lunes, 5 de mayo de 2014

Un pasillo para Formell



Murió Juan Formell y Cuba que bailaba al toque de un día de asueto, paró en firme, dejó la rueda de casino a medias y empezó a llorar al maestro; a un hombre que escogió honrarla desde la música, y le fue fiel, y la amó, y la hizo su musa. 
Dice mi mamá que en su tiempo no había 15 sin temas de Los Van Van;  mi vecinita dice que en el suyo, que es ahora mismo, tampoco. Así, sin el más mínimo respeto al dios Cronos, la agrupación nacida en 1969, es imprescindible en la banda sonora de este país, sea cual sea la época bajo la lupa.

Todo el mundo en Cuba se ha "ripiado" con su música. Lo mismo cuando se usaban los pantalones campanas que los corte tubo; cuando los discos eran de acetato o en días de plena era digital. Siempre, cada generación, sin importar diferencias de circunstancias históricas y sociales, se encontró en sus letras, halló en su ritmo una invitación irrechazable a dejar los pies en la pista.
Eso lo vi con mis propios ojos en noviembre del 2010 durante el concierto de la orquesta en la Plaza de la Revolución de esta ciudad. Allí se congregaron más de 60 mil personas, asistencia que terminó siendo un récord para la instalación. Abuelos y nietos, hijos y padres, novios adolescentes, todos con sus historias de vanvaneros, con su propio idilio de bailadores.

En aquella multitud, realmente bella y emotiva, los patones estuvieron ausentes, no porque dejaran de ir, sino porque quién iba a cometer el pecado de quedarse tieso o hacerse el torpe si El Tren estaba tocando. Eso creo haberle entendido a mi hermano cuando intentó hablarme mientras sonaba Arrasando, y lo vi a él, no muy ducho en las lides del baile, desplazarse cómodamente con unos pasillos que estoy segura estrenó aquella noche y más nunca ha podido repetir.

Presidiendo el mar de fanáticos estaba la peña de la agrupación, residente en San Luis, Santiago de Cuba. ¿Se imaginan?, sus miembros (con carteles incluidos) viajaron cientos de kilómetros solo para verla actuar, y según supe, su hoja de ruta no tiene límites en el destino. Cuando escuché sobre la muerte de quien consideran su Zeus pensé en ellos, deben estar muy tristes.
En aquel concierto de dos horas Las Tunas gozó, exactamente eso, gozó; y no dejó que el maestro partiera sin declararlo su Huésped Ilustre, sin darle las gracias por haber fundado a Los Van Van cuando más nuestra nación lo necesitaba, por haber experimentado con formatos musicales e instrumentos hasta cuajar una fórmula de éxito culta y popular a la vez, por dejar vivir en sus composiciones quiénes somos los cubanos; por ser un cronista, un genio y por no "creerse cosa".
Cuba llora a Juan Formell; pero sabe algo, desde el trono donde seguro ahora está sentado, él no pide lágrimas o lamentos, exige, porque derecho tiene, el mejor de nuestros pasillos mientras suene la buena música cubana; sí, eso, el mejor de nuestros pasillos, incluso si solo sabemos movernos como el Buey Cansao.

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