Si recordamos que poseemos la mayor esperanza de vida al
nacer del país (79, 28 años), se comprenderá que la situación del Balcón de
Oriente requiere una urgente respuesta.
Estudios
recientes alertan que para el 2025 este será el país más envejecido del
continente, con alrededor del 26 por ciento de habitantes sexagenarios o con
más edad sobre sus hombros. Y confirman que Cuba nunca llegará a los 12
millones de habitantes porque hemos tenido tres décadas sin reemplazo
poblacional. Desde 1978 no queda una hija por cubana que la sustituya en el
futuro cercano en la procreación.
La
esperanza de vida al nacer ha ido creciendo, actualmente ronda los 77 años.
Nacemos menos y vivimos más. Salen más de la vida laboral y entran menos.
Cuando me
dicen que soy demasiado viejo para hacer una cosa, procuro hacerla enseguida.
Pablo Picasso
Ñico se
pregunta si existe eso que habla la psicóloga: saber envejecer. Entiende que significa
mucho más que resignarse a ser viejo. ¿Es acaso luchar contra lo imposible? Se
trata de aprender a vivir con el conflicto de a veces tener la mente joven y el
cuerpo en otra época, ver morir a los amigos de la infancia; entender que
debemos aceptar la ayuda de otros, que es posible paliar el efecto de los años
con atención médica y ejercicios físicos.
Se dice
todo a sí mismo y tararea bajito el lema de unos vecinos suyos: El círculo de abuelos Alegrías de Vivir,
lucha por un hermoso porvenir, incorpórate a mi club, de ambiente juvenil, no
lo pienses más. Fuerte, saludable, siempre estarás. Sonríe y alguien le
dice si se está acordando de alguna maldad. Pero no hace caso y en ese momento siente el deseo
de convencer a cualquiera que las canas no son sinónimo de inutilidad, ni de
condena a una jaba para la bodega.
Buscar el
momento para el entretenimiento, el amor; ver lo bueno de la etapa, como la
posibilidad de dar consejos; disfrutar de los nietos y reír con sus travesuras
sin el estrés de ser los padres, no resultan ideas locas. Él lo asume así.
“Ojalá nos hayamos ganado el cariño de nuestros familiares”, concluye en silencio.
En sus
cavilaciones no solo dialoga con los de su grey, también les habla a Cuba y a
la familia. La segunda porque en ella está el embrión de la atención y el
respeto a la tercera edad, la que debe entender que los ancianos no son niños,
pues verlos así implica decidir por ellos; ni tampoco el cuarto de desahogo de
la vida agitada de sus miembros.
Y la
primera, cada vez con más canas, porque el envejecimiento poblacional late
entre sus mayores retos. La
Seguridad Social deberá trabajar a un ritmo de eficiencia que
está muy lejos de alcanzar y tendrán que multiplicarse las casas de abuelos y
hogares de este tipo. El sistema de Salud potenciar las especialidades
geriátricas y la economía encontrar la fórmula de supervivencia. Hasta en la
vía habrá que tener más cuidado con tantos ancianos deambulando.
Ñico sabe
que la misión es titánica; sin embargo, alguna vez leyó que el arte de
envejecer es el arte de conservar alguna esperanza, y en eso está, para dejar
las arrugas solo en su cara y que no pasen al espíritu.
Llega la
hora de irse a casa de la sobrina. En el trayecto, un niño le ayuda a cruzar la
avenida. Otro gesto para entender a la psicóloga. Mientras se aleja, su andar cadencioso y
pausado recuerda al de un hermoso y sublime animal de la pradera africana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario