Sus
cuadros gritan, hablan sin medias tintas, lanzan sus verdades y el público no
puede menos que escucharlas, y desgraciadamente, reconocerse además. Porque
todos tenemos una amiga o somos ese ser obviado por la violencia y los
estereotipos. Quizás peor, somos el
victimario.
La
artista se adentra en la constelación interior femenina, convulsa porque la
sociedad le depara no solo doble jornada de trabajo, sino también pruebas
emocionales más altas. Ante tal urgencia ¡qué le va importar a la pintora si
estará en las enciclopedias de aquí a 100 años! Ser útil ahora es la apetencia,
por eso siempre las mujeres de sus obras enfrentan la vida mirándole a la cara,
con una fortaleza difícil de palidecer, por más ventiscas que se arrimen.
Invariablemente
la creadora le da al espectador el gozo de hallarla entre miles. Su protagonista se cambia de dolores, de vestidos,
pero allí está con el cabello negro extenso, el cuerpo estirado, y un montón de
palabras esperando por salir y que dice desde una personalidad imponente. Lo
figurativo, el tono íntimo y los colores contrastantes ayudan a escribir estas
lecturas sobre la naturaleza humana, a la que no teme descubrirle sombras.