lunes, 25 de agosto de 2014

Concierto a la siniestra

Mano zurda, escribe tú/ y que la derecha hable
que se confiese culpable/ del milenario tabú
Alexis Díaz Pimienta

● El 13 de agosto el mundo celebró el Día Internacional de la Zurdera, instituido desde 1984 por la UNESCO, entre otras motivaciones para concientizar sobre las ventajas y desventajas de ser así.


Mi mamá nació zurda y a puro cocotazo su papá le enseñó a escribir con la otra mano. En el campo donde vivían, mi abuelo entendió que era lo mejor, según la creencia popular, para que su querida pequeña burlara el destino maldito que le esperaba, despojado de buenaventuras y gracias intelectuales, si los dedos derechos no ganaban la partida.
Con esa historia crecí, y por ello enseguida supe que vivimos en un mundo de diestros. Si te va mal en las lides de “mover el esqueleto” dicen que eres zurdo en el baile; si tienes un día para olvidar, todo salió mal porque te levantaste con el pie izquierdo; y si adquiriste algo en terreno ilegal lo conseguiste “por la izquierda”. Casi nadie vislumbra la sutil discriminación existente en el trasfondo de esas frases.
Instrumentos musicales, herramientas de trabajo como la tijera y el mouse de muchas computadoras están hechos para la “especie dominante” (aproximadamente solo entre un 8 y 13 por cierto de la población mundial es zurda), y obligan a readaptarse, a buscar variantes de uso a la minoría afectada.
Ojalá mi abuelo viviera, para explicarle que no debió preocuparse en vano. Los zurdos, aunque lo parezca, no tenemos ninguna maldición arriba, ¿dije nosotros? Ah lector, un dato importante, por aquello del que no quiere caldo, le dan tres tazas, la hija de mi mamá, es decir yo, nació con tal fenotipo.

En la Primaria costó cierto trabajo para que la maestra entendiera mi manera extraterrestre de escribir, pues cuando vi que mis “semejantes” se ensuciaban la mano mientras anotaban en el cuaderno, innové (he encontrado a otros innovadores) un método y puse la libreta totalmente al revés. Por eso durante toda la etapa estudiantil en varios exámenes creyeron que les soplaba a otros, pues mis compañeros del frente solo tenían que dar un pequeño giro para leer con facilidad mi prueba.

Quizás mamá recordara menos sopapos si en el campo de entonces hubieran sabido que su “marca” da ventajas en deportes como esgrima, béisbol y boxeo; recordado que las ideas más avanzadas de la humanidad se identifican con la izquierda; o si Maradona y sus “obras de arte” con ese lado de su cuerpo ya hubieran hipnotizado a medio universo.
Algunos estudios hablan de que existe una pequeña correlación entre los zurdos y la creatividad-inteligencia, aunque desgraciadamente, también existen otros que nos ponen en el extremo contrario de la escala intelectual, y de posibles genios pasamos a tener problemas de aprendizaje.
LOS OJOS DE LA HISTORIA
Tal vez mi abuelo hubiera cesado en su tortura psicológica si algún libro de historia le hubiera ayudado a ver cuántos desmanes sufrieron quienes nacieron como su hija y nieta.
Hasta el final de la centuria pasada, las monjas católicas romanas en las escuelas elementales de Estados Unidos castigaban a los niños por usar su mano izquierda para escribir, seguramente porque en el reino de los cielos son los elegidos los que están sentados a la diestra de Dios y los condenados en la parte contraria. En los años 60 de ese propio siglo, en los colegios españoles prohibían lo mismo a la hora de redactar los exámenes de ingreso del Bachillerato, por considerarlo satánico.
Una persona como yo es acusada de indecente en el mundo islámico. Se plantea que este estigma data del período pre-industrial, cuando el papel casi no aparecería y el agua, dicen, era poco empleada en el aseo. La mano zurda estaba destinada únicamente para limpiarse luego de ir al baño, nada más le concernía. Muchos árabes se auxilian de sus dedos para comer, y por eso la “gente mía” ganó tal fama de sucia, que llega hasta hoy.
Antiguamente, un japonés podía repudiar a su esposa si descubría que era zurda, y hasta hace poco en China coaccionaban para ser diestro, pues los caracteres de su lenguaje son casi ininteligibles si se hacen con la izquierda.
Tal vez para pedir disculpa por tanto atropello, aunque seguramente es puro negocio, en el mundo ha emergido un mercado para nosotros. Cuadernos especiales, reglas, sacapuntas, tijeras, sacacorchos, relojes (sus agujas giran en sentido contrario al tradicional), pianos, teclados de ordenador, guantes de béisbol, cámaras fotográficas, guitarras, cubiertos... Pero como ya sabemos, los cubanos en materia de acceso comercial andamos con deudas. De hecho, todavía estoy esperando mi pupitre especial. 
Según algunas investigaciones, estadísticamente hablando, es más probable que las madres de mayor edad tengan hijos zurdos. Voy por ese camino, y me dará mucho gusto abrazar el relevo de esta marca familiar.
Incluso, cuando en las clases de Lengua Española supe que el sinónimo de derecho era diestro, y el de mi condición, siniestro (otra raya más para el tigre), no se esfumó el gusto que siento por llevarla.
Es como una especie de exclusividad que hoy sé comparto con el inmenso Da Vinci, el filósofo Aristóteles, la ganadora de dos premios Nobel, Marie Curie; los líderes Mahatma Gandhi y Hugo Chávez, el genio de la guitarra eléctrica Jimmy Hendrix; dos de The Beatles, Ringo Starr y Paul McCartney, los escritores Hans Christian Andersen, Franz Kafka y Mark Twain; el pelotero "Babe" Ruth, la bella Marilyn Monroe, los cineastas Woody Allen y Charles Chaplin, y los compositores Beethoven, Mozart y Serguei Rajmaninov.
Otros especímenes enrarecen el aire como Barack Obama y Napoleón Bonaparte, quien al tomar el trono, ordenó a las tropas francesas que cogieran la pistola con la mano izquierda y marcharan por dicha senda de la carretera. Pero de ellos no quiero hablar.

Mi orgullo creció durante el preuniversitario, cuando el querido y nunca olvidado profesor de Física, Eliécer, me condecoró con el mote La Zurda de Oro. Creo que a mi abuelo le hubiera gustado escuchar eso. Ahora, donde quiera que esté, debe andar tranquilo de que yo no haya heredado los cocotazos de mi mamá.

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