jueves, 15 de mayo de 2014

Guille, ¿quién dice que estás muerto?

Hoy 15 de mayo del 2014 se cumplen 10 años de la muerte de Guillermo Vidal, una década de aquel día triste que sorprendió a muchos. Desde entonces Las Tunas extraña ver caminando por sus calles, bromeando en alguna esquina, sentado en uno de sus parques al hombre que logró incluirla con letras ciertas y doradas en el mapa literario nacional del siglo XX.
Se iba el genio renovador de la narrativa de los 80, el admirado escritor, el buen ser humano, el controversial y valiente artista, el amigo de muchos y seguramente, la razón de envidia de otros. Las Tunas hoy vuelve a sentir el dolor, vuelve a maldecir al cáncer que se lo llevó de su lado.                                                  
Quizás el "Guille" sospechaba que marcharía pronto y por eso su urgencia de levantarse de madrugada, cuando aún no tenía computadora, para adelantar alguna cuartilla en una máquina de la Dirección Provincial de Cultura. O quizás lo hizo porque sabía que lo extrañaríamos demasiado, incluso aquellos que nunca tuvimos la celestial dicha de conversar con él. Qué mejor manera de estar cerca suyo que a través de sus libros.

Las Tunas añora ver su figura quijotesca, con barba y espejuelos; incluso extraña preguntarse: ¿qué estará escribiendo ahora mismo Guillermo Vidal? Sus colegas y discípulos dieran algo valioso por volver a sentir su imperturbable complacencia de incentivar a todos a escribir narrativa, incluso teniendo delante al más convencido de los poetas. Mientras, Marilín, su hermana querida, seguramente entregaría una parte de ella si a cambio le dieran la oportunidad de verlo entrar por la puerta de su casa para comer los flanes y los pudines que tanto le gustaban.


Todo ese dolor se agolpa hoy en esta ciudad y en aquellos lugares donde se le recuerda. Sin embargo, a Vidal no le sirve la nostalgia que nos congela y adormece. A un hombre de su andar resulto por la vida, con su singular sentido del humor no le combina esa melancolía que nos hace infeliz. Desde su altura nos exhorta a apreciar lo verdadero, lo real.
Quién puede asegurar que él ha muerto, mientras sus libros siguen siendo robados de las bibliotecas y los admiradores nos sentamos a hablar con sus personajes día tras día. Cuando sus verdaderos amigos si lo evocan no pueden escapar de la sonrisa, fruto de algún buen recuerdo, de la reverencia ante el ser común y el literario.

Entonces, ¿quién puede decir que estás muerto?

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