jueves, 23 de octubre de 2014

Sin arrepentimientos, instructora de arte

● Este 20 de Octubre, la brigada José Martí cumplió 10 años de vida. En ese tiempo solo dos instructoras de arte han obtenido en Las Tunas su Premio Especial. Aquí va la historia de una de ellas.

Costó encontrarla. Y con tan solo verla tuve la certeza de que mi viaje, llamadas a deshoras y molestias a terceros valdrían la pena: estaba ante un alma buena. Y nada desamorado o frío podía salir de aquel diálogo.
No pasábamos del saludo y el dibujo de la pregunta inicial cuando me soltó de sopetón: “Eso del baile yo lo traía en la sangre”, mientras rememora toda la parentela que es músico y por tanto, ella no podía dejarlos solos en la escena.
Con esas dotes, el barrio y la escuela primaria la vieron miles de veces deslizar su cuerpo entre pasos de coreografías y ritmos de moda o tradicionales. La Secundaria Básica no fue diferente. El noveno grado le trajo un regalo del cielo: la apertura de la carrera de instructor de arte.
“En el otorgamiento de beca me llegó Comercio, y dudé un poco, pero me fui por lo que más me gustaba, el mundo de la cultura. Y nunca me arrepentí”.
¿Tuviste buena preparación como instructora de danza?
“Sí, las asignaturas hicieron énfasis en las danzas cubanas, pero estudiamos bastante el folclor internacional. El ambiente de la escuela ayudaba mucho al crecimiento, no solo por el período de prácticas, sino además por los grupos artísticos que formamos dentro del centro”.
Y de la graduación en el 2004 en Villa Clara, allá donde Fidel los llamó valientes abanderados de la cultura y el humanismo, ¿qué recuerdas?
“Me sentía terriblemente nerviosa. Por fin cumplía mi sueño, y para más felicidad estaba el Comandante en Jefe. Cuando me vi con el título en las manos fue un momento inolvidable, una emoción...

