“Vamos a ver periodista, si sé contestar todas
las preguntas”, dijo y ahí supe de su sencillez, la misma que creció ante mis
ojos cuando lo tuve enfrente y empezó a comentar lo que yo nombro hazañas, y él,
suceso común.
Leonides
Rodríguez Pupo tiene 49 años, de ellos 24 dedicados a la empresa de aceros inoxidables Acinox-LasTunas. Desde
que puso por primera vez sus pies allí, ha estado en la Instalación de Vaciado
Continuo (IVC), donde el acero líquido pasa a sólido. Un impresionante hilo al rojo
vivo cae en los moldes de las palanquillas y se convierte en duro metal.
Decir
casi cinco lustros en otros trabajos resulta cosa simple, pero dentro de una
industria como esta, es asunto de gallardía, de empeño. Hablamos de mucho
tiempo de aguantar altas temperaturas, malas noches; de enfrentar el riesgo de
posibles daños en la vista, quemaduras o exposiciones radiactivas. Hay que ser
muy disciplinado con los medios de protección.
Ni
los reclamos de su madre: “Niño, vete de ahí”, lo han alejado del puesto de
operador de vaciado. “Cuando entré aquí, periodista, esto estaba en pañales, las
producciones de planchones al carbono iniciaron en marzo del 92 y yo me
incorporé en abril. Las averías eran frecuentes por falta de experiencia, casi
todo lo hacíamos manual, faltaba la tecnología automática de hoy. Antes debíamos
estar dos o tres horas de pie, manteniendo el nivel con una palanca, ahí,
mirando el acero llegar al molde, con mucha presión sobre uno.
“Ahora
la mayor preocupación es medir la temperatura cada 10 minutos, si baja le damos velocidad a la máquina de
vaciado para que el acero bascule más rápido y no se enfríe”.
Llegó
a Acinox con fortunas en el currículo. “Después de regresar del Servicio
Militar en Angola, partí a Checoslovaquia por convenio de Cuba para trabajar en
una fábrica de automóviles Skoda. Era inmensa y
cada cinco meses y medio nos cambiaban de área para aprender el proceso
completo.
“Fueron
años buenos, conocí a Alemania y Hungría, pero sobre todo, aprendí de la
cultura del trabajo, cumplir con la norma, la disciplina, la limpieza, hacer la
entrega eficiente al otro turno… Recientemente vi un carro moderno de esa marca
y ni se parece a aquellos que fabricábamos”.
El
derrumbe del campo socialista suspendió la holgura, y la industria tunera
recibió a Leonides para volverlo testigo de momentos jubilosos como los récords
productivos que allí se hacen añicos continuamente; y de otros malos, al calor,
por ejemplo, del Período Especial, cuando los
inversionistas extranjeros dijeron adiós y la comida era terrible. Ni aún
entonces, él abandonó.
Los
peligros, cual fantasmas, sí no saben de épocas de vacas gordas o flacas.
“Estuve en la primera secuencia que se hizo en palanquilla. Significa que
cuando termina una colada (la cazuela llena de acero líquido llega a la IVC, cae en pequeñas calderas
y de ahí a los moldes) vienen más inmediatamente. Como faltaba práctica, al
abrir el sello las chispas inundaron todo y me quemaron en la espalda. Antes solo
concluíamos una colada en el día, ahora cuando no hacemos tres o cuatro en el turno
nos sentimos mal”.
La
historia de osadías viene desde Angola, allá fue controlador de vuelos. “Pasé
tremendo susto con dos pilotos rusos. Traían alimentos para las tropas cubanas,
y no cogieron la pista que les dije, al darse cuenta ya esta se había acabado,
y así no podían aterrizar.
“Los
cuatro motores de su avión An-12 se estremecieron y pensé que iban a morir. No
dejé de alertarlos del error. Buenos como son los rusos, hicieron una maniobra
perfecta, se elevaron otra vez, solicitaron permiso para bajar y llegaron sanos
y salvos. Luego quisieron conocerme, me abrazaron con fuerza, y hasta se
tiraron fotos conmigo frente a la nave. Ellos eran unos blancos de siete pies y
yo un niño vestido de FAPLA. Me dieron postales
del Kremlin”.
Leonides
es uno de los tantos que tras decir los buenos días en la empresa, pregunta por
las coladas. Piensa en la hora del pago, claro, pero además, “sé que si completamos
más de 10 mil toneladas por mes, el país avanza. Duele mucho cuando paramos por
asuntos que no dependen de nosotros”.
Ese
mismo sentido de pertenencia le permite explicarme cual ingeniero avezado, todo
el proceso metalúrgico dentro de Acinox, incluyendo la composición química del
acero y los contratos extranjeros. Lo miro, y parece lo que es, un cacique.
“A
la fábrica le hace falta invertir en ella, aun con la poca tecnología a nuestro
alcance logramos muchísimo”, afirma quien ha preferido ser siempre operador sin
más rango, cuando otros de igual recorrido califican como jefes de brigada. “Me
siento bien así”, confirma.
Él
sabe que en el trabajo no le pueden revolotear los problemas de casa, pero en
los últimos tres meses eso está resultando muy difícil. El más pequeño de sus
dos hijos, de solo 19 años, debutó con insuficiencia renal crónica y la hemodiálisis
ha sido la salvación. Es duro, y Leonides aunque ha bajado de peso, aguanta,
pero no se queda cruzado de brazos.
“Estamos
haciendo los análisis para ver si le puedo donar un riñón, yo quisiera que fuera mañana mismitico, pero
sé que debo tener paciencia”. Entiende que si el trasplante procede deberá
salir de la IVC
para cuidar su salud, será otro golpe, pero un hijo lo merece.
Se
reconoce a sí mismo como alguien servicial, honesto. “Creo que hasta ahora no
tengo enemigos”. Por estos días atiende a jóvenes que se adiestran en su área. Ojalá
los discípulos comprendan la altura del maestro, un hombre grande en su
sencillez, que conoce cada arteria de aquel monstruo de hierro, porque allí ha
puesto su vida.
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