Rendirse,
aunque algunos le duela, siempre será más fácil, o por lo menos más expedito.
Decir no, cerrar puertas, dejarlo para después, no intentarlo, asumir que es
imposible. Siempre ese atajo llevará a menos carga sobre los hombros, que si
nos atrevemos a abrir murallas o enfrentar la desidia. Es verdad, es más fácil
rendirse, pero también más infame.
En
la Cuba de hoy
organizar un evento cultural puede convertirse en un perfecto ejercicio de cómo
volverse loco en pocas horas. Demasiados famélicos presupuestos, abusos de
criterios economicistas; pero sobre todo, mentes estrechas, incapaces de la
creación.
Sin
embargo, sucede que si tiramos los guantes dejaremos de alimentar aquel hermoso
concepto que asegura ver la calidad de vida más allá del plato comida diario y
el techo seguro, para también priorizar otros universos como los valores
espirituales, artísticos, el conocimiento del mundo y la recreación placentera.
Con
esa verdad en la mano, que subscribo fervientemente, imagine usted, lector, mi
frustración cuando sentí la mala energía que hirió la XX convocatoria del festival deapreciación cinematográfica Cinemazul 2013, en mayo pasado.
Algunos
de sus organizadores dejaron claro que estaban cansados, muy cansados de la
tortura anual en la que se estaba convirtiendo armar una invitación con todas
las de la ley, entre otras razones por la carencia de un movimiento vivo de
cineclubistas. Allí hasta se sugirió el fin del Festival, y no pude menos que
imaginarlo crucificado, mientras sus responsables lo miraban con caras largas.
Debatir
sobre el Séptimo Arte, por el simple gusto de hacerlo, es el santo grial de esa
ocasión, considerada todavía única de su tipo en Iberoamérica. ¿Permitiremos
que muera en las aspas de los molinos? Me pregunto si luego de una historia de
dos décadas, no es más prudente echar a andar la exigencia para que los
cineclubes funcionen, se revitalicen, busquen iniciativas de vida y no de
muerte súbita.
En
su momento escribí sobre esto, pero un hecho reciente me hizo volver al tema.
La cuarta edición del Encuentro de Orquestas de Guitarra debía efectuarse en el
calendario recién despedido, y como pudimos percibir, la nada lo abdujo. Ni
siquiera vino el despertar tras la exitosa gira por la Isla de la anfitriona “Isaac
Nicola”, en la que los elogios de expertos del instrumento decidieron ser sus más fieles arpegios.
Y
no podía haber reencuentro, entre otras culpas a mayor nivel, porque la empresa
comercializadora de la música y los espectáculos Barbarito Diez no previó
cuando debía, en los gastos y dolores de cabeza, la realización de la cita. La
directiva de la institución aseguró a 26digital que lucharán por el desarrollo este año de dicha propuesta
cultural, incluso idearán la manera de no repetir las pocas luces que la han
lacerado.
El
maestro Jesús Ortega, máximo promotor de ese abrazo musical, ya lo dijo con
todas las palabras: si Las Tunas no reacciona buscará otra provincia donde
hacerlo. Y retorno a preguntarme, por qué tachar una perfecta oportunidad para
desarrollar la manifestación y mostrarle al país la encumbrada enseñanza de la
guitarra que respira aquí.
Seguramente
estos no son los únicos casos de pronóstico dudoso, pero sí unos de los de
mayor repercusión territorial. En lo que respecta al dúo de marras, mi
optimismo aún se reserva su más alto decibel. Estas palabras no son un lamento,
prefiero que sean un grito, a ver si en verbo exaltado, no llegamos a la
resolución beisbolera, de dos, cero.
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