"También resultó una fecha triste -y su mirada pasa del brillo a la palidez- porque allí Fidel tropezó y se cayó. Todos nos conmocionamos, lo sentimos mucho. Recuerdo sus palabras pidiendo encarecidamente que no suspendiéramos las actividades, que él estaba bien”. 
Vendría entonces el tiempo de probarse como trabajadora, de intentar materializar sus ambiciosas ilusiones. La primera escuela en recibirla fue el seminternado Julián Santana. “Aunque otros directores no entendían nuestra misión como formadores de proyectos culturales, allí recibí apoyo, me lo gané con mi trabajo. En esa época tuve la gran ayuda del promotor Ricardo Lara, él era entusiasta y, como a mí, le gustaba lo que hacía”.
Más tarde la Universidad de Ciencias Pedagógicas la acogió. “Un cambio total, ahora debía tratar con jóvenes. Pero no fue problema, lo mío era cumplir con rigor, respetando a los alumnos y dándome a respetar. Recuerdo con cariño a la profesora Aleida Best, de Extensión Universitaria, ella fue mi tutora de la tesis de Licenciatura (en Educación, especialidad, Instructora de Arte), en la que presenté los resultados con los niños de la 'Julián Santana' en la enseñanza de los bailes tradicionales tuneros”.
Otro rumbo se avecinaba, la ESBU Wenceslao Rivero. “Edad compleja, aunque gracias a mi carácter, no tan recto, pero tampoco tan flexible, apenas tuve contratiempos. Organicé un grupo de aficionados muy bueno, con la mano cómplice de la directora”. 
En cada uno de esos centros educacionales mi entrevistada no se permitió dormir en los laureles; citas estudiantiles, comunitarias y jornadas cucalambeanas la tuvieron de protagonista. Poco después, el arribo a la casa de cultura Tomasa Varona marcaría un giro brusco. Cuando pisó su suelo ya había sobrecumplido los años de quehacer a los que su graduación se había comprometido (5). Y aún estaba enamorada de aquel camino.
Allí los requerimientos y las preocupaciones fueron mayores; llegó a ser hasta jefa de área de danza, y aunque el triunfo le sonrió muchas veces, empezó a desalentarse porque las exigencias subieron a una temperatura alocada, la evaluación y el salario reflejaban esa presión, y su hoja de servicios dependía del interés creativo de otros. Pasó lo que debió evitarse, ella decidió responder a los sueños que siempre les habían tocado los extras de su tiempo.
“Enseñar es lo que más me gusta, pero sin dudas también me complace bailar. Como estudiante y trabajadora, pertenecí al conjunto artístico Cueybá y del grupo Perdance fui bailarina y coreógrafa. Luego, integré Danza Show, donde tuve la posibilidad de evaluarme como profesional en el 2012, y escogí dedicarme a esa carrera”.
¿No extrañas andar entre alumnos?
“Sí, lo extraño, pero ese sentimiento lo alejo bailando. Debo aclarar que no he dejado de ser instructora. Aquí en la comunidad por voluntad propia mantengo mi trabajo con los niños. En estos momentos no puedo, pero volveré a hacerlo. Tampoco me he ido de la Brigada, aunque oficialmente sea ahora otra mi profesión”.
Un embarazo de seis meses es el motivo que la tiene tan tranquila en casa. En enero ya tendrá en sus brazos a la pequeña Aneliz, quien desde la barriga de mamá parece dejar claro que también le gustará sacudir el esqueleto. “Por las noches le pongo música y ella se mueve”, dice sonriendo. Y como mismo hacía con sus elencos de infantes y jóvenes, aguarda su primer parto cosiendo trajes, o mejor dicho, la canastilla.
Un momento triste y otro alegre de tus aventuras como instructora
“Cuando estaba en el 'pedagógico' tuve algunas decepciones, en el primer Festival de la FEU no pude hacerlo bien, me faltó protagonismo a la hora de estimular a los estudiantes para que participaran. Y entre los alegres escojo la visita de Abel Prieto, entonces Ministro de Cultura, cuando uno de mis grupos de aficionados se presentó y recibió felicitaciones”.  
Pensé que hablarías del Premio Especial de la Brigada
“Eso fue muy emocionante. El Premio se da por los resultados como instructor de manera general, en tu carrera estudiantil, la calidad de las unidades artísticas y el desenvolvimiento como practicante de la manifestación que escogiste. Lo recibí en el 2012, en ese año fui la única de todo Oriente. Viajé a La Habana a buscarlo, y otra vez estaba muy nerviosa. Para qué te cuento, decían mi nombre, y yo ni escuchaba”.
¿Te sentiste merecedora de ese galardón?
“Más o menos, porque a veces me pongo a pensar en lo mucho que me falta por hacer”.  
¿En los estudiantes encontraste razones que validaron tu esfuerzo?  
“Lo sentí sobre todo en la 'Wenceslao'. Allí me propuse poner a algunos de los más indisciplinados y que tenían problemas familiares en las agrupaciones, porque la danza ayuda a la interrelación, al comportamiento, al desarrollo integral del ser humano.
“Me costó motivarlos, pero insistí, llegué a tener un grupo muy destacado. Todavía hay padres que me saludan, y hasta algunos de los alumnos escogieron ser instructores, incluso en la especialidad de danza. Me los encuentro y me dicen: 'Profe viste, soy como tú'. Todo está en la forma en que les hables, en que intentes llegarles, si trabajas por trabajar no lograrás nada”.  
¿Por qué seguir en la Brigada?
“Me gusta estar ahí, aunque ha tenido sus altas y sus bajas”.
¿Cómo la sueñas tú?
“Le falta protagonismo y tiene el potencial para hacer todo lo que quiera. Quitémonos el miedo, si anhelamos hacer algo vamos a intentarlo con todo, a pesar de las incomprensiones, la falta de apoyo y tantos pro y contras. Hagámonos sentir, ganémonos el espacio con el trabajo. Ahora tenemos un presidente muy entusiasta, solo nos queda intentarlo”.   

Un rico café puso pausa en el diálogo. Lo tomé con gusto. Bisnalvis Valdivia Peña, a sus 29 años, acababa de demostrarme que desde la sencillez se escriben las grandes historias. Su mamá, el papá, los cuatro hermanos y el esposo son los fervientes testigos del valor de su frase en la despedida: “No me equivoqué cuando elegí la carrera, a ella le debo mucho de lo más hermoso que he vivido”. 

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