El Socucho ya no es para mí solamente un lugar de asueto,
de risas infantiles y barcos que surcan la hermosa “sabana” azul. Desde
septiembre último es todo eso y algo más importante: el hogar de Enrique Luis
Navarro Barlys (Tino) y María Magdalena Mosquera Montada.
Con pasmosa hidalguía ambos surcan sus 89 años, como si
el salitre les hubiera concedido el secreto de la eterna juventud. Muchos
aseguran que son los más longevos del lugar. Desde 1951 tienen allí su vivienda,
que al inicio solo fue para los fines de semana y años después se convirtió en
morada permanente. Aquel era un sitio casi deshabitado, de mucha vegetación y el
barco resultaba el único medio de acceso.
“Construí la casa para mi papá, estaba enfermo de los
nervios y el médico aconsejó que este ambiente le haría bien. Para hacerla le
pedí permiso a la capitanía, porque esto era de la marina de guerra”, dice él,
y ella ratifica: “Oiga periodista, y es verdad que el viejo mejoró mucho”.
Hijos naturales tienen siete, pero postizos suman
cientos. Allí, en su portal, al que solo le faltan 30 metros para besar el
mar, reciben a amigos y desconocidos, y los salvan con frecuencia de la sed y
el hambre.
Han visto todo en el Socucho, la llegada de nuevos vecinos,
de la Revolución ;
la muerte de seres queridos que no necesariamente tenían su misma sangre; la huida de balseros que antes de irse le han
dejado un: “Sigan aquí comiendo fongo”. Todo lo han visto, menos los ciclones,
porque cuando esos fenómenos vienen enseguida la Defensa Civil los evacua.
“Recuerdo la vez -cuenta
María- que para abandonar el país se llevaron el remolcador del agua y detrás
iban siete chalanas. Tanto que se estaba luchando por salir adelante y robaron
lo que nos traía el agua. Pedí a un guardia que le tirara al fondo a ver si lo
soltaban, pero me respondió que no podía disparar”.
Tino es de mar, nació en el cayo Juan Claro y trabajó en el Puerto de estibador durante 40 años. Lleva sobre su espalda no solo el
recuerdo de tantos sacos de yute con más de 300 libras que bajó
diariamente de 11 carros matutinos y 11 vespertinos; también los abusos de la compañía
yanqui cuando falseaba las cargas, ponía pesos muy superiores a los que afuera
decía el envase y obligaba a alzarlas, sin contar que no pagaba el excedente
robado.
“Mis compañeros terminaron jorobados y eran jóvenes
-confiesa mientras mueve el bastón que carga entre sus manos. Cuando Fidel visitó a Carúpano dijo que venía a salvar a los obreros del Puerto, y no era para menos. Yo me jubilé en el 81” .
María es de campo, de Blanquizal, y contra todo
pronóstico no le gusta mucho andar cerca de tanta agua salada, solo el amor la
ha plantado por aquellos rumbos. “La mujer tiene que estar donde esté el
marido. Y a mis hijos, que me salieron buenos, les gusta cantidad aquí. Nunca
trabajé en la calle, Tino me dijo que no podía porque se había casado para que
la mujer lo atendiera y estuviera a su lado. Acepté, he sido feliz y él todavía
está enamorado de mí”.
No lo pronuncia, lo afirma, como quien sabe que 68 años
de matrimonio es prueba suficiente. ¿Cuál es la fórmula para tanto? ¿El mar
tendrá culpa?
“Puede ser
-sugiere Enrique. Al inicio yo conversé con ella y le expliqué que cualquier
cosa que no le gustara de mí la dijera. No es eso de estarnos gritando,
ofendiendo. Les pueden preguntar a nuestros hijos si han escuchado entre
nosotros palabras de ofensa”.
Cuando se enamoraron María admiró de Tino su carácter
serio, cariñoso y amante de la familia. Él encontró unos ojos bondadosos, una
gran cocinera y…: “Mire periodista -señala la foto de la boda-, dígame si no
era linda esa señora. Tenía un cuerpo precioso”. Y sí, aquella dama debió parar
el tránsito.
Conversamos en asientos hechos por el hombre de la casa, siempre
fue de decisiones propias. La misma resolución que se le notaba cuando recogía
a toda la prole para ir al Raíl en la chalanita. Él se daba sus traguitos,
pescaba y la esposa y los niños jugaban en la orilla. “Tuve dos barcos, uno me
lo robaron y el otro lo vendí cuando me plantearon que debido a las salidas
ilegales si ellos no tenían carné de pesca no podían montarse. Para qué conservarlo
si yo lo quería para eso”.
El verano siempre ha roto la tranquilidad y el silencio
que durante todo el resto del año disfrutan estos “patrones” del Socucho. Es
buena la paz, sobre todo para María que lleva un marcapasos.
Antes, cuando no había carretera, venían en temporada
estival dos o tres barcos desde Puerto Padre, ahora llegan caravanas de
camiones. Muchas personas saben, y ahora yo también; pero otros desconocen que
por doquier están las huellas de dos seres que allí han construido su patria,
traduciendo el mar, la vida.
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