Dos veces en la misma semana,
imposible no escribir. Primero fue en el memorable concierto de Omara Portuondo en el Teatro Tunas. Mientras la Diva
del Buena Vista Social Club cantaba temas nacionales tan queridos como Dos gardenias (Isolina Carrillo), Veinte años (María Teresa Vera y
Guillermina Aramburu), Lo que me queda
por vivir y Amigas, ambos de Alberto Vera, yo pensaba en los jóvenes que
caminaban en ese momento frente al recinto cultural. ¿A cuántos le hubiera
gustado entrar?
Pocos días después en el
mismo escenario, ante un público mayoritariamente infantil se presentó la
compañía argentina La Cigarra ,
formada por niñas y niños descendientes de cubanos o relacionados con nuestra
cultura de alguna manera, casi siempre filial. Los pequeños de la tierra extranjera
vinieron a bailar en casa del trompo y no pudieron ser más elocuentes.
Estremecieron al Teatro, allí
se movió hasta el más pinto, ya fuera sentado o de pie. Interpretaron con
algunas licencias rítmicas, composiciones como el Chan Chán (Compay Segundo), El
cuarto de Tula (Sergio González); hicieron alegorías a Los Zafiros y hasta
cantaron un danzón, ese género que para muchos adolescentes y jóvenes de
nuestro país constituye pura arqueología. Al terminar el espectáculo escuché a alguien
decir evidentemente apenado: “Viste la clase de cubanía que nos acaban de
dar.”