Por Carlos Esquivel
Guillermo Vidal me cuenta un sueño
terrible. Un atracador enmascarado le cierra el paso y lo conmina a elegir
entre la vida y la literatura. Un cuchillo comienza a hundirse en su cuello,
sangra, siente el dolor más allá de los términos que el sueño reproduce.
La literatura, me dice, escogí la
literatura, aunque al atracador de la pesadilla le responde algo distinto. El
miedo lo baña. Entiendo su metáfora como entiendo las metáforas que el sueño
atrae y reprime. Estar vivo y condenado a escribir por (para) tus semejantes.
Lo sabemos, o fingimos saber: se escribe porque se aprende a sufrir.
La publicación otra vez de Matarile, el
mejor texto de Vidal, concurre en homenaje infinito a una escritura que
descarna las esencias hacia ese viaje de fabulación interminable: la obra
completa del iluminado tunero. Más que novela, Matarile traza un mordaz juego
de complicidades, como si aconteciese el pleito en el que los contendientes
decidieran los golpes de sus contrarios.