Ya
está Fidel, el nuestro y del mundo, en el altar sagrado del cementerio Santa Ifigenia. Y allí, la gloria histórica en reposo, que es lo mismo que decir en
pie de lucha, lo recibe.
Como
madre protectora, Mariana Grajales quiso tocarlo antes que nadie. A él no
tendrá que mandarlo a empinarse, ese hijo que hoy, 4 de diciembre, llega a su
regazo empinó a un país, una tradición de lucha, una filosofía de vida, un
canto sentido a lo más noble del ser humano.
Encabezan
la guardia de honor los generales libertadores Guillermón Moncada, José Maceo y
Flor Crombet, les siguen en una enorme fila, solemne y de rostro iluminado,
sus compañeros del Moncada, del Granma, de la lucha clandestina, del Ejército
Rebelde, del internacionalismo.
Todos
visten de verdeolivo, en señal de que irán a su lado, sin importar el cruce de
épocas o si lucharon con un machete o un fusil, sobre un caballo o desandando la Sierra Maestra.
Camina,
camina lentamente, mira a su alrededor, siente el Sol; a los que lloran les
pide sosiego, tranquilidad. La mayor prueba de que vive es estar precisamente
allí, donde tantos hombres y mujeres que admiró combaten, alertan, no dejan
morir el espíritu de lucha de este país, y actúan como lo que son, el más leal
y valiente escuadrón de refuerzo.
Prosigue
la marcha y no puede dejar de escuchar que en una esquina llena de flores, el
trovador Pepe Sánchez entona el primer bolero del que se tiene noticias en la Isla , Tristezas. Le acompaña
con el armónico Compay Segundo.
Desanda
la explanada. Ahora es él quien se conmueve. En el alto próximo una bandera
gigante se alza al viento, lo esperan dos padres fundadores, dos hombres que
ahora mismo no sabe cómo definir, y lo ha hecho tantas veces, pero verlos allí,
recibiéndolo, es algo indescifrable. Solo los abraza, no dice palabras. Primero
lo acoge Carlos Manuel de Céspedes: "Mi hijo, mi hijo", afirma la voz
redentora de La Demajagua ,
el Padre de la Patria.
Luego
José Martí lo acoge en su pecho, es un largo, un larguísimo encuentro, el más
esperado, el más estremecedor. El Apóstol pasa su mano sobre la cabeza del
Comandante: "Gracias por no dejarme morir", expresa. No lo siente
vástago, lo siente él mismo, como si una prolongación de su cuerpo pequeño
hubiera ido a habitar en aquel ser de alta estatura, física y moral.
"Tenemos mucho de qué hablar", lo despide El Maestro.
Casi
llega a la morada definitiva, una piedra pulida, austera, hermosa. No le hace
falta obeliscos o torres para renacer. Justo a la entrada un joven todo carácter,inteligencia, Frank País, lo aguarda. Le acompaña su hermano Josué, Pepito Tey,
Tony Alomá y Otto Parellada. Un "cumplimos", le sale de bien adentro
al guerrillero que dijo: "Si salimos, llegamos; si llegamos, entramos; si
entramos, triunfamos". Todos se estrechan al unísono.
Después,besa a Rosario García, la madre de los País, ella le da su bendición y no hace falta mayor o más resguardo. La
puerta a la eternidad se abre.
Ya
descansa, que es lo mismo que decir está en pie de lucha, el Líder de la Revolución Cubana ,
Fidel Castro Ruz, en el cementerio Santa Ifigenia, el tercero más antiguo de
Cuba, el que se inauguró precisamente en 1868, el año en que esta nación se
levantó en armas y nunca más las bajó, a pesar de las treguas intermedias.
Monumento
Nacional desde el 19 de mayo de 1979, el egregio camposanto hoy sumó otra razón
para ir hasta sus predios, poner flores y hacer un examen de conciencia. Hasta
la victoria siempre, Fidel.
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