Umbelina
toma en sus manos el premio que su familia tejedora obtuvo en el XVII Salón deArtesanía, inaugurado recientemente en esta ciudad; al contemplarlo se ve niña
otra vez, con apenas 10 años, iniciándose en una danza singular que tendrá a la
planta del anacahuita como la “prima ballerina assoluta”.
Vio
a su mamá tejer, y seguramente nadie se sorprendió cuando la encontraron en el
patio envuelta entre fibras y sueños de artista. Eso sí, en aquel momento
hubiera sido pura conjetura que Umbelina Teonela Suárez Céspedes lograría que
su descendencia también formara parte de ese aprendizaje natural, y lo
convirtiera en modo de vida por más de medio siglo. Claro, nadie entonces podía
saber que esa hoy, es pura verdad.
Como
tampoco podían sospechar que alguno de los suyos se resistiera al legado de
varias generaciones. “Ella tejía y tejía y yo estaba muy convencido de que no
perdería mi tiempo en eso. Luego, hace cuatro años, con lo del trabajador por
cuenta propia, me dije: 'Voy a aprender'. Fui y saqué una patente, me puse a
tejer y hasta a coser las piezas yo mismo”, cuenta Kerel Núñez Suárez, el hijo mayor de Umbelina.
José
Luis Acosta Causilla estuvo por una época dentro de la familia Suárez, meses
suficientes como para sumarse a esta tradición y para ello no encontró más
razones que: ”Me gustó, fue eso, y también desde niño aprendí algo porque soy
del barrio y mis parientes saben. Tengo ahora 27 años y creo que podemos hacer
mucho más”.
De
ese porvenir dialoga Kerel, sobre todo cuando menciona que su hijo más pequeño
ya anda en estos trajines, incluso, “él domina algunas técnicas que yo no sé”,
aclara sonriente.
Del
tronco del anacahuita se saca una fibra muy noble y fina. Por eso ya no solo
piensan en elaboraciones utilitarias como varios tipos de sombreros, pamelas,
carteras, catauros; quieren fantasear un poco: “Yo iba a realizar para el Salón
un sombrero de bruja y no me dio tiempo, pero ya lo haré”, concluye Kerel.
Umbelina
los escucha y sus ojos hablan, cuentan de una gloria llamada orgullo. La misma que
debe sentir cuando tiene la prueba del prestigio que ha ganado las producciones
de los Suárez, cada día más diversificadas, sin importar que vivan en el poblado
del Yunque, perteneciente al municipio cabecera, pero bien alejado de la zona
citadina.
Hasta
allá llegaron un día, como tantos otros compradores, representantes del Fondo
Cubano de Bienes Culturales para ver de cerca la calidad de los productos y la
fabricación, que inicia con el corte de la corteza del tronco, y continúa al ponerla
en agua siete u ocho días hasta que se pudra, para luego lavarla, secarla y
dejarla lista para tejer. Se puede agregar el paso de pintarla con el color deseado.
Los
visitantes encontraron tanta autenticidad y destreza que les sugirieron a sus
anfitriones intentar afiliarse a la Asociación Cubana
de Artesanos Artistas. Y ahí empezó un proceso que concluyó hace poco cuando la
familia Suárez fue aceptada como miembro del gremio en el territorio, para
beneplácito de la Filial Provincial.
Los
premios no les son ni les serán esquivos, aunque ya ellos tienen lo principal:
“Para nosotros esto no es un trabajo, es una maravilla, eso, una maravilla”.
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