Tenía
que ser allí, porque allí está la poesía, exista Festival o no. Su gente la
resguarda entre las miradas y gestos de nobleza, entre los paisajes
grandilocuentes de montaña y mar.
Me
gustó conocer a Pilón, fue como visitar la inmensidad, la belleza.
¿Se
imaginan a una tropa de campesinos en plena Sierra Maestra, sentados escuchando
con delicada atención a poetas leer sus versos? Pareciera la escena de una
película imposible, pero como digo, aquel paraje resulta único, y no solo por
sus frutas que saben a maravilla.
El
grupo literario Sur, nacido en esos lares hace 26 años, quiso que el talento
para escribir también fuera sello de la serranía, y los talleres empezaron a tejer
caminos, nombres, obras, publicaciones, y lo mejor, una comunicación con su
gente.
“Desde
el inicio teníamos una máxima, no se podía leer nada en cualquier actividad sin
que antes ese texto no se hubiera discutido entre todos. Había que respetar al
pueblo”, cuenta a La Rendija Alejandro Aguilar,
quien comparte el tiempo entre las labores de coordinación del grupo y su
trabajo en el laboratorio del hospital del poblado.
La
idea de hacer una cita con autores de casa y foráneos cayó por su propio peso a
solo dos años de nacida la perseverante cofradía. Ahora mismo el certamen vive su 24 edición, esta vez con carácter
internacional al recibir literatos de países como México y Perú. Por la Isla asisten bardos de
Santiago de Cuba, Matanzas y Las Tunas, una provincia que ha sido muy fiel a
esta invitación.
Tal
abrazo con el mundo es posible gracias a que el festejo de Pilón forma parte desde
el 2010 de la Red
de Festivales de Nuestra América, y está conectado fraternalmente con el de La Habana.
Si
a Alejandro le hubieran contado eso hace dos décadas atrás, la incredulidad
hubiera hablado por él.
“Desde
el inicio siempre ha sido la misma idea, ir con nuestros versos a los centros
de trabajo, lugares históricos, a las comunidades, sobre todo a las rurales; además
reflexionar sobre asuntos diversos, presentar textos…, pero nadie imaginó que
lográramos tanto”, concluye.
Y
tiene razón. La riqueza de “Al sur…” hay que cuidarla como joya de mil kilates,
porque brilla en el apego visceral de los pobladores a la cita. Solo hay una
causa para eso, la poesía es cosa cotidiana allí. Está lo mismo en el café carretero que en la brisa limpia, muy limpia, que acaricia a todos. Y como bien
sabemos, un poquito más de poesía no le iba hacer mal a nadie.
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