Su
alegría viste de verde, como el campo bien cuidado por la lluvia y el Sol. De
allá vino y a esos mundos tan nuestros se debe. Ya disfruta de su 49 convocatoria
y a la Jornada Cucalambeana,
que ha transitado buenos y malos tiempos, le parece mentira que casi esté en
los 50.
Medio
siglo, eso suena a mucho, y no puede sonar a menos cuando su persistencia por cortejar
raigales tradiciones no ha tenido pausa. De esa constancia habla la actual
edición, un aroma que llegó desde la antesala, cuando el miércoles abrieron al público dos hermosas exposiciones.
Eduardo
Rivera, de Guáimaro, trajo hasta la galería taller de escultura Rita Longa
vívidos paisajes que “ponen a pensar más allá de lo contemplativo, de lo simple
emocional. Hay un estudio de la atmósfera, el color, la temática y el sentido
de la visión ecologista”, afirma Othoniel Morffis Valera, curador de la
propuesta.
La
maestría del autor es tal que nadie creería que son las primeras obras de este
tipo. Hasta ahora se había dedicado a dicha vertiente pero con un sentido más
onírico y fantasioso, no tan inclinado a la veracidad de las imágenes, crecidas
en belleza y vitalidad por la recreación que dibuja en ellas.