Caricatura de Ramsés |
Como
peces fuera del agua, sí, esa fue la sensación que nos robó la tranquilidad, cuando
al llegar a La Habana
para un Diplomado sobre Comunicación del Patrimonio, luego del deslumbramiento
inicial, empezamos a preguntarnos qué hacíamos allí.
Mi
querido colega y yo, hijos de una ciudad quemada tres veces, sin pomposos monumentos
arquitectónicos ni calles adoquinadas ni fuentes aristócratas. Nosotros, rodeados
de párvulos de las villas fundacionales y de invitados de la República Dominicana , Costa Rica,
México, Ecuador y Bolivia, todos con asombrosa riqueza edificada, y para quienes
el verbo salvaguardar, sonaba a rutina visitada y no a pasmosa novedad como a
sus contertulios del Balcón de Oriente.
Pasaron
los días, y la teoría resultante de cada jornada, que lo mismo llegó ataviada de la formalidad del aula que del
improvisado y bienhechor coloquio grupal sin momento fijo, dejó caer de un
porrazo la contraseña de aquel ahogo que compartía con mi estimado amigo.
Aunque
jamás nos reconocimos como unos neófitos en la historia local, la inquietud
venía, sencillamente, porque para nosotros apenas existía aquí algo digno de
comunicar entendido como Patrimonio, no teníamos identificados en su abarcadora
magnitud los valores del terruño.
Y
el esclarecimiento nos dio para más. Comprendimos que la turbación
experimentada en un plano íntimo, resultaba el mismo mal de Las Tunas a escala
global, uno muy diestro en restarle entendimiento y sensibilidad culturales. Nuestro
azoro, no era otra cosa que resultado de ese proceso.
Como
provincia, la Capital
de la Escultura
en Cuba, no ha logrado un programa capaz de colocar a su merecida altura este
tópico, proliferando la falsa idea de carencias de singularidades locales
importantes y el rostro volteado ante la urgencia de conservar inmuebles
notables. Y si alguien quiere comprobarlo, pregúntele a cualquier tunero del
municipio cabecera (donde por tal condición pudiera haber cierto ambiente menos
ajeno al concepto): ¿Vive usted en una ciudad patrimonial?, y lloverá un doloroso
y estridente NO.
Ante
la insuficiente familiarización con el tema, parecerá cosa de románticos adjudicarle a cada pueblito de la tierra de
El Cucalambé (poeta bucólico más importante del siglo XIX cubano), como las
tienen, sus guirnaldas en este campo, todas merecedoras del estudio, la preservación,
conservación, promoción y para cerrar el ciclo, la transmisión. Pues el Patrimonio
es un constructo cultural que adquiere valor y sentido para su hacedor y heredero,
transformándose en el tiempo y siendo un escenario donde se puede expresar la
huella del hombre en su devenir.
Pecamos
de solo asociar tal universo gnoseológico con los grandes edificios, desconociendo
que además del material, existe el patrimonio natural (geológico, biológico y
paisajístico), el subacuático, el sonoro, el gráfico, el industrial… y por
supuesto el inmaterial, asociado a las tradiciones, las artes del espectáculo, los usos rituales y
actos festivos, los conocimientos de la naturaleza y el universo, las técnicas
artesanales… Alzándose Las Tunas en los dos últimos apartados como madre fecunda
con el legado de la industria azucarera y la cultura espiritual y material
campesina, respectivamente.
También
hemos obviado olímpicamente las bondades económicas de un uso adecuado del Patrimonio,
pero eso es trama de otro comentario. Por lo pronto concluyo aclarando que
aunque existen entidades de primera mano responsables, hablo de un asunto al
cual infaustamente le es vital un resbaladizo vocablo: todos, pues así de
diversa resulta su nómina de actores. Que el final de esta obra sea trágico o
esperanzador, está en nuestras manos hoy.
Por
estos días la ciudad parece entrar en razón con el proyecto Imagen, consagrado
a revitalizar arterias importantes y devolver el esplendor a variadas
edificaciones, todo mirado de cerca por la dirección de Patrimonio en la
localidad. Bien puede aprovecharse este esfuerzo para que la conciencia de una
buena vez decida florecer y en cada tunero lata el orgullo de vivir en una urbe
patrimonial.
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