domingo, 4 de diciembre de 2016

Fidel ahora lucha desde Santa Ifigenia

Ya está Fidel, el nuestro y del mundo, en el altar sagrado del cementerio Santa Ifigenia. Y allí, la gloria histórica en reposo, que es lo mismo que decir en pie de lucha, lo recibe.
Como madre protectora, Mariana Grajales quiso tocarlo antes que nadie. A él no tendrá que mandarlo a empinarse, ese hijo que hoy, 4 de diciembre, llega a su regazo empinó a un país, una tradición de lucha, una filosofía de vida, un canto sentido a lo más noble del ser humano.
Encabezan la guardia de honor los generales libertadores Guillermón Moncada, José Maceo y Flor Crombet, les siguen en una enorme fila, solemne y de rostro iluminado, sus compañeros del Moncada, del Granma, de la lucha clandestina, del Ejército Rebelde, del internacionalismo.
Todos visten de verdeolivo, en señal de que irán a su lado, sin importar el cruce de épocas o si lucharon con un machete o un fusil, sobre un caballo o desandando la Sierra Maestra.
Camina, camina lentamente, mira a su alrededor, siente el Sol; a los que lloran les pide sosiego, tranquilidad. La mayor prueba de que vive es estar precisamente allí, donde tantos hombres y mujeres que admiró combaten, alertan, no dejan morir el espíritu de lucha de este país, y actúan como lo que son, el más leal y valiente escuadrón de refuerzo.

Prosigue la marcha y no puede dejar de escuchar que en una esquina llena de flores, el trovador Pepe Sánchez entona el primer bolero del que se tiene noticias en la Isla, Tristezas. Le acompaña con el armónico Compay Segundo.
Desanda la explanada. Ahora es él quien se conmueve. En el alto próximo una bandera gigante se alza al viento, lo esperan dos padres fundadores, dos hombres que ahora mismo no sabe cómo definir, y lo ha hecho tantas veces, pero verlos allí, recibiéndolo, es algo indescifrable. Solo los abraza, no dice palabras. Primero lo acoge Carlos Manuel de Céspedes: "Mi hijo, mi hijo", afirma la voz redentora de La Demajagua, el Padre de la Patria.
Luego José Martí lo acoge en su pecho, es un largo, un larguísimo encuentro, el más esperado, el más estremecedor. El Apóstol pasa su mano sobre la cabeza del Comandante: "Gracias por no dejarme morir", expresa. No lo siente vástago, lo siente él mismo, como si una prolongación de su cuerpo pequeño hubiera ido a habitar en aquel ser de alta estatura, física y moral. "Tenemos mucho de qué hablar", lo despide El Maestro.
Casi llega a la morada definitiva, una piedra pulida, austera, hermosa. No le hace falta obeliscos o torres para renacer. Justo a la entrada un joven todo carácter,inteligencia, Frank País, lo aguarda. Le acompaña su hermano Josué, Pepito Tey, Tony Alomá y Otto Parellada. Un "cumplimos", le sale de bien adentro al guerrillero que dijo: "Si salimos, llegamos; si llegamos, entramos; si entramos, triunfamos". Todos se estrechan al unísono.
Después,besa a Rosario García, la madre de los País, ella le da su bendición  y no hace falta mayor o más resguardo. La puerta a la eternidad se abre.
Ya descansa, que es lo mismo que decir está en pie de lucha, el Líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, en el cementerio Santa Ifigenia, el tercero más antiguo de Cuba, el que se inauguró precisamente en 1868, el año en que esta nación se levantó en armas y nunca más las bajó, a pesar de las treguas intermedias.

Monumento Nacional desde el 19 de mayo de 1979, el egregio camposanto hoy sumó otra razón para ir hasta sus predios, poner flores y hacer un examen de conciencia. Hasta la victoria siempre, Fidel.


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