Los
profesores pensaron que ahora sí: “El suceso del año pasado, con los seis niños
de Puerto Padre que no quisieron venir, seguro fue más por la lejanía”. Esa
esperanza se les coló dentro, aun cuando los instructores de arte lo expresaron
muy claro entonces: “La mayoría no va porque sus papás tienen miedo que se vuelvan
maricas”.
Responsables
de hacer las pruebas de aptitud para entrar en danza a la escuela vocacional de arte El Cucalambé (EVA), los maestros estaban ante un grupo de varones más
numeroso que del 2014, y creyeron que la historia no se repetiría. Pobres.
Debían entrar ocho al plantel y en la actualidad a solo cinco encontraremos en
las aulas.
Cuando
ya habían pasado la prueba principal de condiciones físicas y notificado su
gusto, unos 10 infantes se arrepintieron. Otra vez, en muchos casos, como fue
comprobado por los propios examinadores, el padre se insultó al escuchar la
idea de su hijo.
Comenzado
el curso, la Dirección Nacional
de la Enseñanza
Artística le dio al centro tunero un tiempo extra para
encontrar a los tres pequeños que faltaban en la matrícula. Allá marcharon otra
vez los especialistas en busca de sus pupilos por diversos colegios, encontraron
candidatos, y aunque esto parezca el cuento de nunca acabar, usted debe saberlo
lector: nuevamente en casa creyeron a la danza una corruptora de la hombría.