Seguramente exagero, pero me disgustó un poco la expresión, por más que
quien la dijo no parecía tener malas intenciones. En plena guagua un señor le
comentó a otro: “Cómo que no sabes lo que vas a cenar el fin de año. En mi casa
el puerquito ya está escuchando la conversación. Lo asaremos, porque el 31 de
diciembre no se puede comer otra cosa”.
Me
conmovió la cara triste del hombre interpelado. Él, solo atinó a levantar los
hombros en señal de no tener explicación y calló, se consumió en un profundo y
melancólico silencio, mientras su fastidioso interlocutor seguía contándole con
detalles los preparativos.
Una
sutil presión social latía en las palabras que le arrojaron encima. ¿De veras
no andar el último día del calendario con el “mamífero nacional” a cuestas resulta
algo bochornoso? ¿Acaso lo más importante es lo que te comes o con quién te lo
comes en una fecha tan simbólica como esa?
La
tradición habla de puerco asado, arroz congrí, yuca con mojo y ensalada. Qué
rico. ¡Qué ricooooooo! Adiós a dietas o certezas médicas de un menú poco
saludable, consumido a deshora. Mejor no pensar en esas menudencias, dirían
muchos. Hasta yo lo digo.