viernes, 26 de diciembre de 2014

A su manera

Seguramente exagero, pero me disgustó un poco la expresión, por más que quien la dijo no parecía tener malas intenciones. En plena guagua un señor le comentó a otro: “Cómo que no sabes lo que vas a cenar el fin de año. En mi casa el puerquito ya está escuchando la conversación. Lo asaremos, porque el 31 de diciembre no se puede comer otra cosa”.
Me conmovió la cara triste del hombre interpelado. Él, solo atinó a levantar los hombros en señal de no tener explicación y calló, se consumió en un profundo y melancólico silencio, mientras su fastidioso interlocutor seguía contándole con detalles los preparativos.
Una sutil presión social latía en las palabras que le arrojaron encima. ¿De veras no andar el último día del calendario con el “mamífero nacional” a cuestas resulta algo bochornoso? ¿Acaso lo más importante es lo que te comes o con quién te lo comes en una fecha tan simbólica como esa?
La tradición habla de puerco asado, arroz congrí, yuca con mojo y ensalada. Qué rico. ¡Qué ricooooooo! Adiós a dietas o certezas médicas de un menú poco saludable, consumido a deshora. Mejor no pensar en esas menudencias, dirían muchos. Hasta yo lo digo.

Algunos desde bien temprano compran el cerdo y lo engordan en casa; ahorran para eso y lo consideran un gasto inviolable, porque sentirían mucho no ver el hermoso espectáculo de toda la familia reunida al lado del animalito en la púa, oliendo sabroso y abriendo el apetito a metros a la redonda.
Hay quien tanto gusta de ese ritual que para él pierde la “gracia” si mandan los perniles a asar o se opta por cenar en un complejo gastronómico, al estilo de otros que evitan el humo y los vagos reticentes a darle vueltas al macho, como llaman a los puercos en Santiago de Cuba.
Pero a veces la situación habla de imprevistos, de necesidades más urgentes, de imposibles, de cuentas que ni siendo magos dan la cuenta, y entonces, el glamour culinario que tiende a ilustrar el 31 de diciembre se reduce a poner bonita la mesa, adornar un poco los platos sin tantas calorías en su interior y sentarse juntos a comer.
Si ese es su caso, no debe disculparse con nadie, ni nadie debe asombrarse por el bajo perfil de su celebración. Si usted comparte la comida con el amor de su vida, con el hijo o los hijos tan imprescindibles para su dicha; si tiene vivos a sus padres, abuelos, hermanos y están ahí; si en una silla contigua un gran amigo o amiga le saluda u otro ser querido, usted, está festejando por todo lo alto.
Cuando estaba en la Universidad un querido amigo me contó que, como casi todos los niños cubanos, entre los que me incluyo, el Período Especial lo obligó a ir a la Primaria con alpargatas muy alternativas, dígase “chupamiao” (no sé si se escribirá así) en lenguaje popular.


A él le daba vergüenza y sus papás le hicieron creer que unos célebres faraones egipcios usaron el mismo calzado. Mi compañero se lo creyó y desde ese día partió orondo a las clases con sus zapatos de tela y suelas de gomas de tractor.
Como ve, desde pequeños podemos estar azotados por la vergüenza de poseer  menos o de no andar a la moda. A veces nos preocupamos en demasía por eso,  y en el camino quedan asuntos pendientes más relevantes como ganarnos el respeto de todos por quienes somos y tener mucho amor propio para no sentirnos disminuidos ante nada ni nadie.

Este fin año preocúpese por estar colmado de calor filial. Ojalá lo logre, pues no es una jornada para la soledad. Luego y solo luego, procure hacer una velada especial, en casa o fuera, y coma lo que quiera o pueda. A las 12:00 de la noche bote agua para la calle, queme el muñeco o solo piense en bien, desee lo mejor para los suyos y para este país que ha terminado el 2014 estremecido con noticias emotivas, y se le avecinan no pocos desafíos. 

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