miércoles, 4 de junio de 2014

La confabulación de los editores de Guillermo Vidal

Para que las cuartillas vírgenes broten en libros y el mundo sepa de sus aventuras hacen falta los editores, aunque en la gloria pocos se acuerden de nombrarlos. Guillermo Vidal, el gran renovador de la narrativa cubana de los años 80, tuvo su grupo de elegidos, y a ellos les entregó las obras con ejemplar desprendimiento, como un padre que deja en buenas manos a sus hijos.
Cuenta Carlos Tamayo, presidente provincial de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba) que cuando el autor de Matarile era ya un nombre reconocido por los narratólogos, a veces le decía: “Tú fuiste mi primer editor”, porque él estaba inédito antes de que apareciera el plegable Las voces sobre las voces (1981), por el sello editorial de la casa de cultura Tomasa Varona, bajo la responsabilidad de Tamayo.
Luego, en 1984, tuvo el honor de llevar a buen puerto la salida del relato Se permuta esta casa, con el que el cultivador de Las manzanas del paraíso ganó en la primera bienal del cuento Marcos Antillas (Jurado: Onelio Jorge Cardoso, Manuel Cofiño y Ricardo Repilado). “Le propuse ilustrar la cubierta con una foto de la “Tomasa Varona”, a él le pareció gracioso y aceptó.”
Una década y media después, llegó a las manos de Mirta Beatón, fundadora de la editorial local Sanlope, un cuaderno con igual título, que además de tener esa historia nostálgica congelada en las paredes de un hogar, incluía otras nueve narraciones. Pocas veces ella disfrutó tanto su labor. Incluso hoy, no se cansa de hojear estas páginas que le valieron el Premio Provincial de Edición. Allí siempre encuentra a su amigo.

“Trabajar con Guillermo resultaba extraordinariamente fácil, era muy receptivo, abierto. Incluso si tú le comentabas sobre algunas repeticiones terminaba diciendo que no sabía escribir. Cuando repaso el libro a veces me siento mal, encuentro detalles que debí corregir, él se merecía un trabajo mejor. Espero haya una reedición y yo pueda hacer algo más digno”, concluye Mirta.
El escritor Antonio Gutiérrez también tuvo su momento. Enfrentó un desafío: alistar para la Sanlope (2004) a Los cuervos, cuando ya se había publicado en dos ocasiones anteriores. ¿Era posible todavía aportar algo?
“Con un autor como él, que consideraba a las obras infinitamente perfectibles, sí. Su sencillez, inteligencia, sentido del humor le permitían estar abierto a nuevas propuestas. Por eso las tres ediciones tienen pequeñas diferencias.  
“Recuerdo que Neisy Ávila me ayudó en la corrección y un día contó alrededor de 80 que. Resolvimos dejarlos porque daban vida a la oralidad que él supo emplear muy bien. Le comentamos de nuestra defensa a su estilo, sonrió y dijo: '¿Ah, porque entonces yo tengo un estilo…?'.”
CUBA A SUS PIES

”Precisamente, la salida a la luz de la primera publicación nacional de Los cuervos, auspiciada por Letras Cubanas y Ediciones Loynaz, corrió a cargo de la pinareña Vivian M. González, quien entonces empezaba en este mundo. “Fue un lujo trabajar con él, recuerdo que nuestra comunicación fue muy buena, todos los detalles los resolvimos por teléfono.” 
El lauro de novela breve Dulce María Loynaz impulsó ese título, como mismo lo hizo el premio Alejo Carpentier con La saga del perseguido, cuya preparación Vidal entregó al hoy director de ese primer sello editorial, el narrador, poeta y periodista Rogelio Riverón
“Guillermo es uno de los autores más fieles a sí mismos que he conocido y de una nobleza permanente. En un plano compositivo, su sintaxis es desordenada, a veces a propósito y otras, al parecer, por una especie de irreverencia que marca su estilo. Trabajé con total libertad. Me dijo que me olvidara de él, que entrara a su libro como si fuese uno mío, y obrara a mi antojo. Pero no lo suplanté, porque no hubiera sido posible. 
“Confieso que a raíz de su muerte supuse que lo reeditaríamos con más insistencia, porque alcanzó a conformar una obra vasta en muchos sentidos.” 
Nadie repitió tanto la dicha de sentirse parte indisoluble de las letras de este genio, como la santiaguera Asela Suárez, a quien él llamó: mi editora. Los cinco volúmenes salidos por la editorial Oriente poseen a este dúo como estandarte, un par que muy pronto escaló la cima de la amistad legendaria. 
“Trabajar dos de sus últimos libros –se refiere a Las alcobas profundas y Salsa Paradise-, cuando ya estaba en la fase final de su vida, sin poderlo ver ni hablarle es una de mis experiencias más amargas. Yo tenía dudas y laboraba sabiendo que iba a morir.” 
Vidal no logró ver ninguno de esos textos y Asela no volvió a reír junto a su amigo, quien una y otra vez hizo a Las Tunas su personaje. Sin embargo, ella como los otros colegas suyos, saben que editar a Guillermo Vidal es más que corregir oraciones, cambiar adjetivos, apurar la imprenta, escribir una presentación; es sentir, oler, manosear una literatura profundamente preocupada por los conflictos humanos. Y eso es un obsequio único, invaluable, exquisito.




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