jueves, 3 de abril de 2014

Payasos por cuenta (im)propia

Dos fotos (1x1), 30.00 pesos de sellos y una cuota mensual de 100.00 pesos bastan hoy para sacar una patente de payaso, para legalmente ir de casa en casa en temporada de cumpleaños con juegos y canciones a embelesar a los niños y “oxigenar” el bolsillo. ¿Es eso ser un payaso? ¿Una función? ¿Un trabajo? ¿Solo se trata de vestuario colorido, zapatos grandes, maquillaje exagerado, la nariz roja y cuatro piruetas?
Disímiles personas responderían que sí, víctimas de los abundantes malos referentes a lo largo de sus vidas. Qué otra cosa podían alegar, si les han convencido de que un clown es hacer payasadas, auxiliado de números escénicos menores y con la risa como único objetivo. Algo fácil, simple, ente casi exclusivo de los espectáculos de variedades.
Muy pocos llamarían a este personaje un actor y le adjudicarían la seriedad y el estudio que esa acepción entraña. En Las Tunas hemos tenido suerte. El grupo Teatro Tuyo desde hace algunos años nos ha abierto las mamparas de un mundo distinto, donde respira la máxima: “Todos llevamos un payaso dentro”, pero aclarándonos que no todos tenemos la capacidad de encontrarlo y mostrarlo. 

Universo donde ser clown significa una actitud ante la vida, un estado y no una calificación profesional. Donde encontrar la voz propia, su identidad, siempre muy parecida al humano que le da vida, lleva tiempo y preparación técnica, para que las rutinas y los gestos se presenten de manera natural.
Este elenco nos ha dejado ver la ruta del buen gusto y el respeto al público, dignificando a esa estética, desterrándola de las álgidas comarcas del mercantilismo, para permitirle la vida en el paraíso del arte. Sus miembros, siempre tras un mensaje edificante, han pensado en los niños, pero también en los adultos.
Imágenes de la obra Gris de Teatro Tuyo 
Recientemente concluyó aquí con éxito el II Taller Nacional de Payasos, lidereado por ellos. En una de las sesiones teóricas esta reportera escuchó vivencias de artistas foráneos sobre la seriedad de la manifestación y cómo incluso entre los directivos de Cultura hay recelos con esta línea creativa.
Definitivamente escasean quienes la miren como un terreno fértil para el ingenio, la emotividad y la comunicación de valores, más allá del puro entretenimiento. Tan diversas implicaciones convierten en polémica la existencia de una patente que le dé luz verde en los feudos del cuentapropismo, máxime cuando no hay chequeos de las aptitudes o la calidad de la propuesta.
Este heredero del bufón y el arlequín es un artista, pero no lo sentimos  totalmente así. Piense, lector, a ver si nos atreveríamos a imaginar permisos similares para escritores o cantantes. Se puede ser un buen clown de cumpleaños, como mismo se puede ser un gran payaso terapéutico, encargado de aliviar con su trabajo el estrés de los pequeños encamados por largas estadías en los hospitales y sometidos a procedimientos dolorosos. El teatro y el circo no constituyen las únicas opciones.

Lo delicado y riesgoso del primero de esos campos es que el protagonista no sepa o entienda el rigor de su quehacer, así vaya a cantar La gallina turuleca; no asuma la responsabilidad que implica la nariz roja y el traje multicolor, y solo piense en las arcas particulares, prestando un servicio nada barato por cierto.

Opte por despilfarrar esa simpatía que su aspecto le asegura entre niños y padres antes de emitir palabra alguna. Decida ignorar la sensibilidad y pierda la ocasión de expresar, ya sea desde lo cómico, lo absurdo, lo ridículo, lo inesperado o lo exagerado, qué encarna ser un discípulo de Trompoloco.  

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